El destierro y su semilla

No es secreto que “Sensini”, uno de los cuentos que Bolaño incluyó en Llamadas telefónicas, es un homenaje a Di Benedetto. Allí el narrador, cuyas señas y trajines son fácilmente confundibles con las del propio Bolaño, cuenta su amistad (sobre todo epistolar) con un admirado escritor argentino con el que coincide en un par de concursos literarios a través de España, primeros ’80. El escritor, Luis Antonio Sensini (cuyas señas y obra son fácilmente confundibles con las de Di Benedetto), ha desarrollado una estrategia para presentar el mismo cuento con ligeras variaciones en distintos certámenes municipales: raramente obtiene el primer premio, pero siempre logra estar en el podio. Con eso gana algo de dinero que le permite subsistir en su exilio peninsular.

La anécdota es demasiado deliciosa como para no ser cierta. No obstante, la emergencia de esta compilación de escritos periodísticos pone en duda que la única fuente de ingresos de Di Benedetto en su exilio español —el escritor mendocino fue secuestrado por los militares el mismísimo 24 de marzo de 1976 y liberado en septiembre del 77, con la enfática recomendación por parte de sus captores de que abandonara Argentina— fuera esa ingeniosa estrategia. Así lo cree Liliana Reales, compiladora de este volumen en colaboración con Mauro Caponi: “su actividad profesional en Madrid no fue la de un escritor invitado apenas a escribir algunas crónicas o notas y sí la de un periodista dirigiendo la redacción de una revista (Consulta semanal) y publicando varias notas”. Dos preguntas le surgen, rampantes, a cualquier lector de Di Benedetto que tenga acceso a este libro: ¿cuál es el valor que tienen, dentro y fuera de su obra? ¿Y por qué nos llegan ahora, teniendo en cuenta que los Escritos periodísticos de Di Benedetto fueron publicados por la misma editorial y con la misma compiladora allá por 2016? Esta segunda pregunta es de fácil y detectivesca respuesta: Di Benedetto hizo un “sugestivo silencio” al volver a la Argentina en 1984, y todo el mundo literario creyó a pie juntillas la imagen de un exilio marcado“por la depresión, el abandono y la pobreza”. El hallazgo de estos escritos, realizado por Mauro Caponi, el otro compilador de este volumen, fue producto del azar: el investigador “detectó” la presencia de Di Benedetto en una de las fotos que ilustraba una entrevista a Borges en 1980, en la revista madrileña Consulta semanal, firmada por un tal GRECO. La fecha de publicación: el geminiano 11 de junio de 1980. A partir de ese descubrimiento, Caponi identificó 343 columnas de Di Benedetto firmadas con seudónimo, cuya selección vemos reflejada en este libro.

El hallazgo es demasiado delicioso como para no ser cierto. Ahora bien, la pregunta sobre el valor de estos escritos permanece. Sin duda, su salida tiene forzosamente un halo de reparación: es importante recuperar esa zona de presunto silencio de la obra de un escritor que sufrió desaparición, tortura y exilio. Luego, el libro ofrece la posibilidad de revalorizar la obra periodística de Di Benedetto. Su gloria literaria ha opacado este otro oficio: tanto el mencionado volumen de Adriana Hidalgo, como Antonio Di Benedetto periodista (Capital intelectual, 2011), de Natalia Gelós, lo reivindican y lo hacen muy bien. Pero es cierto que, a diferencia de un coetáneo suyo, Rodolfo Walsh, el oficio de Di Benedetto como periodista no se caracterizó por la violencia de los tiempos —de allí los todavía no muy claros motivos por los cuales la dictadura genocida decidió su secuestro— ni ha sido particularmente celebrado. Tampoco, por lo que entendemos, ha producido un interés poner en serie ambas zonas de su escritura y ver qué ocurre. Más aun, la singularidad de su ficción casi que entra en oposición incómoda con el oficio periodístico: vulgar, impaciente, entrometido (que no sea lea reprobación en estas calificaciones). El mismo Diego de Zama parece casi el antiperiodista: aquel que espera noticias, en vez de ir a buscarlas.

Y sí. El mito de un Di Benedetto desperdigado en sus personajes es demasiado delicioso como para no ser cierto. Un Di Benedetto de viajes inmóviles, estoico, inconmovible. Un mendocino feroz, talibán de la espera y del recogimiento. Pero en este libro sentimos un Di Benedetto ciertamente activo: yendo de una obra de teatro a una inauguración en una galería, mirando pelis de Fassbinder y de Almodóvar, entrevistando a Borges por ahí, a Burgess por acá, y de vuelta a los escenarios. Porque en Escritos del exilio leemos una selección movediza: más críticas de teatro y de cine que reseñas literarias, más semblanzas de grandes pintores que homenajes a escritores que pueden haberlo influenciado (aunque está Kafka), y algún picadito de noticias culturales (premios, ferias, la mar en coche). Sobre todo en las columnas que involucran la historia del arte, el tono tiene la limpidez de lo didáctico (como lo señala bien Reales en el prólogo, y lo contrapone con el Di Benedetto periodista mendocino, mucho menos afable). Como si Di Benedetto hiciera algo de docencia para el common reader español, que estaba en el exit del franquismo. Como si percibiera la condición de indigencia del mundo cultural de la Madre Patria. También, sus posibilidades. Como si le dijera a ese posible lector: “Tranquilos, tienen todo el siglo XX por delante para descubrir”.

Una tercera posible valoración de este libro es, tal vez, la más interesante: el cotejo. ¿Qué nos puede decir Di Benedetto sobre Di Benedetto, cuando lo leemos en su faceta periodística, opinando sobre otros escritores, cineastas, dramaturgos y artistas? Si lo hacemos con morosidad, nos encontramos con algunas sorpresas. No grandes revelaciones, pero sí ocasionales destellos. Por ejemplo, que Di Benedetto está lejos de compartir el lapidario juicio que hizo Saer en aquel célebre prólogo a Zama sobre García Márquez y los novelistas latinoamericanos del boom: “… lo cierto es que funcionan en él imaginación y estilo, más un don de acierto digno de ser celebrado, en cuanto al vocabulario”, escribe del colombiano en ocasión de su obtención del Nobel (“Atributos humanos, de carácter y personalidad, de un Premio Nobel”). Que no carece de ironía, recurso difícil de encontrar en su literatura: “(Herzog) Puebla la pantalla de auténticos pobladores de la Amazonía, tal vez convencidos de que actuar para el cine puede ser más próspero que los descabezamientos, da más cartel” (“Fitzcarraldo, héroe titánico y delicias del bel canto”). Previsible, se observa cierto cuyano puritanismo en una semblanza enamoradiza de Greta Garbo (sí, Di Benedetto no podría haber escrito La traición de Greta Garbo) (“La divina Greta, hoy centro del escándalo”); pero es cierto que también se queja de aquellos que critican a Modigliani porque pintaba borracho (“Modigliani, verdadero artista creador de belleza”). Se observa, con asombro feliz, ciertas notas en donde aparece como un cronista de costumbres, como el encargado de hacer lo que antes se conocía como la página de Sociales de los diarios (un oficio que Barón Biza, otro experto en suicidios, practicó de forma más denodada), pero en vez de lidiar con la high society, lo hace con el ego de sus pares (“Memorial de Canarias. Invasión de escritores y tenaz defensa guancha”). Si bien habla mucho sobre cine sin salir del rubro, le interesa subrayar las correspondencias entre el terror que observa en Poltergeist y los cuentos mayores de Maupassant, o entre la historia de Fitzcarraldo filmada por Herzog y el mito de Sísifo. No parecen ser esforzadas, laboriosas correspondencias: no hay tentativa de sorpresa, más bien parecen cosas que dice, de nuevo, para educar al soberano. Ve cositas en las geniales adaptaciones de los cuentos de Poe que hizo Corman; ve cosas, aunque no termina de apreciar la dimensión de su genio (para ser justos, nadie lo tenía tan claro en los ’80 como lo tenemos ahora). Sí nota el desenfado y alegría del cine de Almodóvar. Hay días que titula con más ganas que otros, como quien a veces tiene un buen día en el trabajo, y a veces sencillamente no.

Al final de la jornada, ocurre con este libro lo que ocurre con los papeles más o menos anodinos que van saliendo a la luz de los escritores que amamos, o que alguna vez amamos. Buscamos una pista, un desliz, algo que nos permita seguir creyendo o algo que nos habilite la incredulidad. Suele ser en vano. La figura en el tapiz ya está: aparece un color, un matiz, una hebra rebelde. Pero no. Aparece la ligera variación que Sensini le imprimía a sus relatos para engañar jurados fácilmente engañables. Pero no. Difícil no sobreleer, no escupir sentencias: “Con brazos o sin ellos, con piernas o sin ellas, el bueno de Zama finalmente volvió a España, en la persona de su creador, Don Antonio de Benedetto. Con la lengua en cuarto intermedio. Salú, maestro”. Pero no: el camello se atasca en el ojo de la aguja, y en este caso el exilio solo se parece al exilio, sin silencio y sin astucia. “Ya llega aquel examen del bien y el mal / Ya llegan las noticias cruzando el mar / ¿No ves que el mundo gira al revés / Mientras miras esos ojos de video tape?”. Una letra demasiado hermosa como para no ser cierta.

 

Antonio Di Benedetto, Escritos del exilio – Textos de Madrid 1978-1983, Adriana Hidalgo, 2022. Introducciones y compilación de Liliana Reales y Mauro Caponi.

 

Sobre El Autor

es licenciado en Letras por la UBA. Realizó tareas de comunicación institucional y curaduría de contenidos web en la Jefatura de Gabinete de la Nación y en la Subsecretaría de Gobierno Digital de la Nación. Ha trabajado en la elaboración de publicaciones para distintos proyectos editoriales. Ha publicado columnas de cultura en medios digitales.

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