Una escritura sin concesiones
El armazón argumental es sencillo de parafrasear: el protagonista, Sergio, a partir de ciertas revelaciones transmitidas por su abuela, se traslada a la localidad ficcional de Coronel Pinzón a fin de vengar el suicidio de su padre; o bien, como él mismo declara: “Quería medirme con el asesino indirecto de mi papá y hacerlo pagar” (p. 72); un esbozo que inevitablemente remite a la Emma Zunz borgeana. Pero no hay novela ponderable que se agote en las alternativas de su trama, y Mientras vivas no es la excepción.
La novela anterior de Hosne, Ningún infierno (editada por Alfaguara Argentina en 2016 y distribuida de modo tan lamentable que ni siquiera mereció una lectura atenta), y ésta, Mientras vivas, dan cuenta, en principio, de algo a lo que sólo algunos escritores acceden: un estilo, ese concepto inasible, percudido por el uso y el abuso y que alguna vez definió de una vez y para siempre Walter Pater en su imprescindible tratado de estética titulado El Renacimiento: “un mismo estado de alma que informa el todo”. Bien poco importa qué entienda cada quien por “alma” o incluso si cree o no ha creído nunca en eso que no puede dejar de entenderse como una abstracción.
El estilo de Hosne no sólo deriva, sino que desemboca en una cosmovisión despojada de cualquier orden de complacencia (sensiblera, ilusoriamente humanista, edulcorada) y, en consecuencia, brutal. La narrativa de Hosne es una transposición feroz, pero radiográfica, de la realidad. No son –por si alguna duda cupiera al respecto- libros para acomodar en el bolso de playa, junto con los anteojos oscuros, el protector solar y la perspectiva de una dicha de corto plazo. Son textos que suscitan incomodidad en la medida en que la narración no reconoce ningún perfil indulgente que morigere la crudeza de la trama y el modo de contarla. Si necesariamente hubiera que recortar un tema (a la manera del fragmento parcial que alude a la totalidad del fresco) en la narrativa de Hosne, sospechamos que el tal bien podría ser el de la tragedia sin grandeza. Acaso porque, como ya anticipara con harto fundamento George Steiner, en un mundo secular y pauperizado ya no hay lugar para la verdadera tragedia; acaso porque, como postula el erudito francés Festugière, sólo hubo una tragedia, y fue la griega; acaso porque los destinos de los personajes de Hosne son, sin duda, trágicos, pero es una tragedia que se confunde con la molicie, la transgresión de corto alcance, la atendible cobardía: una tragedia, en suma, abrumadora y previsiblemente humana, como la de todos. Una metáfora por demás ilustrativa de los perfiles de esa tragedia es el hotel “Vistamar”, donde se acaba alojando el protagonista y se convierte en uno de los núcleos de la trama: es la laboriosa arquitectura de la decadencia, un elefante blanco, un astillero onettiano. Por ello, la trama de Mientras vivas se hamaca entre la verdad y la mentira, entre la máscara y el rostro, entre el nombre verdadero y el nombre falso; no hay (no puede haber) en la novela la perspectiva de un futuro, sino, apenas, la construcción de un pasado.
En la narrativa de Hosne, lo propio (lo intransferible) de la condición humana es la desesperación. El protagonista lo acepta sin ambages: ‘’ (…) lo que compartíamos era desesperación, no soledad. (…). Compartir la desesperación es la única forma de afecto entre dos personas’’ (p. 166). Y agrega: ‘’ (…) la angustia existe porque no hay adónde ir. Nadie tiene adónde ir’’ (p. 216). La única alternativa de los personajes es, pues, el rostro reflejado en el espejo; a condición de que sea un espejo insobornable, exento de afeites y distorsiones: un espejo que exhiba las íntimas miserias y los inevitables dobleces.
Al final de la novela, el fuego funge como vehículo de purificación, pero también como testimonio de una corrupción que se denuncia, con más o menos énfasis, a lo largo de toda la trama. Poco importa, en rigor, si Sergio acaba consumando sus propósitos de venganza o éstos quedan abortados para siempre. La historia está en otra parte.
Alejandro Hosne, Mientras vivas, Evaristo Editorial, 2022, 231 páginas.
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