Como la noche adentro de los ojos (Bajo la luna, 2022), segundo libro de Daniel Lipara, comparte con el anterior, Otra vida (Bajo la luna, 2018), la experiencia del duelo ante la muerte de padres y mentores, la influencia homérica en las referencias y el lenguaje, las relaciones familiares, a menudo difíciles, menciones al barrio de Mataderos y colofones significativos. Quien los lea uno junto al otro verá que se retroalimentan de muchas maneras, pero Como la noche adentro de los ojos constituye un salto notable en capacidad expresiva.
El colofón de Otra vida cuenta cuándo se terminó de escribir el libro, la fecha de las muertes de la madre y el padre del autor, y que la tía materna, aún con vida, “sigue oyendo los pasos de los dioses en el cielo y compra ángeles en Once”. El del nuevo libro también menciona la fecha en que se concluyó el libro, junto con la de la muerte de Mirta Rosenberg, mentora de Lipara, y el tiempo que el autor lleva viviendo con su compañera. Aparecen así tres planos: la escritura, resumida en el momento en que se deja de lado la pluma (o el teclado), la muerte de figuras maternales y paternales y, finalmente, la vida.
y el corazón se rasga
como cuando una ola cuelga hasta las nubes
cae sobre un barco y lo entierra de espuma
el viento grita contra la vela
el pecho de alguien queda temblando de terror
sabe que sigue vivo de milagro
Los colofones proyectan cada libro hacia la vida “real” del autor, enraizándolo de manera más directa en la experiencia vivida; así, podría leérselo desde la “literatura del yo” en boga durante los últimos años. Esto, sin embargo, sería un desperdicio, ya que abundan los libros transparentemente autobiográficos, mientras que resulta atípico que un poeta recurra al lenguaje de la Ilíada para procesar un duelo.
Como la muerte adentro de los ojos, a la manera de un epitafio, en un primer momento parece dominado por el luto, tanto por Rosenberg como por los padres a quienes ya se había rendido tributo en Otra vida, y que acá vuelven a aparecer transmutados en figuras homéricas. El libro está dividido en 24 fragmentos en prosa que narran episodios de la vida del autor, o reflexionan sobre el lenguaje, la familia, Homero. Entre estos aparecen, en verso, los símiles homéricos traducidos por Lipara y, a través de ellos, la violencia de la guerra y la fuerza de la naturaleza. El lenguaje homérico ya estaba presente en Otra vida, donde se dice del padre que “su apellido es la isla de Eolo su nombre el que labra la tierra”, y donde se recurre a símiles de estructura homérica para describir un ashram en la India (“como lava / que encandila a un mono en la selva / así los fieles salen / cuando ven a dios”), pero en este libro cobra una importancia mayor.
Gracias al minucioso trabajo con el lenguaje, no hay contradicción entre la vida actual y el mundo homérico. En un fragmento la madre vuelve de entre los muertos como la de Ulises en el canto XI de la Odisea; en otro, se enumeran los autos familiares al estilo del catálogo de las naves. Una misma fuerza empuja a los guerreros en la batalla y esparce las cenizas del padre muerto sobre la copa de un pino en Bariloche.
Aunque se trata de algo ajeno a la composición del libro, ya que el interés de Lipara en Homero comenzó cuando nada sabíamos todavía de “circulación comunitaria” o “contagio asintomático”, los símiles homéricos resuenan de otro modo tras la experiencia de la pandemia. La Ilíada comienza con una peste, con Apolo el que hiere de lejos tirando sus flechas a los aqueos, y un consejo de guerra que busca un modo de aplacar al dios; ahora, luego de 2020 y 2021, todo ello resulta más cercano de lo que uno quisiera.
como un olivo cae de raíz
alguien lo plantó cerca del agua
joven árbol hermoso la brisa lo mueve
las flores blancas se abren por todos lados
un tornado lo arranca
y lo deja tirado
Euforbo muere
El trabajo con la Ilíada está influido por Memorial de la poeta inglesa Alice Oswald, libro que Lipara tradujo junto a Mirta Rosenberg (acá puede leerse un fragmento publicado en 2019). En Memorial, Oswald no traduce la Ilíada sino que la reversiona cambiando el foco de lo épico a lo elegíaco, de los héroes a los muertos menos protagónicos. Como una especie de catálogo funerario, los va nombrando uno a uno en el mismo orden en el que cayeron en la Ilíada, y relata sus muertes con austeridad, sin exaltación bélica. Tras cada una de ellas aparece un símil repetido, como si fuese un coro: “Como nieve que cae como nieve / cuando los vivos vientos agitan las nubes en pedazos / como aleteos de silencio que se apuran / a poner fin al follaje con que la tierra se decora”.
Lipara le da un uso semejante a los símiles: como un estribillo que impulsa el relato. La energeia, cualidad de la Ilíada que Oswald destaca y traduce como “brillante, insoportable realidad” se manifiesta sobre todo a través de ellos, que irrumpen en el texto (ya desde la disposición formal en verso, frente a la prosa de los fragmentos) como los elementos naturales de los que están compuestos: “como una nube de langostas / volando sobre los campos incendiados”, “como cuando un rayo cae en un árbol / y las ramas y el tronco se derrumban”. Esta fuerza es, como el viento del oeste de Percy Shelley, creadora y destructora: las muertes y funerales se yuxtaponen con el nacimiento de una sobrina y el surgimiento del amor. Así la vida, vista a través del prisma homérico, aparece como una guerra que tal vez no pueda ser ganada y de la que resulta imposible sustraerse, pero que encierra momentos de júbilo:
como los caballos corren
hacen temblar la tierra
se levanta una nube de polvo a la altura del pecho
una alegría sube por el pecho
a toda velocidad corre hasta la boca
enciende los músculos mientras bailamos
Sacando el colofón, el libro termina con la imagen de Hécuba llorando el cuerpo de Héctor, una versión troyana de la Piedad. En la Ilíada, Aquiles profana el cuerpo de Héctor llevándolo arrastrado desde las murallas hasta el campamento de los aqueos, pero ahora Hécuba lo mira y parece tan fresco “como alguien que acaba de morir / por la suave flecha del dios sol”. El tono elegíaco cede frente a algo del orden de lo milagroso, que también tiene, parece, su lugar en el mundo.
Colofón
Esta reseña se terminó de escribir el 2 de noviembre de 2022. Conozco a Dani hace catorce años y mucho de lo que se cuenta en Como la noche adentro de los ojos lo escuché de primera mano, con una copa de por medio, en su casa de Mataderos, o en la isla, donde otro amigo, o en Boedo. Fue muy fuerte (nunca creí que me fuera a pasar) cruzarme con ecos de viejas conversaciones entre los destellos de Héctor y Aquiles y la guerra troyana.
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