Es solo cuando el último centímetro de mi cuerpo termina de sumergirse, que mi corazón se calma. Como si el aire que necesitara mi espíritu estuviera contenido entre las aguas, y no en la superficie. Entonces mis cabellos se asemejan a las algas que a mi lado bailan la danza silenciosa, y mis ojos se convierten en órganos sensibles y atrofiados que intentan contemplarlo todo en un idioma que no entienden.

En el pueblo se comenta que, estando yo aún en su vientre, mi madre empezó a tener antojos de agua salada. Comenzó por mezclar un poco de sal común en sus bebidas —una cucharada o dos—, y empeoró hasta llenar tazas enteras de granos blancos, gruesos y pesados, que luego salpicaba con escasas gotas e ingería desesperadamente.

Poco después de dar comienzo a esta singular conducta, se le entumecieron las manos y los pies, hasta que cada dedo se juntó con el de al lado, y solo le quedaron unos muñones extraños y deformes coronando sus extremidades.

 No fue sino hasta unos pocos meses después de haberme dado a luz que descubrieron que sufría de una extraña y curiosa enfermedad. Por entonces había engordado mucho y la piel se le había vuelto gruesa y resistente como el cuero.

Las más viejas me contaron que llegó la mañana en la que ya nadie logró reconocerla. Había perdido la memoria y la capacidad de hablar, y, paulatinamente, se había convertido en algo muy parecido a un manatí.

El día de mi primer cumpleaños gritó como nunca. Gritó con la fuerza de las bestias encerradas. Entonces, incapaces de soportar el sufrimiento de lo que había sido alguna vez mi madre, las mujeres de la aldea la llevaron al río y la soltaron en las aguas, que la recibieron como a un familiar perdido.

Los hombres dicen que no es así, que son mentiras.

Lo único que sé es que mi madre se fue un día que no puedo recordar, y que en casa nunca más se habló de ella.

Victoria Bayona

Dalila y los tritauros

¡Gran año para la Señorita Bayona! En 2013 ha dado a luz dos novelas y una obra de teatro que alcanzó bastante notoriedad en el circuito independiente…

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Dalila y los tritauros, tu segunda novela de género fantástico, tiene una prosa más reposada, más poética y a la vez mucho más melancólica. Casi podría mencionarse la melancolía profunda del mar. ¿Cómo manejas la paleta emocional de cada obra?

Ya desde las primeras notas que tomé para Dalila sabía que iba a ser una historia “azul”, sensible, con un tono melancólico. Quería que fuera así. Si hay algo que me propongo desde la escritura es poder explorar las emociones humanas para retratarlas luego en el marco de lo fantástico. Me gusta, me interesa como línea de trabajo esa combinación de sentimientos reales inmersos en un mundo maravilloso. Es la manera que encuentro de hablar de mí, de mi universo, protegida por la libertad que me da el género. Fantástico no es sinónimo de ligero o llevadero, mucho menos de escapismo. Eso es lo que, en ocasiones, cuesta transmitir cuando uno se enfrenta con lectores que prejuzgan al Fantasy asumiendo que las temáticas que se abordan son livianas o solamente entretenidas. Camino a Aletheia, mi primera novela, también toca cuestiones inherentes al universo emocional de todos, pero creo que el acento está puesto en la aventura. Dalila, en cambio, utiliza a la aventura como excusa para hablar del alma y los conflictos de los personajes.

Por otra parte, cada vez que encaro un nuevo proyecto, intento tener una o dos ideas fundamentales como eje. En el caso de Camino… fue la verdad. En el caso de Dalila… fueron el agua, por un lado, y la tristeza, por el otro. Lo curioso es que, al poco tiempo de haber comenzado a escribirla, recibí la noticia de que iban a publicar Camino…, así que terminé escribiendo una historia que gira integralmente alrededor de la tristeza durante uno de los momentos más felices de mi vida.

Desde su texto preliminar, que es el que figura aquí arriba, el texto nos presenta una estructura mítica muy personal pero no carente de arquetipos. ¿Cómo surge la imagen de la enfermedad de la tristeza?

En el libro, la enfermedad de la tristeza ataca a las personas con una tendencia a la nostalgia. Al atravesar una situación de angustia, comienzan a experimentar la necesidad de tomar agua salada y, con el tiempo, se transforman en mamíferos acuáticos como manatíes o belugas. Son varias las imágenes y los elementos que quería utilizar para hablar, fundamentalmente, de las consecuencias de alejarse del deseo. Para mí, la tristeza está emparentada con estar desconectado de uno. Por más que esto no esté dicho literalmente en la historia, fue el motor que le dio origen. Tanto el agua como los mamíferos marinos son temas recurrentes en mi escritura. Sueño mucho con el mar y con ballenas y, después de indagar un poco, me crucé con un concepto que me interesó: los mamíferos acuáticos están asociados al retorno a uno mismo. Tiene lógica: la vida se originó en el mar, estos animales evolucionaron, caminaron en tierra y después volvieron al océano. Creo que el agua, en mi imaginario, representa lo inabarcable, lo que está fuera de control, los cambios de la vida que son como una marea caprichosa. Desde chica me pesó muy fuerte la responsabilidad de mantenerme fiel a mi esencia, a lo que más quería en el mundo que era comunicarme a través de la palabra. Tenía un miedo atroz —casi inexplicable— a volverme un eslabón más en la cadena de un mundo que terminara por apagar mis ganas de hacer, de producir. Siento que producir, siento, es lo que me salvó y me salva. Una vez tuve una imagen que me gusta como metáfora: la de una construcción en medio del desierto, atacada constantemente por tormentas. Escribir es lo que me ayuda a quitar toda la arena, si no escribo voy a terminar asimilada al desierto.

 

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Presentación de Dalila y los tritauros en la Biblioteca Nacional

De alguna manera, la muerte de la abuela enmarca la entrada en la pubertad de Dalila, el fin de la inocencia. Es entonces cuando Dalila se ve compelida a encontrar su verdadera herencia. Nuevamente aparece en tu obra la búsqueda de la aletheia, la verdad más profunda. ¿La inocencia es enemiga de la verdad? ¿La construcción de un destino propio siempre implica una subversión?

De nuevo el tema recurrente: la búsqueda de la identidad, la lucha por hacer lo que uno ama. En Camino…, para la capitana la aletheia fue darse cuenta de que su destino estaba en el mar, gracias a lo que en su momento le pareció una desgracia: tener que huir de su familia. En el caso de Dalila, la muerte de su abuela y la aparición del tritauro, complotan para que inicie la búsqueda de su identidad. De ninguna manera pienso que la inocencia sea enemiga de la verdad. Al contrario, creo que nos ayuda a discernir las necesidades más urgentes: el cariño, la aceptación, el apoyo. Lo que estos personajes pierden, es una mirada infantil de la vida, que no es lo mismo que la inocencia. Creo que se puede conservar una actitud inocente en la adultez, pero que para enfrentarse a la verdad se necesita una madurez que no se tiene de chico. Y definitivamente creo que la búsqueda de la identidad tiene que ser una postura activa, un trabajo responsable y sostenido que, en más de una ocasión, demanda coraje y rebeldía.

El universo masculino del libro participa indefectiblemente de una ética dudosa, si no abiertamente traicionera. Esto, sumado a que el nombre de la protagonista es Dalila –en la Biblia Dalila es quien castra simbólicamente al héroe Sansón cortándole el pelo, arrebatándole su poder-, ¿nos ubica en una reflexión acerca del género que es consciente o inconsciente?

Completamente inconsciente. Me hicieron esta misma pregunta el día de la presentación, y me quedé en blanco. Igualmente lo de la castración me parece un poco excesivo, jaja. Advierto que la temática del libro y el tono en general tiene mucho de femenino, de maternidad, de útero. El retorno a la esencia, el agua, la madre, la abuela. Es una constelación de mujeres y, alrededor de ellas, giran los hombres. Definitivamente el foco está puesto en el universo femenino. Sin embargo hay personajes masculinos que quiero mucho, como Itskyán o el maese. Itskyán es la gran victima de la historia, el héroe silencioso. Y el maese es el claro exponente de un problema que sufren casi todos los personajes, que es la imposibilidad de expresar sus sentimientos. En muchos momentos de la novela —lo vi una vez que estuvo terminada—, los personajes quieren decir algo pero no pueden, o no quieren. Y esa falla en la comunicación es la que, en último término, lleva a que los conflictos se acrecienten y se desate la tragedia.

 

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Victoria Bayona

El síndrome Kafka, tu obra de teatro, plantea, ya desde su slogan, la pregunta sobre si son compatibles el arte y el amor y nos sumerge en la relación de cuatro personajes con sus disfuncionalidades a tono con la época. ¿A qué atribuís la insatisfacción generalizada de nuestra generación? ¿Pensás que el derrumbe de la religión, de las ideologías, de las costumbres, de la familia como núcleo social terminó por afectarnos? ¿Será necesario volver a definir el concepto amor?

En la obra, una vez más, intento plantear la problemática de la identidad, esta vez en relación a cómo uno la preserva o no, estando en pareja. Más allá de que la problemática se plantea en referencia al arte, bien puede el arte simbolizar cualquier otra actividad que nos identifique. A mí me ha pasado estar en una relación y postergar proyectos, o no invertir el tiempo en lo que quiero por invertirlo en otro, sin que necesariamente esta persona me lo haya pedido. Lo que la obra también intenta reflejar es ese conflicto: que a veces somos nosotros mismos los que depositamos en la pareja las excusas, y que la realidad es somos nosotros los que no sabemos o no podemos encontrar el equilibrio o la manera de hacerlo funcionar. Tengo la sensación de que nuestra generación está confundida. Yo estoy confundida, al menos. Las generaciones anteriores eran menos flexibles y su estructura más opresiva. Hoy vale todo. Me parece que tenemos muy en claro qué modelo de pareja no seguir, pero el modelo de pareja que queremos formar es una verdadera incógnita.

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Como sociedad hemos inventado decenas de formas de asociarnos en un negocio, pero sólo una o dos para establecer un vínculo amoroso. ¿Es falta de imaginación o ausencia de demanda?

Quizás haya un exceso de realismo, de crueldad. De “yo soy esto, tomame o dejame”. Creo que hoy en día nadie está dispuesto a hacer o dejar de hacer nada en nombre del amor. Quién sabe si no sea lo más sabio… pero creo que a esta realidad le está faltando un poco de pirotecnia. Habría que reivindicar la magia.

¿Es posible el arte sin amor?

Depende de a qué tipo de amor nos estemos refiriendo. La palabra es tan simple y abarca tantas cosas… Creo que el arte, el que completa, el que transmite, tiene adjunto siempre un poco del alma de quien lo creó, y en ese acto de desprendimiento hay un amor muy particular. Desde esa mirada, no.

Acabás de ingresar en el mundo de la literatura infantil. ¿Cómo nace Los monos fantasmas?

No creo estar ingresando a un terreno “infantil”. Cambié, sí, el narrador y el género. (Es la primera novela que escribo en primera persona, en un escenario real y con aires de policial y terror) Pero una vez más me encontré escribiendo una historia que tenía ganas de contar, sin pensar en un lector pequeño, sino cuidando que también pudiera ser leída por alguien de menor edad. Me cuesta mucho emprender narraciones con un niño en mente. Los monos…nació con la propuesta del editor, Franco Vaccarini. Hace tiempo que nos conocemos y confió en que podía ser parte de esta nueva colección. Me preguntó ¿te animás a escribir un policial con algo de terror? Claro, le dije. No sabía muy bien en lo que me estaba metiendo. Primero tuve otra idea que empecé a desarrollar, pero me pareció que no era adecuada para un público de la edad a la que apuntaba entonces me sedujo la de escribir algo con fantasmas de animales, en este caso monos, que a mí me dan un poco de miedito. Los monos vivos, los muertos ni te cuento. La novela trata de un psicólogo especializado en lo paranormal que, como ve espíritus, la gente lo contrata para que los convenza de que es mejor pasar al otro lado. Sergio Magallán, se llama. La novela comienza cuando lo contratan del zoológico de Buenos Aires porque dicen que en las jaulas abandonadas estuvieron apareciendo fantasmas de monos. Inicia la investigación y no para. Le pasa de todo, pobre Magallán. Me divirtió mucho escribirla. Yo vivo a tres cuadras del zoo, así que conozco bien el barrio. Fui con unas amigas y sus hijos cuando empecé a tomar notas para la novela. Cada vez estoy más en contra de este tipo de lugares. Zoológicos, parques temáticos con animales, circos… me parecen un horror. Espero haber volcado un poco de esta visión en la novela.

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¿Qué diferencia hay entre la escritura para adultos y para niños a la hora de sentarse a escribir?

No lo sé, yo escribo historias que me gustaría leer a mí. Quizás me ocupo de que también las pueda leer alguien más chico. Al momento de escribir Los monos…, me enfoqué más en la intriga, en el misterio y en cómo se resuelve, que en desarrollar el mundo espiritual de los personajes, tal vez esa haya sido una diferencia.

¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?

Hace pocos días retomé la escritura de la tercera y última parte de la saga de Aletheia. Estoy muy entusiasmada. Volver a escribir los personajes es como reencontrarse con viejos amigos. Extrañaba a mi capitana. No sé qué voy a hacer cuando me tenga que despedir.

 

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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