En junio de 2013 se celebran los 75 años desde la publicación de la primera aventura de Superman -el personaje que inaugura el panteón de la nueva mitología americana-. El festejo lo acerca una vez más al séptimo arte, esta vez de la mano de Zack Snyder, Christopher Nolan y David Goyer. El devenir de un dios de papel en unas pocas líneas.

the man of steel

Al mal tiempo buena cara, reza el refrán popular y, para maquillar la realidad, no hay como los norteños – ¡Por algo son Imperio!-.

Durante la época de la gran depresión económica, en la década del 30 del siglo pasado, la desesperanza reinaba en la clase obrera de los Estados Unidos. Los índices de desocupación habían deshumanizado a buena parte de la población, que comenzaba a intuir que esto del capitalismo no era un lecho de rosas. La justicia social había pasado a ser una especie de realismo mágico y los derechos humanos básicos no eran más que un conjunto de buenas intenciones formulados en una obra de ficción que había sabido ser la carta magna. Para 1938, nueve años después del derrumbe de Wall Street, esta realidad convivía con el ascenso al poder de Hitler al otro lado del planeta. Fue en este escenario cuando dos jóvenes de Cleveland dieron a luz una idea lo suficientemente potente como para alumbrar el nacimiento de una nueva mitología.

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Jerry Siegel y Joe Shuster -éste último nacido en Canadá-, luego de trabajar durante varios años en diferentes variantes del concepto, consiguieron llevar a imprenta un personaje que revolucionaría la cultura popular hasta el punto de revitalizar, en medio del decadentismo pulp y el escepticismo noir, los ideales del american way of life. Con Superman había nacido el primero de un inmenso panteón de dioses populares que, a falta de una fe religiosa – aniquilada por el sistema capitalista -, alimentaría el imaginario social, de progreso y de victoria, a la vez que un imaginario ético. El nuevo imperio construía desde la imaginación, las bases de una dominación cultural que desembocaría luego en su control político global. Si bien en esta oportunidad no estamos abocados a sumergirnos en las particularidades de la llamada guerra de las imaginaciones y el dominio cultural, no está demás proponer el siguiente ejercicio: Si nos paramos en cualquier esquina del país –o del mundo- y le preguntamos a 10 personas de menos de 60 años ¿Qué es la Kryptonita? y ¿Quién en Clark Kent?, es muy probable que al menos 9 sepan la respuesta. Si a la misma gente le preguntamos ¿Quién es el ministro de salud y quién el defensor del pueblo, es muy probable que el número de respuestas acertadas disminuya sensiblemente.

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Pero retomando nuestro tema, si bien Superman nace como un nuevo paradigma, una nueva figuración del héroe solar, tardará en transformarse en el panfleto con que muchos lo identifican, nació como una fuerza de la naturaleza que, con conciencia proletaria, equilibraba la balanza en contra de los poderosos. En sus primeras aventuras, el Hombre de acero era perseguido por las autoridades de un sistema viciado al que él estaba dispuesto a restaurar compasivamente.

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A lo largo de las décadas la mitología del “hombre de acero” fue enriqueciéndose al tiempo que sus elementos fueron cristalizándose en la conciencia popular. Su origen se convirtió en leyenda. La imagen del científico kryptoniano que salva a su hijo del Apocalipsis enviándolo como mensajero de paz a un nuevo mundo fue conocida por millones de personas allegadas primero al cómic y luego al radioteatro, al serial cinematográfico, a los cortos animados de los hermanos Fleischer, al serial televisivo protagonizado por George Reeves y a la megaproducción de Hollywood protagonizada por Christopher Reeve. El tono de cada acercamiento era distinto cada vez y enfatizaba en puntos tan disímiles como ser la relación romántica con la intrépida Lois Lane, la lucha contra el status quo político, el hombre del mañana que luchaba contra el mal desde Metrópolis, la ciudad de la luz o el más claro paradigma de alteridad poniendo a Superman como el otro absoluto, el alien. Cada década marcaba su impronta, mientras que en los años ´40 y 50´ el tono de la narración se centraba en el heroísmo, los años ´60 sorprendieron al personaje en una especie de delirio lisérgico pop. El relanzamiento ochentoso, a cargo del ya mítico John Byrne, corrió a Lex Luthor del lugar de científico loco para construir el némesis perfecto, el magnate dueño y CEO de distintas corporaciones, el villano capitalista definitivo. A principios de los años ´90, en un golpe maestro de marketing, DC comics decidió matar al personaje -si bien su muerte fue transitoria, nada volvió a ser lo mismo-.

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Ya instalados en el siglo XXI el personaje sufrió, o gozó mejor dicho, de dos reversiones centrales en su historia, ambas a cargo del escocés Grant Morrison. Por un lado, el genial guionista plantea la historia definitiva del hombre de acero en la novela gráfica Superman All Star, por el otro, se hace cargo del personaje ante el rebuteo masivo de universo planteado por la editorial. Morrison decide recontar los orígenes del personaje devolviéndolo a su rol de luchador proletario. Y así llegamos a las 75 velitas.

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Entre los festejos del 75º aniversario, la Warner Brothers -los verdaderos dueños del universo DC- decidió dar una nueva oportunidad a la franquicia cinematográfica del último kryptoniano.

Tras el fiasco de Superman return, dirigida por Bryan Singer en 2006, los espectadores habitaban el desconsuelo de intuir acabada la licencia por tiempo indeterminado, pero el éxito de la saga de Batman (Batman Begins, The Dark Knight y The Dark Knight Rising) dirigida por Christopher Nolan, equilibró la balanza hacia positivo siempre y cuando el director inglés pusiese su sello de aprobación al proyecto.

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Man of steel contó entonces con la pericia de Nolan en la manufactura de la historia y en la producción. Zack Snyder -encargado de llevar a la pantalla la remake de Dawn of the dead, 300 y Watchmen-, fue el encargado de dirigir el tanque multimediático.

Una vez más la saga del último kryptoniano comenzaba desde un principio. Los espectadores fueron testigos de una nueva debacle para el pueblo de Krypton. Una vez más dos patriotas -Jor-el, de la casta científica y Zod, de la casta guerrera- enfrentaban sus respectivas cosmovisiones. Una vez más Zod era condenado con su ejército fiel a la zona fantasma mientras que Jor-el metía a su hijo en un cohete dirigido al planeta tierra. Por primera vez el espectador podía ver a Kryptón como una tecnocracia senil; por primera vez se veía el parto natural de Kal-el como una ruptura de la tradición, por primera vez su padre cifraba el código genético de toda su raza en el ADN de su hijo como símbolo de redención. También se muestran las decisiones tomadas por sus padres adoptivos para formar a un niño dios. Estos aditamentos templaron el perfil de los diferentes personajes, les dieron motivaciones y carnadura…

No hay duda alguna de que el señor Kent, a sus 75 años está en la flor de la edad.

 

 

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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