Pieza radical y subversiva, Esperando a Godot late en el centro del teatro del absurdo. Escrita a fines de los años ’40, en íntimo diálogo con el existencialismo, la obra nos hace testigos de la fútil espera de Vladimir y Estragón (Didí y Gogó), que en su empecinamiento por matar el tiempo nos enfrentan a temas como la violencia, el hambre y el poder, mientras señalan a su vez la importancia y necesidad del otro para la propia existencia.
La obra de Beckett borra y reafirma la figura de autor en un mismo movimiento, y obliga al espectador a una lectura activa que exige un cuestionamiento a la hora de encontrar significado. Resulta justo que quien ha hecho de la puesta en cuestión del sujeto uno de los pilares fundamentales de su escritura nos arroje brutalmente a la pregunta por el sentido.
Ahora bien, para poder abrir el juego, la propuesta del dramaturgo irlandés exige un control implacable sobre la estructura formal; es por eso que suele decirse que si hay didascalias que deben ser respetadas a rajatabla son las beckettianas. Ese rol sagrado de las indicaciones, escritas con precisión milimétrica, fija la dirección del texto.
Desde una estructura formal que señala a aquellos sepultureros que en el quinto acto del Hamlet de Shakespeare vienen a alivianar la tragedia de la mano del humor, el juego clownesco se abre paso: el apuro sin sentido, la insistencia, la irritabilidad, la competencia, el maltrato, la estupidez humana, y también la miseria. Pues es en la derrota donde se sitúa el humor, dado que allí vive la tragedia. Y también ahí tiene lugar la crueldad.
Por su parte, la irrupción de Pozzo y Lucky afirma la desigualdad y nos arroja al reino de la tiranía. Así, la dialéctica del amo y el esclavo entra en escena y aporta densidad a la atmósfera. Pero la constante del tiempo hace lo suyo, ejerce presión y nos enfrenta, en el segundo acto, a la locura y al deterioro físico y mental. De ese modo, estos dos payasos con los que nos habíamos encariñado de pronto se convierten en los nuevos tiranos de la historia, y con su indiferencia se igualan por un momento a aquello que despreciamos.
El caudal lúdico de Beckett es enorme, el juego clownesco exige total entrega, pues el absurdo necesita de la creencia, y el sentido del juego sí produce signos. Por eso es tan importante la simpleza, que alimenta la fragilidad con la que nos conecta el equívoco; por eso es tan importante el ritmo, la pausa, el despojamiento, el empobrecimiento formal, la desnudez de los materiales.
Y sin embargo esos fragmentos que se suceden no persiguen la totalidad, mucho menos la coherencia; están ahí para comunicar por medio del silencio, pues el horror no puede decirse. Así, lo no dicho, lo indecible, se vuelve protagonista. Pero ese silencio no señala la nada sino la representación misma. Pues ellos seguirán esperando a Godot.
Es por esto que celebramos que la obra del gran dramaturgo irlandés siga siendo representada una y otra vez. En este caso, bajo la dirección de Rubén Pires, en una nueva traducción y versión autorizada que protagonizan Gerardo Baamonde, Carlos Lipsic, Eduardo Lamoglia, Héctor Díaz y Sebastián Mouriño. Puede verse todos los miércoles a las 20.30 hs. en El Tinglado Teatro.
Ficha técnico artística
Autoría: Samuel Beckett
Adaptación: Hugo Halbrich, Rubén Pires
Traducción: Hugo Halbrich, Rubén Pires
Actúan: Gerardo Baamonde, Héctor Diaz, Eduardo Lamoglia, Carlos Lipsic, Sebastian Mouriño
Vestuario: Mercedes Uria
Diseño de luces: Rubén Pires
Diseño gráfico: Nahuel Lamoglia
Asistencia de dirección: Daii Alvarez, Sebastian Mouriño
Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin
Dirección: Rubén Pires
EL TINGLADO TEATRO
Mario Bravo 948
Capital Federal – Buenos Aires – Argentina
Teléfono: 4863-1188
Web: http://www.teatroeltinglado.com.ar
Entrada: $ 160,00 / $ 80,00 – Miércoles – 20:30 hs
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