Sergio Ramírez es un caballero de las letras latinoamericanas. Llegó al país para presentar su último libro de relatos editado por editorial Alfaguara, Flores oscuras, con la fortuna de poder coincidir en tiempo para participar de Azabache, el festival de literatura negra de Mar del Plata. Ya de nuevo en la Ciudad de Buenos Aires, nos recibe una tarde en las oficinas de prensa de la editorial con un café de por medio y sin abandonar jamás su hablar pausado y su sempiterna corrección política, retomamos la conversación que iniciáramos unos días atrás en suelo marplatense.

En Azabache usted comentaba que estudió abogacía por instigación paterna…

Sí, lo que pasa es que mi padre era comerciante de abarrotes, tenía una tienda en el pueblo, frente a la plaza de la iglesia. Él venía de una familia muy numerosa, todos eran músicos pobres, el único que no era músico era él, porque en la repartición de instrumentos, mi abuelo –que era el director de orquesta- le dio el contrabajo, y a él no le gustó, entonces se hizo comerciante. Siempre me insistía que él había llegado donde había llegado habiendo llegado hasta cuarto de primaria y, que su ambición, era que yo tuviera un título profesional. Entonces entré en la universidad ya con el designio de estudiar derecho porque realmente no me dejaban otra opción, me hubiera gustado estudiar periodismo, por ejemplo, pero esa carrera no existía entonces en Nicaragua.

¿Tuvo alguna relación su estudio de Derecho con su carrera política y la Revolución sandinista?

Bueno, lo que pasa es que en América Latina los abogados somos una especie de “pomada del tigre”, que sirve para todo. Los abogados somos los políticos, los juristas, los tribunos, los parlamentarios, hasta los escritores, ¿no? Si tú revistas la lista de escritores de América Latina, muchos vienen del Derecho, desde Rómulo Gallegos hasta Carlos Fuentes.

Yo me gradué de abogado sin ninguna intención de ser litigante, o juez, o cualquier otra cosa. Obtuve, en la facultad de derecho, una preparación que a mí me pareció que en aquel tiempo era muy buena, porque era una universidad pequeña con muy buenos profesores, la Universidad Nacional de todo Nicaragua tenía tan solo mil estudiantes; era una educación casi particular, uno podía ir a la casa de los maestros, hablar con ellos, ellos nos prestaban los libros. Ya había materias ahí que a mí me sirvieron mucho, como Economía política, por ejemplo, Sociología, o Filosofía del derecho, también.

Siento que el estudio de las leyes me dio un rigor lógico, no hay nada más exacto que un artículo del Código Civil, tal como fueron transcriptos del código napoleónico, que es el mismo al que se refería Stendhal cuando decía que todos los días había que leerse, antes del desayuno, un artículo del Código Civil. Por la precisión lógica que tiene su lenguaje.

Comencé trabajando en la Universidad como asistente del rector, que era un hombre muy notable en el país, Mariano Fiallos Gil, y luego me fui a Costa Rica con un cargo en un organismo regional universitario de Centroamérica, porque en ese tiempo la integración estaba muy en auge y había un plan de unificar carreras, hacer compatibles los sistemas universitarios. Fue entonces que me decanté más bien por el lado burocrático académico.

¿Por qué cree que no se llevó a cabo ese plan de unificación?

En general, por temas económicos. En 1960 se firmó el Tratado de Managua, que creaba una zona de libre comercio, un tratado aduanero que levantaba los aranceles, y funcionó bastante bien. Yo creo que si no funcionó la integración a nivel universitario se debió al tipo de economías, son economías de exportación más que de intercambio. El repunte industrial fue muy limitado y rápidamente las economías a escala derrotaron a los mercados pequeños, es decir, siempre resultaba más barato importar productos terminados que producirlos, el mercado no era tan grande.

¿Cómo termina involucrándose usted en política?

Bueno, porque la universidad era un hervidero de antisomozismo y el Frente Sandinista se creó en la universidad. La rebelión contra Somoza se alentaba en la universidad. Entonces, cuando yo llegué a estudiar -venía de un pueblo pequeño, tranquilo, en donde mi padre era afiliado al Partido liberal de Somoza- el mundo cambió radicalmente para mí, me encontré con que en la universidad todos los días había manifestaciones contra la dictadura, hasta que terminó en un tiroteo contra los estudiantes en el año en que yo ingresé. Hubo cuatro muertos entre los muchachos, y yo participaba de esa manifestación, dos de los muertos eran compañeros recién llegados a la universidad conmigo. Esa masacre estudiantil a mí me definió por completo hacia el antisomozismo y hacia la lucha revolucionaria. Al año siguiente fundamos el Frente Estudiantil Revolucionario, que fue el semillero del Sandinismo, y yo fui de los fundadores. Desde entonces tenía, creo, dibujado un camino hacia la lucha política.

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¿Y por qué termina alejándose de la política?

Porque yo no era un militante. En el año 60, cuando se funda el FER y el Ejército sandinista, el camino era la clandestinidad -no había otro- y yo nunca estuve dispuesto a dar ese paso, no sentía que ese fuese mi carácter, ni mi vocación. Yo entré a colaborar con el ejército sandinista cuando se abrió a un proyecto de participación común, es decir, cuando llamó a la gente para formar un gran proyecto para derrocar a Somoza. Dejó de ser lo sectario que era –y no uso la palabra “sectario” en el sentido peyorativo, era una delegación cerrada porque eran los que estaban dispuestos a morir, y la filosofía era dar el ejemplo para que otros siguieran adelante-. Para entonces yo ya había definido mi vocación por la escritura, tanto que, habiendo sido yo electo Secretario General del Consejo de Universidades de Centroamérica a mis 28 años, sin embargo cuando me dieron la oportunidad de irme a Alemania a escribir, yo no lo dudé, no me importó dejar este cargo importante, estaba convencido de que mi vocación era la de escribir. Es más, escogí entre irme a Alemania en lugar de una beca para estudiar Administración Pública en Standford. Entonces vendí mis cosas y me fui a Alemania, mis hijos eran muy pequeños y nos fuimos con mi mujer a vivir a Berlín dos años, a escribir, pero cuando vino el llamado de la revolución, que ya se barruntaba que la lucha contra Somoza entraba en la recta final, yo tampoco dudé en regresar a Nicaragua e incorporarme en la lucha, porque consideré que la revolución en ese momento implicaba que uno tenía que dejarlo todo -no así la política, sino la revolución, que para mí era una cosa distinta-.

Por eso que cuando la revolución para mí llegó a su fin, todo aquel experimento que se hizo de cambio y perdimos las elecciones en el 90 y luego vinieron los problemas dentro del Frente sandinista, yo salí de regreso a la literatura, porque era de donde yo venía.

¿Cuál fue el momento clave en su vida literaria?

Vamos a ver, esto habría que explicarlo, terminada la etapa de la revolución, yo tenía publicadas unas dos o tres novelas, pero en ese momento tenía como un color de político, había perdido mi color de escritor con la política, porque la revolución fue un hecho muy visible en el mundo y como entre mis papeles estaba el ser vocero de la revolución en el exterior –yo viajaba mucho por Europa, Sudamérica y por EE.UU. defendiendo el proyecto de la revolución- entonces tenía yo la marca de la revolución encima. No fue fácil rehacerme una figura de escritor, yo creo que en eso el Premio Alfaguara me ayudó mucho, a restablecerme, porque era un premio muy importante que se daba por primera vez, y me tocó hacer una campaña muy intensa de promoción para mi libro, por toda América Latina, por España, ese fue el momento clave para mi carrera.

Como lector, ¿cuáles son los autores que configuraron su estilo narrativo?

Vamos a ver, primero deberíamos hablar de mi etapa como cuentista, porque yo me formé primero como cuentista, la novela era para mí algo ajeno. Leía entonces a Chejov, a Horacio Quiroga –quien fue muy importante para mí-, Maupassant, Ambroce Bierce, Poe, Hemingway, Faulkner, esta fue mi primera formación, la de la adolescencia, porque yo lo que perseguía era desarmar este juguete mecánico que para mí era el cuento, aprender la técnica de cómo se montaba, cómo se armaba. O’Henry fue muy útil para mí en este sentido.

En la segunda etapa de mi formación como cuentista ya entraron Rulfo, Borges, Cortázar, cuando yo me fui a vivir a Costa Rica descubrí a estos escritores que en Nicaragua no había leído. Recién después comencé interesarme por la novela, pero es curioso, fuera de Alejandro Dumas y Víctor Hugo –que uno los lee siempre-. Los primeros novelistas que yo leí eran latinoamericanos, ya a mediados o finales de los 60, empecé por los nuevos novelistas latinoamericanos, por Fuentes, por Vargas Llosa…

 

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Usted comienza su último libro, Flores oscuras, con un cuento en el que un juez va a tomar una cerveza con su conciencia. A la luz de este relato, ¿existen diferentes modelos éticos en una misma sociedad?

Pues el modelo ético que para mí sigue siendo una referencia es el que me enseñaron en la escuela de derecho. Había una clase de ética que se llamaba así, Ética Profesional, y sus parámetros eran: la administración recta y transparente de la justicia, la integridad, la probidad, como se decía entonces. Entonces claro, en una Nicaragua como era la de Somoza, la calle contradice inmediatamente la enseñanza exegética, no es lo que dice la ley sino lo que dice la realidad, y yo pronto me di cuenta, siendo adolescente, que existía una gran corrupción, porque los jueces hacían lo que Somoza decía. No había narcotráfico, por supuesto, pero había coimas en los juzgados, ya se sabía que un Secretario de juzgado no iba a hacer una notificación si no había un “sobre” de por medio, eso era común y corriente.

En ese sentido, para mí ética solo ha habido una.

Pero más allá de su caso personal, si hoy en día echamos un vistazo alrededor del mundo, en las distintas democracias, ¿le parece que existe una misma ética para los diferentes estratos sociales?

Yo diría que la valoración ética ha cambiado mucho y la anti-ética depende ahora de la filosofía del dinero fácil, que es todo lo contrario de los valores en los que mi generación se formó; de entre los guerrilleros que yo conocí, tenía un amigo llamado Jorge Navarro, que fue de los primeros en sumarse a la guerrilla. Llegó a estudiar derecho el mismo año que yo y éramos compañeros de banca, él tenía una mística franciscana, es decir, ser guerrillero, ser revolucionario, significaba ser intransigentemente honrado, incapaz de tocarle un peso a la organización, o a nadie.

Hoy en día yo encuentro que ha habido como un derrumbe de la ética, que tiene que ver con la falta de solidaridad con los demás, con el abrirse al dolor de los demás, y eso tiene que ver con la honradez también. Esta filosofía del dinero fácil, del enriquecimiento rápido, se está llevando todo, y en Centroamérica se la encuentra muy fácilmente dándose la mano con el narcotráfico. También está la corrupción del político, que una vez electo comienza a robar como si el estado fuese un botín, eso es algo generalizado en toda Latinoamérica, esa especie de impunidad que los que llegan a gobierno creen que el poder da.

¿Le parece que ese es un fenómeno particular de América Latina?

No, yo estoy leyendo los periódicos todos los días, siguiendo la situación de España y, es asombrosa toda la podredumbre que están sacando; en Italia también se dan toda clase de obscenidades, en Francia, pero hay una diferencia sustancial que es que en Europa los jueces persiguen esos casos y la gente va a la cárcel.

Los cuentos de Flores oscuras están sobrevolados por una visión si no pesimista por lo menos desencantada, ¿esta es una decisión consciente?

No, yo creo que tal vez reflejan un estado de ánimo, una visión apesadumbrada de la vida que la experiencia arrastra y tal vez es imposible dejar de reflejar, aunque yo mismo lucho contra esa desesperanza. Siempre pienso que en el futuro habrá otras generaciones que harán mejor las cosas. Mi generación quiso hacer lo mejor. La revolución, muchos de mis personajes vienen de la revolución, y con el tiempo volvemos a tratar el mismo tema, quién se mantuvo fiel a sus principios y quién no, seguimos hablando de ética. Tantos echaron sus principios por la borda, tomaron lo que no era suyo, y hoy poseen un poder que nunca soñaron cuando eran guerrilleros. Eso me desencanta, pero no lo suficiente como para no imaginar un futuro mejor.

 

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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