EL IDEÓLOGO DE LA IZQUIERDA PERONISTA | Entrevista a Daniel Sorín

La composición del peronismo guarda una relación directa con las tensiones que lo acompañan desde siempre. El movimiento se nutre en una primera instancia de dirigentes radicales y sindicales de segundo y tercer nivel, que conformarían los primeros cuadros políticos al margen de sus respectivas procedencias. Comienza así una dinámica sostenida de aquel proceso de incorporación mediante el puntapié inicial de la clase obrera que adhiere, sin dudar, a la figura de Juan Perón. Pero también se acerca al peronismo, aunque de otra manera y con otras expectativas, una parte nada despreciable de la clase media; es esa parte que no se siente afectada por los beneficios que se otorgan a favor de los postergados. Sin embargo, estas capas medias que se acercaron al peronismo en su primera etapa -1946/1952- no lo hicieron incondicionalmente ni con el mismo entusiasmo que se advierte en el proletariado; tal vez por ello habrían comprado rápido el discurso reaccionario de las fuerzas políticas preexistentes y el de los dueños de la tierra y del dinero; todo ello al amparo de la garantía extendida por una Iglesia empeñada en hacer del ejercicio político, una retardataria profesión de fe. Lo cierto es que en tiempos de la peregrinación y exilio de Perón, fue la clase obrera la que, como en un principio, le puso el cuerpo a la coyuntura, manteniendo intacto el espíritu del peronismo. Pero también es verdad que, ni la ontología peronista, ni las décadas del ´60 y del ´70 se pueden explicar correctamente sin antes pesar y medir la palabra armada de John William Cooke. El excelente ensayo de Daniel Sorín da cuenta de ello. 

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Cuando hablamos de John William Cooke no podemos dejar de reconocer su origen radical antipersonalista -anti yrigoyenista. Estamos hablando del radicalismo de derecha que inauguró el gobierno de Alvear. ¿Cómo se explica esta transformación ideológica que experimenta el ideólogo de la izquierda peronista, hiper-personalista?

En 1943 John William Cooke tenía veintitrés años y participaba de las ideas aliadófilas de su padre Juan Isaac que, efectivamente, era alvearista. El 17 de octubre de 1945, fecha del nacimiento del peronismo, JWC aún no había cumplido los veintiséis años. Se padre ya había sido canciller hasta una semana antes (10 de octubre) y volvería a serlo un día después, el 18 de octubre. Ambos ya son entonces peronistas, aunque de diferente manera. Ahora bien, entre junio del 43 y octubre del 45, John se transformó en un notable cuadro político que tenía —sin coincidir aún con su utopía— muy serias lecturas de autores marxistas y había adoptado posiciones revisionistas en la historia argentina —con los años JWC combinará ambos pensamientos con una inteligencia y una creatividad que la izquierda argentina nunca hospedó—. Y, ya había dejado de ser aliadófilo.

Al Cooke que el 28 de mayo del 46 accede a una banca diputado lo podríamos definir como un peronista convencido de las tres banderas: soberanía política, independencia económica y justicia social. Y por ese convencimiento, es el ala izquierda del peronismo. Su oposición a la firma de las Actas de Chapultepec, con las que Estados Unidos impuso al continente sus reglas para la posguerra, y su extendido desprecio por la burocracia (a la que definirá en los sesenta como la que acepta los valores e intereses del enemigo: es decir como el falso enemigo del enemigo) demuestran palmariamente su visceral incapacidad de ser un seguidor ciego de un caudillo. Dicho lo cual aclaremos: en nuestro continente, los caudillos son un problema para la reacción y el formalismo liberal, no para los pueblos. Pero ese es otro tema.

¿Las diferencias políticas e ideológicas que separan a Cooke de Raúl Apold se pueden resumir en la diferencia que existe entre la idea de revolución y la idea de dictadura?

Se discutió siempre si el primer peronismo fue o no una revolución. Algunos piensan que no, porque no negó las relaciones de producción capitalistas. Otros plantean que sí fue una revolución, ya que implicó cambios nada desdeñables; el más importante: la incorporación de la clase obrera como tal a la república burguesa. Los trabajadores fueron, en su condición de tales, ciudadanos de la república con una porción de poder nunca vista en estas pampas. Poder sindical, y poder político, y también poder simbólico. Hoy, setenta años después, las huellas de ese peronismo originario y de la participación de la clase obrera son extraordinariamente claras.

Yo adscribo a los primeros, los que creen que ese primer peronismo no fue revolucionario, pero a condición de que no menoscabemos las transformaciones “no revolucionarias”. Se me ocurren al pasar dos razones. Uno: el hombre concreto sufre o goza los cambios reformistas, es feliz o infeliz, vive o muere (pensemos en la dictadura terrorista). El hombre concreto no lucha por un futuro invisible. Dos: los cambios, incluso los no revolucionarios, quedan guardados en la memoria colectiva del pueblo. Es decir, enriquecen su experiencia política.

Dicho lo cual, contesto el dilema revolución-dictadura: toda revolución es una dictadura o no es revolución. Una revolución —como el enamoramiento— es ciega, es impulsiva. Pasado el enamoramiento queda o no el amor (que es otra cosa). Después del momento revolucionario, si es triunfante, se institucionaliza el cambio porque, así como no podemos vivir enamorados, una sociedad no puede vivir eternamente en un proceso revolucionario.

Vayamos a nuestro caso concreto. No tengo la menor intención de disculpar los atropellos “dictatoriales” que Perón encargaba, por ejemplo, a los Apold (dicho sea de paso, enemigo jurado de Cooke), pero contextualicemos. En la Argentina, las clases dominantes fueron (e impusieron ese pensamiento a buena parte de la sociedad) liberales en economía y antiliberales en política. Muy antiliberales en política. Antes de Perón estuvo la farsa de elecciones anteriores al sufragio universal, secreto y masculino, y el golpe de Uriburu y la Década Infame. Después de Perón vino la Libertadora —con sus fusilamientos en basurales que tuvo como finalidad, como ha definido muy poéticamente uno de sus hombres, el contraalmirante Arturo Rial, cuando dijo: “Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito país el hijo del barrendero muera barrendero”—. Luego el Plan CONINTES de Frondizi, y la Revolución Argentina que empezó Onganía y terminó malamente Lanusse y por fin, la dictadura terrorista del 76. Quiero decir que hay una matriz argentina de represión violenta y reaccionaria de conflictos sociales, y al mismo tiempo su contrapartida necesaria: una clamorosa resistencia popular.

¿El contrato que impulsa el Pte. Perón con la petrolera Standard Oil, representa un acercamiento inevitable con el imperialismo? ¿Qué postura expresa públicamente Cooke?

Efectivamente, hacia el 52 o 53 Perón inició un tibio acercamiento a los Estados Unidos. Es evidente que para ese acercamiento hombres como JWC no eran necesarios, incluso más, podían ser un inconveniente. De manera que Cooke no integró  las listas de candidatos para las elecciones del 52 y dejó de ser diputado.

Tomemos en cuenta algunas cosas. El primer peronismo se dio durante el proceso de descenso británico y ascenso norteamericano. Hacia 1952 ya no había divisas, se habían acabado un par de años antes fundamentalmente por la compra de los ferrocarriles, un elemento necesario para la exportación de granos más que para el mercado interno. Sin divisas el desarrollo de un sector de la economía (máquinas que hacen máquinas) fue del todo imposible. El tema es larguísimo y no podemos desarrollarlo aquí. Pero vale apuntar que las debilidades económicas que permiten la dependencia no fueron superadas durante el decenio peronista. Además, el Plan Marshall bajó los precios de los productos agrarios y sobrevino una sequía como pocas, que duró dos temporadas. En ese contexto se inscribe la propuesta del contrato con la Standard Oil.

En 1953 la producción de crudo estaba en cuatro millones y me­dio de metros cúbicos por año, aproximadamente el 35% del consumo del país; lo demás se importaba desde Irán y Venezuela. El déficit energético drenaba de manera dramática las esca­sas divisas, una de cuatro estaba dedicada a importar petróleo. Sin petróleo no hay industria y para producir petróleo hacen falta inmensos capitales. El país podía producirlos, se reque­ría paciencia… y renta agraria: la apropiación de la renta agraria para un proyecto industrial.

JWC, en su imperdible revista De Frente, estuvo en desacuerdo pero sin comer vidrio. Con motivo de la ley de radicación de capitales, la oposi­ción acusó al gobierno de hacer un cambio copernicano en su po­lítica, denunció la entrega de las riquezas del subsuelo y de YPF a la Standard Oil. Cooke negó esto. Argumentó que el artículo 40 de la Constitución (la del 49, no la actual) declaraba propiedad inalienable de la nación de “los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía”. Y seguía:

Pero hay un debate imposible. […] El que pasa por alto que, en el peor de los casos, la extracción de nuestro petróleo por empresas extranjeras con bienes de capital radicados en nuestro país, siempre costará menos que el flete que se paga ahora por su transporte de Curaçao o Aruba al puerto de la Capital. ( “¿Gana el país con la radi­cación de capitales petroleros?”, De Frente, 25 de diciembre de 1953,.)

Para completar, veamos una nota sobre la radicación de capitales de De Frente del 1° de marzo de 1954:

La verdad es que los capitales no son ni buenos ni malos. Son sencilla y llanamente “capital”, vale decir, un elemento de la producción, necesario para que la riqueza colectiva rebase el ámbito de lo potencial para asumir formas tangibles y comprobables.

El problema, pues, no reside en el capital en sí, sino en los intereses que exige para radicarse. Si este interés es meramente económico, la cuestión se reduce al análisis de la tasa exigida. Si el interés es político, el capital que lo exige deja de ser un instrumento de trabajo y del desa­rrollo económico del país que lo acepta para transformarse en un vehículo de penetración que niega la independen­cia y la soberanía nacional y, por ende, los derechos económicos de la ciudadanía y del trabajo.

El peligro o la ventaja, pues, de la radicación de capitales extranjeros en América está en el interés que exigen. Si es un interés económico, su acepta­ción o rechazo debe fundarse en el análisis de las ventajas o desventajas económicas que devienen de su radicación. Si es un interés político, el rechazar­lo es no sólo mantener la independencia y la sobe­ranía nacional, sino librar de hipotecas ilevantables [sic] el porvenir de la nacionalidad.

Resumiendo, Cooke estuvo en desacuerdo con el contrato porque entregaba más de lo que convenía a los intereses nacionales. Incluso habló de algo de gran actualidad: lo inaceptable que era establecer como sede de eventuales conflictos juzgados extranjeros.

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Daniel Sorín

A mediados del ´55, poco antes del golpe Perón convoca, entre otros, a Cooke para intentar recomponer su poder. ¿Por qué, después de los bombardeos del 16 de junio Perón pensaría en la figura de Cooke?

Pregunta medular si las hay. Perón llamó a los que había dejado de lado, a Cooke y varios amigos de Jauretche como Leloir, que fue designado presidente del Partido Peronista y Albrieu, ministro de Interior, porque el golpe era inminente. El golpe de junio no pretendió matar a Perón, lo que hubiera sido un premio extra, fue un anuncio de la Marina. La Marina avisó al Ejército, a la Iglesia Católica, a la sociedad, cuáles serían los límites del futuro golpe. Y los límites que trazó fue que no habría límites, por eso el acto terrorista de bombardear a la población civil.

El golpe en marcha se daba porque el frente del 45 estaba roto; porque la burguesía nacional quería terminar con la política social del peronismo y ya no deseaba tener a la clase obrera como socia en el frente; porque la Iglesia, siguiendo la política de posguerra del Vaticano, ya no respaldaba al gobierno sino a las potencias anglosajonas y porque el Ejército se empezaba a alinear con el sector concentrado de la burguesía.

Perón, sin apoyo militar y no dispuesto a reprimir a su base social, se fue sin oponer resistencia. Ciertamente la solución no era darles armas a los sindicatos, las armas en manos de obreros sin capacitación militar solamente podían terminar en un desastre de proporciones, pero pudo haberse organizado desde los resortes del estado, desde los medios de comunicación afines al gobierno y desde los sindicatos la resistencia civil futura. Organizar el paro total que seguiría al golpe y, fundamentalmente, promover lo único que la reacción temió siempre: la movilización de masas. No se me escapa que eso tenía un costo político: la transformación del signo de clase del peronismo. En fin, lo que siguió fue la represión brutal, el plan Prebisch, el asalto a los sindicatos, el decreto 4161.

Peronismo-antiperonismo, ¿sería una síntesis de la lucha de clases?

Se puede no ser peronista y tener una política antiimperialista, popular y obrera, pero ciertamente no se puede ser antiperonista y pretender lo mismo. A lo que podemos agregar además, dando una vuelta de tuerca: también se puede ser peronista y tener una política antiimperialista, popular y obrera.

La lucha de clases, que Marx definió como la lucha entre la burguesía y el proletariado (aclaremos que el concepto de lucha de clases se aplica a las clases antagónicas), en el capitalismo dependiente redefine los dos campos. (Hablando de capitalismo dependiente: ya nadie dice que somos dependientes, ¡y a mí se me pasó por alto cuándo fue que nos liberamos!) Sigamos. En un capitalismo dependiente los dos campos pueden formularse así: por un lado el capital concentrado, tanto imperialista como sus necesarios socios vernáculos, y por otro el campo antiimperialista que, como correctamente definiera JWC hacia fines de los cincuenta, estaba integrado por la burguesía nacional pero no podía ser ideológicamente dirigido por ella.

Hoy la lucha de clases sigue estando entre los monopolios y los trabajadores. El antiperonismo siempre está firme al lado de los primeros y el peronismo, para desgracia de Cooke, atiende en ambos lados. 

El exilio como ostracismo político obligado, no impide elegir el destino. Perón, en la España de Franco y Cooke en la Cuba de Castro; ¿te puedo pedir una reflexión al respecto?

Después de la derrota de la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre (derrota no porque el democrático Frondizi haya tirado los portones con los tanques del Ejército, sino por la traición de las 62 Organizaciones) la burocracia peronista pidió la cabeza de JWC y Perón le soltó la mano. Eso ocurrió a mediados de enero del 59, en ese mismo momento un sismo, con epicentro en una isla del Caribe, recorría las entrañas del continente. Para ese Cooke caído en desgracia Cuba fue su lugar en el mundo.

Ahora, ¿la España católica era el lugar en el mundo de Perón? Me parece que no, pero no tengo una explicación convincente de por qué el general fue a España. Jefe de un movimiento extremadamente heterogéneo, donde cabían John William Cooke y Guillermo Patricio Kelly, tenía por la misma lógica de esa heterogeneidad, que ocupar un lugar central y equidistante, ya que si ocupaba el de alguno de ellos perdería inevitablemente al otro. De hecho cuando lo hizo, el 1° de mayo del 74, el movimiento se fracturó. Pese a toda la atención que JDP había puesto en mantener unidas las diferentes líneas se fue, sin embargo, a radicarse en el reducto católico de la reacción mundial (previo paso por otros lares donde supo ser hospedado por los peores de los malos). JWC trató inútilmente de que se radicase en Cuba: tengo muy claro que JDP no podía hacer eso, lo que no tengo claro es por qué sí podía vivir en Madrid.

¿Hasta qué punto funcionó, sin mediar polémicas, la conducción burguesa en comunión con la base obrera?

Pregunta interesantísima que tiene varias aristas. Lo primero que se me ocurre es que la conducción “burguesa” era tal en el sentido que el peronismo no buscó romper las relaciones de producción capitalistas. Lo histórico que hizo el peronismo fue incluir a la clase obrera como tal en la república burguesa y darle su cuota de poder. Parte del drama de aquel primer peronismo es que la burguesía nacional no estuvo a la altura del proyecto y hacia el año 53 empezó a abandonarlo.

No obstante, el proyecto tuvo consecuencias interesantes si entendemos sus límites, que básicamente podemos sintetizar en que el peronismo no buscó la destrucción política y económica de la burguesía monopólica tanto la agroexportadora, como la financiera, lo que queda demostrado por el hecho de que nunca pensó seriamente en llevar adelante una reforma agraria. Es decir: dejó con vida al enemigo.

Cuando se completó la deserción de la burguesía nacional (la burguesía no monopólica), el peronismo estuvo condenado y la Iglesia Católica homogenizó y lideró el frente reaccionario. JWC se dio cuenta de eso como lo demuestran sus notables artículos en De Frente posteriores al bombardeo de Plaza de Mayo por los aviones marineros con la inscripción “Cristo vence”. Cooke, además, se dará cuenta después del golpe de que el frente del 45 estaba definitivamente roto y reclamará para el peronismo una dirección antiimperialista, obrera y popular.

Desde el exilio, Perón le escribe a Cooke y, entre otras cosas, le dice: “…como usted tiene que manejar a unos y a otros, es necesario que se prepare para hacerlo con la mayor sabiduría y prudencia, de modo que haga de ellos lo que usted quiera sin que siquiera ellos mismos se den cuenta. El hombre necesita ser mandado, pero nadie le reconocerá semejante cosa y menos aún que usted sea el hombre indicado para hacerlo. Se pueden congeniar las dos cosas mandándolo sin que él se de cuenta que lo hace. De todas maneras lo que usted necesita de él es la obediencia, no el reconocimiento”. Partiendo de estas palabras de Perón y teniendo presente el posterior desenlace, ¿de qué lado pensás que quedaba Cooke, del lado del que tenía que engañar para alcanzar el objetivo, o del lado del engañado por otro, mejor posicionado, para que ese otro lograse su cometido?

El tema del “padre eterno”, de las ben­diciones urbi et orbi y, en general, los ardites tácticos que le planteó Perón a Cooke son detalles interesantes a condición de que no nos oculten lo fundamental. Y lo fundamental, en mi opinión, consistía en la acumulación de poder dentro del movimiento. En las disidencias de Cooke con Albrieu primero y con Vandor después podemos ver dentro del peronismo los rastros evidentes de la lucha de clases.

Como dijimos arriba, Perón, como jefe de un movimiento heterogéneo, donde cabían JWC y Kelly, se dio la función de mantenerlo unido, para lo que debía ocupar un lugar equidistante entre voces antagónicas. En ese sentido, no creo que Perón tratara que JWC cumpliese esa función de “padre eterno” porque sabía bien que no lo iba a hacer. Tampoco le dio clases de conducción —o si se las dio es un aspecto irrelevante— sino que le marcó la cancha para que Cooke no interfiriera en sus relaciones con la línea conciliatoria. Un equilibrio inestable por cierto. Dudo que Cooke, por su parte, albergara demasiadas esperanzas de que Perón tomase como propias en los hechos sus posiciones intransigentes. (Claro que esto es una suposición, el fuero interno resulta siempre inaccesible.)

No obstante todo lo cual, Perón y JWC tuvieron acuerdos importantísimos, como el pacto con Frondizi. Ninguno de los dos comía vidrio, el sílice lo dejaron para los emocionales luchadores de la línea diamante, los duros entre los duros de César Marcos y Raúl Lagomarsino.

La historia del peronismo ha demostrado que el uso de epítetos ofensivos, tarde o temprano levanta tempestades. Haber comparado a políticos peronistas  con  las ratas que escapan;  haber tratado de tránsfugas a ciertos sindicalistas; lo mismo que haber manifestado que el Partido Justicialista podía ser el camino para que la corrupción llegase a contaminar al peronismo, y también haber propuesto, lisa y llanamente,  desplazar a los burócratas, tanto políticos como sindicales, serían todas expresiones que encontrarían respuesta años más tarde. Desde el poder que les confió Perón, aquellos políticos, sindicalistas y burócratas del justicialismo, cargarían las tintas contra la izquierda peronista. ¿La creación de “Acción Peronista Revolucionaria”, que respondería a la idea de identificar al peronismo con el guevarismo, y que contaba, entre sus huestes, con Fernando Abal Medina y  Norma Arrostito, puede verse a la distancia como el germen de la hecatombe?

Primero quiero aclarar que JWC no adhirió al foquismo. Para no extenderme, lo sintetizaré así: Cooke fue un político con la mirada puesta en las masas y consideraba a la violencia como un instrumento de la política revolucionaria y no como un sucedáneo de esta. Además, para Cooke, el centro de la política revolucionaria era la acción política de las masas, no los tejes y manejes tácticos ni la actividad de autoproclamadas vanguardias.

Una digresión: así pensados los procesos históricos, las vanguardias son la consecuencia de la acción política de las masas y no al revés, para pesar de los soberbios poseedores de la verdad. A su vez, Cooke entendió claramente la necesidad de sintetizar la experiencia de las masas, por eso reclamaba la necesidad imperiosa de dar al peronismo una teoría revolucionaria.

Por “hecatombe” supongo que te referís a la dictadura terrorista. ¿Cómo contestaría Cooke a tu pregunta? Te diría que el proceso prerrevolucionario que terminó en derrota en 1976 no nació de la APR sino del cordobazo. Si, como creo, esa fuera su contestación, se nos abriría —insisto— un mundo en cuanto a la relación entre las vanguardias y las masas.

Como la vida no es justa y el destino suele ser una mierda, John William Cooke no vio incendiarse la pradera. Ocho meses y diez días después de su muerte empezaba el Cordobazo, la alianza revolucionaria de la clase obrera indus­trial y los jóvenes estudiantes de las capas medias urbanas. En sus trincheras se encontraron los mejores luchadores peronis­tas y una nueva izquierda que asomaba; pero Cooke, que fue la síntesis posible, el puente entre esos dos ríos, ya no estaba. La caudalosa negritud de las bases obreras peronistas y el materialismo dialéctico pudieron mirarse cara a cara, por fin sin rencor. Pero Cooke ya no estaba. Porque no hay caso: la vida no tiene nada de justa y el des­tino suele ser una puta mierda.

 

 

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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