Romina Pistolas nacida en Puerto Varas en 1987, criada en la isla de Calbuco, al sur de Chile, y radicada en Australia narra en su primera novela los ritos de iniciación en el negocio del desnudismo, y comparte los conflictos de las trabajadoras de locales nocturnos en un relato de auto ficción que es el puntapié inicial en Argentina de la editorial chilena Cuneta.

 

“… ¿Por qué crees que debes convertirlo todo en un relato? –me preguntó Vera. De modo que se lo expliqué.

Porque si cuento la historia, domino la versión.

Porque si cuento la historia, puedo hacer reír; y prefiero que se rían a que tengan lástima de mí.

Porque si cuento la historia, no me duele tanto.

Porque si cuento la historia, puedo soportarla…”

Nora Ephron, Se acabó el pastel

 

¿Dónde empezó para vos la escritura?

La escritura empezó a muy temprana edad, como una forma de escape a otra realidad.  Desde que aprendí a leer me dediqué a leer todos los libros que estaban a mi alcance en mi casa, y cuando esos se me acabaron, mi papá me empezó a llevar a la biblioteca del pueblo, donde me dejaba tardes enteras y cuando se hacía tarde me iba a buscar. Ese olor a libro que tienen las bibliotecas sobre todo esas de pueblo, que tienen hasta polvo por ahí entre medio, se convirtió en un lugar seguro. Ese olor significaba que escapaba de lo que fuese tenía que escapar a esa corta edad y viviese aventuras y realidades que no tenían que ver con la mía.

“Crecí en una casa donde la gente nunca andaba desnuda…”, ¿escribir tiene que ver también con desnudarse?

Crecí en una casa donde no se hablaba mucho de nada. La gente no andaba desnuda ni literal ni de alma. Aprendí que hay temas que no se tocan y también a guardar los sentimientos o emociones, porque se valoraba la tranquilidad por sobre la honestidad. Para mí escribir es un proceso íntimo, solitario. No sé si haría bien en un taller con un montón de gente, por ejemplo. Lo gracioso es que desnudarme, en cambio, ha perdido toda sacralidad. Realmente me da cero pudor y me cuesta mucho más hablar en público que abrirme de piernas y mostrar el ano a una audiencia.

¿Cómo fue que decidiste contar tu historia? ¿Encaraste sola el proyecto?

Lo hice sola. Partí con un taller de escritura del yo, para entender lo que estaba por hacer y aprender de las que ya lo han hecho antes, y que lo hicieron bien. Tuve la suerte de tener a Camila Gutiérrez como mentora esos primeros meses de escritura y ella fue el gran empujón que necesité. Después vino Cuneta, la editorial, y me terminó por dar la seguridad que necesitaba para creer en que los capítulos escritos tenían el potencial de ser publicados. En el fondo, escribí sola, pero tuve los guías que alumbraron el camino y lo hicieron transitable.

¿Qué sentiste a lo largo del proceso, mientras hacías el recorrido por los temas más conflictivos: el tener que ocultar a tu familia tu oficio, los trastornos de ansiedad, el desamor, la soledad?

Al minuto de empezar a escribir el libro aún estaba en medio de un proceso interno de descubrir qué mierda estaba pasando con mi vida. No entendía mucho más que lo que hacía en el día a día. Sentía que si abría la llave me iba a terminar ahogando. No tenía idea de para donde iba mi relato. Inicialmente pensé en escribir anécdotas del club. Tenía (tengo) muchas historias, experiencias con clientes que son interesantes de contar. No fue mi intención empezar a escribir sobre mi ex marido o mi familia, mucho menos sobre mis conflictos internos o mi ansiedad. Salió porque para entender por qué yo había empezado a trabajar de stripper, tenía que contar mis prejuicios con el trabajo, y mi relación con la desnudez. Para entender eso tenía que explicar que soy de un pueblo chico, y tenía que hablar de mi ansiedad, para hablar de mi ansiedad tenía que hablar de mi familia, y así. Al final terminó por ser una experiencia de psicoanálisis prácticamente. Quedé limpiecita de conflictos internos. Lista para nuevos traumas.

El relato indica que hay otras mujeres de tu familia con trastornos de ansiedad o depresión. Y que se referían a ellas como “enfermas de los nervios”. ¿Cómo fue romper ese estigma y dejar de naturalizar y minimizar el dolor que traen los trastornos de ansiedad?

La gente que no padece depresión o ansiedad nunca va a entender lo real de ese dolor. Las mujeres de mi familia eran descritas como enfermas de los nervios cuando yo era chica. Crecí pensando que era una cosa como la neurosis, que sólo las mujeres padecían porque éramos muy “sensibles”. Cuando me di cuenta de que yo también “era nerviosa”, me lo tomé como una sentencia. Poco se hablaba de la salud mental en los noventa, lamentablemente. Muy sola y a puro tesón fui descubriendo lo que significaba en realidad y que podía ser manejado. Había que quitarle poder a esa sentencia de locura y desde ahí, hilvanar la madeja. Dentro de lo lindo que me ha pasado al publicar este libro se encuentra de todas maneras la cantidad de mensajes de gente que se siente menos sola al identificarse con la protagonista.

¿Qué rol juega el humor, tan presente en tu novela, en un texto como este?

El humor está presente para recordarme que pese a que algunas situaciones en la vida son difíciles, nada es tan grave. De todo uno puede reírse y darle la vuelta. Hay temas complejos en el libro que se ven alivianados gracias al humor, eso fue a propósito. Al final, lo único sin vuelta es la muerte. Agradezco esa capacidad mía, en mi forma de escribir y en mi vida real. Le agradezco eso a haber crecido en el sur de Chile, donde el mejor no era el más bonito o la más inteligente, si no la que devolvía la talla (el palabreo) más rápido.

La figura de la familia ocupa un lugar importante en esta historia, ¿qué significa para vos esa institución?

La familia y el amor son dos conceptos que han cambiado mucho a mis 35 años. La familia, ese núcleo sagrado, ya no es tal. O al menos la convencional. Para mí la familia es la gente que eliges a tu lado. Mis amigos son mi familia. Mi familia cambió, se han trasformado en amigos, cómplices. El amor romántico también ha pasado a un plano diría que hasta tercero o cuarto en mi vida. Actualmente tengo una pareja pero ya no idealizo esa relación como alguna vez hice. A él lo veo como un compañero, momentáneo (o no). No es mi otra mitad ni “el amor de mi vida”, ¿qué es esa wea?

 

Tener que cambiar de nombre, pasar a ser Carmen, ¿te generó algún conflicto o cuestionamiento respecto a tu identidad? ¿Fue el comienzo de una narrativa? ¿Cómo entendés el concepto de autoficción? ¿Tenés referentes en el género? ¿Y en la literatura en general?

Siempre tuve ganas de contar historias. No pensé que iba a empezar por contar la mía, pero cuando me dijeron que hay que partir escribiendo lo que uno conoce, me aventuré a explorar. Fue difícil porque hay infinitas cosas que salieron de esas páginas que hasta yo desconocía. Escribir una auto ficción es bien surreal, porque hay que casi que mirarte desde afuera para darle algún arco a tu existencia y encontrar las anécdotas para una historia interesante dentro de episodios vividos que fueron traumáticos o difíciles en su momento y decir “esto servirá para entender por qué la protagonista (que es una) actúa como una hija de puta (que es también una misma)”. Verte desde afuera en tu propio viaje del héroe, encontrarle sentido a tu vida para que el lector encuentre sentido en tu relato es por decirlo de alguna forma: raro. Catártico, y extraño a la vez. Al final, en la auto ficción, la protagonista y yo somos la misma persona, y las dos nos vamos abriendo paso. O una le abre paso a la otra. Me inspiró mucho Camila Sosa, a quien leí mientras escribía. Me ayudó a atreverme a ser honesta y envalentonarme para contar mi trabajo.

La novela narra hechos de abuso por parte de tus compañeros de escuela que finalmente no tuvieron consecuencias para ellos. También se narra que a las estrippers les cuentan todo tipo de cosas pensando que no existen. Por otro lado, vemos la humillación que sufren las compañeras de trabajo de parte de sus novios o maridos, y diferentes situaciones en las que la mujer aparece deshumanizada. ¿Cómo ves hoy, en tiempos de múltiples feminismos, a la figura de la mujer?

Uno de mis abusadores terminó muerto bien joven. Lo mataron en la calle. Supe que había violado a una chica, estuvo en la cárcel pero salió rápido porque así es la justicia chilena. Sé que no tiene que ver con la pregunta final pero tenía ganas de hacer ese comentario. Recuerdo que de niño era un chico muy malo. Demasiado para lo pequeño que era. Eso me hace pensar… qué cosas habrá pasado él para ser como era. Mientras más tiempo vivo más pienso que es difícil juzgar a la gente sin entender las interseccionalidades que las atraviesan. Lo mismo con el feminismo. Tuve bastante problema interno cuando comencé mi carrera porque pensé (y me lo dijo también una amiga) que “le estaba haciendo el trabajo al patriarcado”. Si yo jugaba el papel que el patriarcado quería para mí como mujer joven, que era el de poner mi carne a disposición del mayor postor, entonces con qué cara podía yo proclamarme una feminista. Después pensé: soy una mala feminista, y estoy llena de contradicciones. Me perdono. Después pensé: el cuerpo y la sacralización de la sexualidad femenina es el real problema. Nuestros cuerpos como fábricas de crear obreros para seguir haciendo funcionar el engranaje. Nuestro instinto materno y nuestra bondad como mujeres, cuidadoras y el trabajo no pago del hogar, etc. ¿Por qué es que trabajar con la sexualidad y hacer plata y harta es más condenado por las feministas radicales que el trabajo en una fábrica textil, por ejemplo? ¿Será porque es la penetración el problema? ¿O es la exposición del cuerpo femenino a un enjambre de hombres lo que causa tirria? En todo caso no es el cuerpo el que se vende, no soy ninguna vaca. Es un servicio con el cuerpo.

Ahora pienso: no me importa que me critiquen. Sé lo que he vivido y la clase de gente que trabaja conmigo. Mientras ellas critican desde la academia yo veo a mis colegas hacer cosas extraordinarias con las oportunidades que ellas mismas buscaron. Al final lo único que consiguen es que más gente se avergüence del trabajo y más se nos estigmatice, en vez de preocuparse, por ejemplo, por que tengamos condiciones de trabajo iguales a las suyas.

 

Romina Pistolas, CARMEN. O cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa, Editorial Cuneta, Chile, 2022.

Sobre El Autor

Nuria Rodríguez estudió cine en la Universidad Nacional de La Plata. Es escritora de narrativa y librera. Desde el año 2015 participa en talleres de escritura a cargo de Pablo Ramos y Martín Sancia Kawamichi. Coordina sus propios talleres de escritura junto a Miguel Bruno desde 2019.

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