Esta novela de Martínez Siccardi es la historia de vida de un mestizo nacido en la Patagonia a principio del siglo pasado, bautizado en 1904. Una vida que oscila, como tal, entre una serie de contradicciones, de convicciones, de dudas, de deseos y, entre ellos, uno que deviene en obsesión.

Es un relato de aventuras pero, ante todo, es una novela que nos interpela acerca de la intolerancia que muchas veces nace del lenguaje. Porque hay un lenguaje de la introspección, un lenguaje que permite explicar una realidad y un sentir en razón de otra percepción. Un lenguaje informador, un lenguaje posible que se relaciona y comulga con la idea de una libertad, también posible.

La novela nos habla de la noción de cultura y de la multiculturalidad. Del mundo indígena, de los pueblos originarios, de sus costumbres, de una forma de ser y de el ser distinto. De la identidad, de sus raíces y de la transmisión cultural. También nos habla de la cosificación de una etnia frente a la autoridad dominante que ejerce las malas artes de la política. Nos habla de todo lo que subyace y aflora como lo esencial, y del conflicto que, obviamente, conduce la trama.

Es una historia que se inscribe en la perspectiva de la alteridad. Aquí, este joven mestizo que asume un compromiso personal, apostando al diálogo entre culturas diferentes, choca con la realidad, con la conciencia hegemónica, con los valores culturales, sociales políticos y religiosos de tradición europea, como modelo universal. Hay un contexto, un espacio geográfico sobre el que gira, con fuerza, lo onírico y lo simbólico. Se advierte un ejercicio en compulsa con la política cultural local, que confronta con lo ancestral. Es la historia de los vencidos, es la necesidad de un hombre empeñado en comprender y restaurar.  Y es un impulso de resistencia siguiendo un hilo conductor, ese aliento de los ancestros que Vivas Hurtado reconoce, como Jagagi, al referirse al género poético de la cultura minija, en Colombia.

Pero, más allá de las leyendas, de las fábulas y de los mitos, en este caso el objetivo es probar y consagrar una teoría, la Gran Teoría de Manuel, que se orienta a demostrar que los tehuelches han sido elegidos por Dios; es la teoría de “El Pueblo Elegido”. Ello se basa en el descubrimiento de una pintura rupestre, gracias a la visita de un viajero  suizo al museo; en una charla con el profesor de idiomas; en la presencia del unicornio mencionado en las Sagradas escrituras, en la Biblia; en la visita al Templo judío y en la entrevista con el rabino; en el libro que abre y lee la condesa; en el mapa de un cartógrafo turco; en la conferencia de un científico ruso y en esa carta que responde antes de morir, confiándole a Manuel cierta información, haciéndole una sugerencia y deseándole éxito en su investigación; también en la  antigua moneda de oro con una figura en relieve, que le ofrece el arqueólogo italiano; y en un par de presbíteros misioneros que le acercan data, sumando indicios concordantes, que abonan mayor verosimilitud a la odisea. Pero, esto, no queda ahí…

Los hombres más altos es una novela realmente fascinante, rica en imágenes, en movimientos; es bella aun en su dureza. Su dosis de crueldad que, por cierto, la tiene, no apela a golpes bajos, son en todo caso golpes de efecto. El discurso narrativo, colmado de personajes que acompañan la trama operando como guías, en ningún momento pierde fluidez y, mucho menos, autenticidad. Avanza sin tropezar y sin caer en lo artificialmente ampuloso. Y, tratándose del tema de fondo, eso se agradece.

 

 

 ¿Cuándo y cómo aparece la idea de escribir esta novela? Quisiera iniciar la entrevista partiendo del proceso de escritura. Tengo la impresión de estar ante quien puso el alma en esta historia. ¿Me equivoco?

Le puse el alma, el cuerpo y miles de horas de investigación y escritura. Fue un proceso de más de diez años entre que descubrí la existencia de esa pictografía hasta la publicación de la novela. Hice en ese tiempo dos viajes hasta el Lago Posadas, en Santa Cruz, solamente para ver la pictografía del bisonte unicornio que inspira la historia. Y a la par fue un proceso personal de deconstrucción de la historia argentina, de esa ficción de nación creada en la segunda mitad del siglo XIX que deja fuera a los pueblos originarios y también a los afroargentinos, una ficción que muchos argentinos, incluso quienes se consideran progresistas, de una forma u otra creen: la argentina blanca, la argentina como un desierto al que llegaron los europeos a poblar, el infame “venimos de los barcos”. Y otro proceso, particularmente desafiante, fue encontrar la “voz” del personaje, la prosa adecuada para ese narrador vehemente en primera persona, un hombre de principios de siglo XX que además tiene una necesidad de mostrarse como más de lo que es.

Presentemos a este joven mestizo, hijo de madre tehuelche, poniendo el acento en su relación con los salesianos que despiertan en él su vocación divina, ¿puede ser?

Manuel nace a comienzos del siglo XX en una estancia perdida en la meseta santacruceña. De su padre, sólo se sabe que era un peón de campo de origen español. Su madre es una mujer aonikenk (tehuelche) que muere cuando él tiene 12 años. Ante esa orfandad y a sugerencia de la dueña de la estancia, Manuel se educa como pupilo en el colegio salesiano de Rawson. La relación de Manuel con los salesianos es la del colonizado frente al colonizador, con todas las contradicciones (admiración/odio, sometimiento/rebeldía) que eso implica. Sus compañeros de colegio y los mismos salesianos lo consideran inferior por su condición de mestizo, a lo que Manuel reacciona de un modo hiperbólico, intentando demostrarles que él pertenece a un pueblo elegido.

Las figuras geométricas copiadas de las fotografías del viajero; el rombo y la cruz, los triángulos y los trapecios… Las maneras de combinarlos cambiándolos de posición, abre un interrogante y genera una expectativa ¿Esos signos encierran secretos ancestrales? ¿Se lo pregunta el personaje, o vos? Se advierte una participación afectiva en una realidad “ajena”. Me gustaría que nos hables de esta aparente “fuerte empatía”, ¿puede ser?

Nadie sabe con certeza qué encierran esos símbolos, tal vez sean sólo figuras que se dibujaron por el simple placer de dibujar. Ahora bien, con respecto a la “participación afectiva en una realidad ajena”, ese es el lugar desde donde escribo. Como argentino de ancestros europeos, la realidad del pueblo tehuelche me es ajena, pero existe en mí una participación afectiva que viene del contacto que tuve con hombres tehuelches y mapuches cuando era chico. Los peones de la estancia de mis abuelos en Santa Cruz, que fueron como tíos postizos para mí, y eran casi todos de pueblos originarios.

¿Cómo se te ocurrió la idea de adjudicarle a Manuel el talento de dibujante?, un punto de apoyo fundamental en el inicio y desarrollo de esta historia.

Por un lado, a mí me gusta dibujar y eso me conectaba con el personaje, y por otro necesitaba que Manuel fuera en ese primer viaje con el arqueólogo a registrar las pinturas rupestres. En esa época las cámaras fotográficas no estaban fácilmente disponibles y hacía falta un dibujante en tiempo real para hacer los registros. En ese viaje Manuel descubre la pictografía del unicornio y eso es clave para la trama.

Sigo con Manuel Palacios y pregunto, ¿cómo describirías el conflicto que late en la novela?, ¿cabe hablar de convicciones y de contradicciones?, ¿cómo juega ello en el marco de una deseable perspectiva de la alteridad?  ¿Qué decir de la supremacía cultural, de la multiculturalidad y de la tensión cultural en la actualidad?

El conflicto de la novela es la necesidad de Manuel de ser reconocido como un igual y eso nos lleva a la historia colonial. En las colonias americanas, los pobladores originarios y luego los esclavos africanos son la alteridad, son los otros, lo que implica que son inferiores. Eso lo establecen los colonizadores europeos y luego lo perpetúan los “blancos” de las jóvenes naciones independientes, como Argentina. Un conflicto que sigue siendo actual y se expresa a través de la pigmentocracia que se ve en expresiones como negro de mierda o cabecita negra, el odio visceral hacia los “populismos”.

¿Cómo establecer el peso que tiene el idioma, inclusive el lenguaje simbólico que da significado a la realidad? ¿Cómo medir las consecuencias de una eventual pérdida del mismo, si es que ello es posible?

En el diez por ciento de los hogares argentinos se habla alguna lengua originaria. Eso significa que en una de cada diez casas se habla mapuzungún, quechua, guaraní, qom, moqoit, mocoví, wichi y varios otros. Algunas lenguas originarias se han perdido, pero la mayor parte sigue activa y viva, lo que nos da una riqueza lingüística enorme. Hace falta es una mayor visibilización de esas lenguas, que también ayudaría a que la sociedad argentina se asuma como plurinacional y multicultural, y deje de creer en ese cuento del “crisol de razas” europeo que nos vendieron en el colegio.

En aquel encuentro entre Orsini y Horteloup, coincidieron en describir la Patagonia como un purgatorio que solo podían resistir determinadas almas; idealizada por las historias que contaban viajeros soñadores, fotógrafos románticos, y los incapaces de ver la realidad. ¿Cuánto de cierto hay en tal afirmación, antes y ahora? ¿Cuánto y cómo cambió la realidad?

El 90% de la Patagonia sigue siendo inhóspito. La gente normalmente visita una pequeña franja cerca de la cordillera y algunos puntos en la costa. La meseta pagatónica es árida y ventosa, la vida ahí es muy difícil.

Contanos algo acerca del contexto geográfico, relacionándolo con esa dimensión onírica y simbólica que cobra fuerza en Los hombres más altos.

La Patagonia ha tenido diferentes simbologías a lo largo del tiempo. Primero era un escollo que había que circunnavegar para llegar desde Europa hasta las costas del Pacífico, un obstáculo particularmente peligroso por la cantidad de barcos que naufragaban en el Cabo de Hornos. Luego pasó a ser un “desierto” que había que poblar. De allí se convirtió en una fuente de recursos naturales, principalmente petróleo. Desde hace años en también un importante destino turístico. Lo que hace Manuel es mostrar la Patagonia desde dentro, una Patagonia que existe pero que también él sueña. Los otros simbolismos son miradas desde afuera. Manuel intenta darnos una subjetividad patagónica e indígena.

El unicornio alcanza a ser un personaje más, que nos tiene en vilo a lo largo de la lectura, ya sea que se trate de un ser con todas sus propiedades y atributos, o de una representación figurativa, como símbolo que denota carácter. ¿Qué podés decirnos, ahora, acerca de la intención que tuviste al principio?, ¿se mantuvo firme o, por alguna razón, cambió la idea?

La figura del bisonte es la motivación que me lleva a escribir la novela. Una fuerza que por momentos tiene tintes de terror, en otros casi eróticos, pero al fin de cuentas es una ternura maternal. El Bisonte es como el Tao, es lo innombrado, es lo que ordena al mundo.

Las fotografías que exhibe Frédéric, el viajero suizo; el posterior descubrimiento de la pintura rupestre; el encuentro con el profesor de idiomas, Giovanni SICCARDI; la Biblia de King James; el Libro en el Templo judío, los dichos del rabino, las ilustraciones, el re´em; el libro de Pigafetta, La lectura de la condesa; el mapa del cartógrafo turco Piri Reis; la conferencia y posterior carta del científico ruso Grisha Vyrypayev, en la que le habla del origen de un pequeño rollo de cobre; la moneda de oro que le regala  el arqueólogo italiano Ricardo Orsini; el libro del inglés George Musters con ilustraciones de un tal Zweker; la información que le hacen llegar los presbíteros misioneros, Jiménez y Murch. Todo ello, y mucho más, representa el hilo conductor en la investigación de Manuel Palacios. Ahora, ¿qué podés decirnos vos, el autor, sobre el revés de la trama?

Una investigación de esa complejidad es sólo posible en un período de tiempo largo. Hay elementos que uno busca y otros que van apareciendo por casualidad, o que aparece porque uno está atento y los ve. Uno de los más notables es el mapa de Piri Reis, que es clave para la confirmación de la teoría de Manuel. Lo vi de casualidad en internet mientras buscaba otra cosa y al investigarlo mejor y descubrí que era un mapa de Sudamérica anterior al viaje de Magallanes y que además tenía una figura muy parecida al bisonte unicornio dibujado bastante al sur. ¡Bingo!, dije cuando la vi.

¿Tenés opinión formada por experiencia personal sobre la orden de los salesianos en el sur? Salvando la distancia, sobre todo por su origen, Ceferino Namuncurá, de origen mapuche y chileno, pasó por ahí. Se formó, también, con los salesianos ¿Advertís alguna diferencia entre la comunidad tehuelche y la mapuche? Tocás el tema en la novela y me importa tu opinión.

Los salesianos fueron funcionales a la conquista. Fueron la cara aparentemente compasiva de una operación de genocidio. De hecho, los salesianos están implicados directamente en muertes de pueblos originarios, como las que ocurrieron en la isla Dawson en Tierra del Fuego.

Ceferino nació en lo que ahora llamamos provincia de Río Negro (cuando no se llamaba nada de eso, ya que los mapuches son preexistentes a las naciones argentina y chilena). Su padre era mapuche (un personaje político importante en su comunidad) y su madre era una chilena blanca (una cautiva). Ceferino fue una especie de trofeo de guerra que tomaron los salesianos para mostrarlo al mundo como ejemplo de “indio civilizado y cristiano”. Un niño enfermo, que muere muy joven, y la narrativa de su vida, de su santidad, de su devoción a Cristo se publica de miles de maneras distintas para mostrarlo como un indio que encuentra salvación en la fe (aunque se muera tosiendo sangre por una enfermedad que le contagiaron los blancos).

La comunidad tehuelche tuvo menos miembros que la nación mapuche y ocupó un territorio más pequeño, al sur del río Santa Cruz hasta el estrecho de Magallanes, si bien hacían viajes que a veces los llevaban hasta el norte de la Patagonia. La nación mapuche fue el frente de choque contra la invasión blanca y eso también los forjó más guerreros y militarizados porque no les quedaba otra. De ahí surge ese mito del indio tehuelche argentino y bueno y el indio mapuche chileno y malo. Algo que inventa la generación de Roca en 1880 y lo sigue repitiendo Lanata en 2020.

En uno de los viajes de Manuel, proponés lecturas, obviamente respetando la época (año 1925, creo recordar) novelas de: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Julio Verne y Robert Stevenson. ¿Hoy qué otras lecturas pondrías en manos de un personaje protagónico como éste?

Más que lecturas para un personaje patagónico, propondría historias patagónicas para los “argentinos del norte” (o sea todos los no patagónicos). Hay mucha poesía escrita por poetas mapuches, hay muchos libros que cuentan a fondo la historia de los galeses y su relación con los tehuelches (bastante distinta a la relación con los invasores argentinos), hay historias que desnudan la brutalidad del genocidio de la llamada “Conquista del Desierto”. Desde la Patagonia, por ser el territorio conquistado más recientemente, se puede reescribir la historia argentina con más contundencia que desde otros territorios, el problema es que esos libros no tienen una circulación masiva y la mayoría se publican y se leen sólo en la Patagonia.

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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