Lo advierto desde el vamos: esta no es una reseña ni nada que se le parezca. Por el contrario, es una sugerencia de lectura. Es más, de mala lectura. Con mala quiero decir esmeradamente anómala.

Hace rato que vengo insistiendo con la imperiosa urgencia de Antropología del Pop. Todavía no estoy seguro si “pop” es la palabra correcta. De hecho por muchos motivos sigo persuadido que no lo es, pero también sospecho que incluso en su imprecisión da en el blanco semántico en el primer intento. No apuesto a la palabra “popular” porque ésta estaría connotada por fuera de ciertos rasgos estrictamente mediáticos y no necesariamente masivos que la excluyen de antemano. Menos que menos sugeriría el aborrecible término “arte de masas” porque posee una cualidad peyorativa que me parece muy políticamente antigua, sobretodo en la desvalorización al espectador que connota su intención. Por otra parte, revisando otra vez esas tres letras, P-O-P, caigo en que tienen mucho de onomatopéyico, que cuadran perfecto con mi dirección de sentido. No tengo más que recordar al genial personaje de Segar, Popeye, cuya etimología, según leí más de una vez, sería Pop-eye, algo así como “ojo estallado”. De ese estallido se trata.

El pop, como quería Sontag del camp, es una sensibilidad cultural y una educación sentimental. En este sentido, Vivos, tilingos y locos lindos, libro que muchos no tardarían en señalar a mitad de camino entre las observaciones de Ezequiel Martínez Estrada en La cabeza de Goliat (“Buenos Aires es un estado psicológico”) ecualizadas por un estilo que por momentos parece un destilado del inolvidable Wimpi (Arthur García Nuñez) invita a seguir una línea de visiones donde la cotidianeidad se transforma estado de emergencia estilística.

Ahí donde Alberto Mario Perrone articula una visión informada, autorizada y ante todo muy correcta en un prólogo que vale la pena no saltearse, me interesa particularmente descentrarla, alentar a otra poética (y también política) de lectura. Cambiar el decorado. Provocar una incursión textual por este catálogo arqueológico de tribus urbanas por fuera de los lazos temporales de Rubén Darío, Roberto Payró o el mismo Unamuno. Hurgar en él los antecedentes de una forma de ver el mundo que no sólo atraviesa al Buenos Aires en camiseta de Calé, sino también gran parte del trash cultural actual. Del “fashion bajo” que aún sigue espantando y fascinando. La decisión de acompañar el texto con viñetas de época y posteriores es un enorme acierto.

Faruk realiza una jugada maestra: apenas señala en dos dibujos al tremendo Payo Roqué (¡volvamos ya a releer las inolvidables crónicas  de Lysandro Galtier!) en una suerte de paralelismo plutarquiano con un ¡punk tilingo!

Esta licuadora trash de estilos, lo confieso, me ha hecho feliz.

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Titulo: Vivos, tilingos y locos lindos
Autor: Francisco Grandmontagne
Editorial: Ediciones Colihue / Biblioteca Nacional

144 páginas

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