Entre alianzas y enfrentamientos; entre católicos de un lado y también católicos del otro; entre torturados y torturadores; entre la vida y la muerte, la Iglesia y el Estado se dan la mano. La década del ´70, una renovación de la vida religiosa; una renovación moral de la vida cristiana de la feligresía, y una formación sacerdotal convenientemente adecuada. Así, todos contenidos dentro de una Iglesia íntimamente solidaria con el género humano, siempre en el marco de la única fe católica.

Pero algo pasó, y pasó por algo. Una violencia católica, conducida por católicos, tolerada por católicos, y padecida por católicos.

Creyentes inmersos en estas prácticas políticas. ¿Una fe católica al servicio del genocidio escondido detrás de una catedral y de un púlpito castrense?

La política entregó a sus jóvenes más aptos y comprometidos; ¿la Iglesia ofreció a los suyos?

Todos militantes, todos misioneros, todos responsables, y todos, convertidos en víctimas.

En 1977 la Iglesia produce un documento denunciando las desapariciones, torturas, robos y vejaciones, pero esto fue un debut y despedida; los siguientes documentos del clero perdieron la fuerza y transparencia que tuvo el del ´77 -“Reflexiones para el pueblo de la Patria”-; aquellas denuncias graves fueron abandonadas, y en su lugar, la puso el acento en la moralidad pública. Reclamaba un sano y prudente control del sexo, anclando en el pasado una aparente indignación por las desapariciones, violaciones y torturas.

Desde la Iglesia se llegó a decir, con mucha firmeza, y algo de cinismo, que en Argentina cada muerto tenía su sepultura.

Obviamente, el Episcopado argentino se diferenciaba notoriamente del salvadoreño, del chileno, del brasileño. Durante la dictadura quedó en evidencia la formación de los militares, y también, la del “hombre católico”.

En septiembre de 1979 llegó a nuestro país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y en aquella oportunidad algunos príncipes de la Iglesia, para bien o para mal, abrieron sus bocas; resulta interesante consultar aquellos diarios.

El libro Dónde estaba Dios, pone el eje en las tensiones que genera el conflicto entre distintas perspectivas de un mismo catolicismo. Su lectura resulta sumamente interesante para determinar qué significa el catolicismo desde la perspectiva personal de quienes asumen responsabilidades políticas que repercuten en la sociedad. La violencia política generó un impacto sobre los católicos. Ahora, ese impacto se traslada a las páginas de este libro que en sí mismo, representa un compromiso de fe católica genuina.

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¿Dónde podemos encontrar el germen del terrorismo de Estado en Argentina?

Gustavo Morello: En las dinámicas sociales argentinas, entramadas en todos los aspectos de la vida social. La iglesia, la política, la academia, los sindicatos, las organizaciones populares, las milicias… Todos fueron parte, por acción y/u omisión, de dinámicas políticas y sociales que terminaron en el terrorismo de estado. Por supuesto hay responsables judiciadizables, que deben responder legalmente por lo que hicieron o dejaron de hacer, pero creo que el germen estaba en una forma de vivir y resolver los conflictos políticos y sociales.

¿Cómo describir las relaciones entre el Estado Nacional y la Iglesia Católica entre 1973 y 1976; y cómo calificar aquel vínculo en tiempos de la dictadura?

La relación siempre fue ambigua, de asociación y desconfianza, desde ambos actores. Los conflictos empiezan en la década de los Sesenta, y actores de ambos lados tuvieron aproximaciones y rechazos. Me da la impresión de que la iglesia, como gran parte de la institucionalidad Argentina, fue totalmente desbordada por lo que sucedió esos años. Se esperó demasiado del retorno de Perón, no hubo ‘Plan B’ cuando el líder murió, no se vislumbró ningún tipo de salida institucionale. El apoyo al golpe fue amplio, y la iglesia no fue ajena a ese sentimiento. Pocas, poquísimas instituciones, cuestionaron la destitución de un gobierno que había asumido con el 62% del voto.

¿La interna peronista, que dividió al Movimiento Nacional Justicialista en derecha e izquierda, en qué medida gravitó en la Iglesia?

En la iglesia se replicó el mismo conflicto. O tal vez fue un conflicto que atravesó a la sociedad de esos años, partidos e iglesia, sindicatos y medios…

La afinidad electiva entre Peronismo y Catolicismo hizo que la cosa se confundiera, se leyera a la vez como interna del PJ y eclesial, pero repito, creo que las tensiones eran sociales, no solo de algunos actores.

¿El Concilio Vaticano II alcanzó sus objetivos en lo que hace a la formación de sacerdotes?

Creo que es mejor la formación sacerdotal ahora que antes, hay mayor sensibilidad por los gozos y las esperanzas de las personas concretas, mejor formación intelectual y un intento honesto de mejorar pastoralmente. Por supuesto que faltan cosas, pero el balance a mi juicio es sumamente positivo.

¿Qué representó para la Iglesia el Movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo?

Fue, según entiendo, el colectivo sacerdotal mas importante de América Latina, así que al menos en términos de membresía es un fenómeno notable. En términos de estilo, creo que articularon un imaginario de cura en medios populares que es valorado por muchos sectores católicos, no solo del clero.

El ‘Tercermundismo’ terminó bautizando a un sector católico, aunque del MSTM no formaron parte los curas de La Rioja, ni laicos, ni mujeres; en eso los MSTM fueron hijos de su tiempo. Por otro lado, no pudieron resolver (como no pudo el peronismo, como no pudo el país) sus tensiones internas. Las pujas entre peronistas y no, peronismo como fin o camino al socialismo, los matices locales entre Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Córdoba, por nombrar solo algunos, terminaron haciendo estallar al grupo, que se disuelve en 1974.

¿Qué puede decirnos de Enrique Angelelli, de Jaime de Nevares, de Jorge Novak, de Miguel Hesaine, de Jorge Kemerer, y de Christian von Wernich que marcaron diferencias?

Esas diferencias son las que trabajo en el libro. Hubo distintas formas de reaccionar frente a los conflictos sociales de ese tiempo. Esas formas hay que analizarlas en unas coordenadas concretas (¿era La Rioja lo mismo que Neuquén o Posadas? ¿El terrorismo de estado se implementó igual en todo el país?). Desde la perspectiva religiosa creo que es clave entender cómo fueron las reacciones frente al proceso de transformación religiosa -y social- de la Argentina de esos años.

La Iglesia argentina ha tenido un papel muy protagónico desde siempre, desde el mismo proceso de organización nacional. ¿Cómo evalúa usted su desempeño y su influencia en cuestiones de Estado?

Yo hago sociología, no teología. En ese sentido, las cosas son lo que son, no lo que me gustaría o deberían ser. También hay corrientes sociológicas que prescriben lo que la iglesia debería hacer, el lugar que debería ocupar. Yo creo que esos espacios son construcciones históricas, que tienen que ver con las oportunidades concretas de los actores para establecerse, ocupar y desempeñar funciones. En muchos lugares la iglesia está donde no está el estado. La atención primera a sectores marginales sigue en manos de religiosos (católicos o no), de creyentes que son solidarios antes de que el estado preste servicios. Creo que la mayoría de lo que los creyentes hacen no tiene que ver con alta política, sino con prácticas cotidianas. Y si hablamos de la alta política, y la influencia de la iglesia ahí, la idea es la misma. Las cosas son lo que son, y ahora parece que los actores políticos buscan la intervención eclesial. ¿O los afiches de un ‘papa peronista’ los pagó Bergoglio? ¿El asueto en la ciudad de BA lo decretó el arzobispado? La foto de Francisco con Insaurralde las financió Cáritas? El tango se baila de a dos…

 

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Gustavo Morello S. J.

 

¿Qué punto de encuentro podemos encontrar entre la religiosidad contemporánea y las prácticas políticas?

La vida de las personas es una sola… Las personas somos creyentes que vivimos con otros y nos involucramos o no en otras cosas. La pertenencia religiosa es de las pocas cosas que nos mantiene juntos. Si usted se fija en las encuestas sobre participación, la mayoría de los argentinos no se compromete con tiempo o dinero por ninguna causa social. De las pocas cosas que se destacan en este sentido es lo religioso. La religión sigue ligando, construyendo comunidad. Claro, con deficiencias, con ineficiencias, con límites, pero está. ¿Cuánta gente milita regularmente en política? ¿Cuántos en un club? ¿Cuántos toman parte activa en la educación, las reuniones de consorcio, la vida sindical?

¿A qué se debe que una misma religión genere un abanico de perspectivas, algunas diametralmente opuestas entre sí?

En este caso concreto, creo que tiene que ver con la forma en que se afrontaron las tensiones que produjo la transformación religiosa y social de mediados del siglo 20.

Las actitudes básicas eran dos: Dios no está en el mundo, y por lo tanto hay que instalarlo; o Dios está en el mundo, y hay que descubrirlo. Entre esos dos polos se ubica un espectro de actitudes que son las que trato de rescatar en el texto. La clave está entonces, en cómo enfrentamos, como creyentes, al mundo moderno.

¿Ha leído usted el libro de Alain Woodrow, Los Jesuitas. Historia de un dramático conflicto? Este autor sostiene que habrían sido en gran medida, los Jesuitas, los verdaderos sepultureros de la cristiandad ¿Qué podría decirnos sobre el enfoque y las reflexiones de este autor?

No he leído el texto. Soy jesuita. A los jesuitas nos han acusado de todo y nos han alabado por todo. Ni tanto ni tan poco. Somos pecadores que tratamos de seguir el camino de Jesús de un modo particular, iniciado por San Ignacio. Ha habido, en 400 años, de todo. Y muchas veces menos ‘planes estratégicos’ de los que unos suponen y otros desearían.

Por último, le pido una reflexión sobre este primer año del pontificado del Papa Francisco.

Me sorprendió el nombramiento, ni me lo imaginé. Estoy muy contento con lo hecho, con el nuevo estilo y con cambios importantes. Creo que hay sustancia, no todo es imagen. Me alegró también la alegría popular. Aquí en Boston, donde vivo y trabajo desde hace algún tiempo, los latinoamericanos están felices de tener un papa cercano.

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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