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El sociólogo Nader Vahabi nos propone en Atlas de la diáspora iraní un estudio hasta ahora inédito que permite analizar un fenómeno escasamente difundido: la migración iraní. Si esta migración se limitaba en la época del régimen del sha Pahlevi a una élite financiera y económica, con el advenimiento de la República toca los diferentes estratos sociales. Entrevistado en Paris por Revista Seda, Vahabi señala la constitución de una diáspora particular y nos invita a conocerla.

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¿Por qué hablamos de una “diáspora” iraní?

La palabra diáspora viene de la palabra griega “speiro” y del prefijo “dia” (a través) que conforman el verbo “diaspeirồ”, cuya acepción remite a la idea de dispersar granos. El diccionario Petit Robert  puntualiza que se trata de una palabra femenina creada en 1909 de la palabra griega ‘dispersión’. Dispersión a través del mundo antiguo de los judíos exiliados. Por extensión, en 1940, se entiende la dispersión de una comunidad a través del mundo, conjunto de miembros dispersos. Históricamente, podemos identificar la diáspora judía; diáspora armenia; diáspora palestina, entre otras. Se trata de individuos que han perdido su tierra y que se encuentran en su búsqueda. Esta es la figuración clásica de lo que conocemos como diáspora. Entre 1950-1960, esta palabra comienza a utilizarse en los estudios de las ciencias sociales.

En su libro Atlas de la Diáspora Iraní, ¿cómo estudia el concepto de la diáspora?

Esta diáspora agrupa cuatro generaciones. Involucra tanto a aquellos que han nacido en Irán, pero que se encuentran en el extranjero como aquellos  que nacidos en el extranjero se identifican con una ‘iranidad’. Es decir, hay tres características: Irán como el gran país, la lengua persa y una geografía particular. Como particularidad podemos señalar que se constata una  identidad diaspórica que no se identifica con la República Islámica de Irán. Esta diáspora iraní que actualmente vive en el extranjero representa 4 generaciones. Se distingue una primera generación que se radica a partir de 1945, después de la segunda guerra mundial hasta la Revolución de 1979; la segunda que se observa en 1980 y se trata de una generación completamente politizada que ha participado de la Revolución a favor de la caída del sha Pahlavi, pero que igualmente termina siendo objeto de persecución con el advenimiento del régimen de los mullahs; la tercera comienza en 1990 y se distingue por ser una diáspora más social, que se da seguida del fin de la guerra con Irak y la muerte del ayatolá Jomeini. Las autoridades iraníes facilitaron el acceso al pasaporte con un doble objeto: aumentar la transferencia de fondos hacia el país y exportar el desempleo y la demanda social al extranjero. Finalmente, podemos datar la cuarta generación a partir del 2000. Se trata de una diáspora compuesta por jóvenes cuyo rango etario oscila entre los 18 y 28 años y que fue golpeada duramente por la situación económica y, a partir, del 2009 por la intensificación de la represión política.

En su libro, el sociólogo señala que, de acuerdo a gran parte de los observadores, la revolución iraní es el punto de partida de un nuevo islam político después de los años 1980. Incluso a más de 30 años de la revolución, los manifestantes de junio de 2009 utilizaron un slogan religioso que había dado legitimidad a la revolución contra el sha: Allah o Akbar (Dios es grande), entonado en los techos, a la noche, a partir de las 22 horas, por jóvenes que se identificaban con cintas y chadores (velo islámico) verdes (color del islam). Estos signos religiosos muestran, más allá de su carácter de protesta,  la injerencia de lo religioso en la política. Sin embargo, esta injerencia no se limita a la política sino que invade todas las costumbres cotidianas de la sociedad.

Un contexto de prohibiciones y obligaciones vestimentarias delinean un panorama constrictivo para la juventud iraní: la camisa mangas cortas para los hombres, tolerado durante el período en que Khatami estaba en el poder y prohibido hoy y la obligación de las mujeres de utilizar el chador son algunas de los criterios de decencia generales, a los que se suma la imposibilidad de frecuentación que limita a las mujeres a estar con alguien del sexo opuesto a menos que se trate de su esposo, hermanos o primos, autorizados por la ley islámica. Estas interdicciones provocan enfrentamientos cotidianos entre el aparato de coerción del régimen y la juventud. Esta última es reprimida por el Estado so pretexto de luchar contra la “invasión cultural occidental”.

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¿Podría identificar características comunes en la reelaboración identitaria de esta diáspora?

Es una diáspora muy compleja, pero podemos encontrar una elaboración identitaria común basada en una ‘iranidad’ que comparte la historia y una geografía particular en tanto que país. Pero si me preguntás si la comunidad iraní es una comunidad como las otras, mis estudios demuestran que no, dado que estamos en presencia de una diáspora híbrida, multicultural y altamente politizada. Por ejemplo, en el último estudio de campo que realicé en Bélgica constaté que la comunidad iraní posee estudios de formación superiores; en lo concerniente a lo religioso, un dato significativo es que el 52% se declara abiertamente ateo mientras que entre el 30 y 35% se considera practicante shiita, sunita, zoroastriano o bahai. Es muy difícil de encontrar una identidad única en el seno de la diáspora iraní, pero ciertamente hay un rasgo común: no se identifica mayoritariamente con el Estado iraní.

¿Existe un mito de retorno a Irán?

La diáspora que deja el país en 1980 hasta 1990 no regresa a Irán. 1990 marca un punto de inflexión, dado que hay tres eventos importantes: el fin de la guerra; la muerte del ayatolá Jomeini al que le sigue una depresión económica y finalmente, una democratización de los pasaportes en Irán. Estos elementos habilitan que tras diez años de exilio se permita, lentamente,  a una parte de la diáspora regresar. Los motivos son diversos: visita de familiares,  contraer matrimonio, invertir en el país. Por otro lado, a  partir de 1995,  los estados europeos aceptan la doble nacionalidad.

Sin embargo, sólo entre el 7 y el 12% retornan definitivamente a Irán siendo la razón primordial la imposibilidad de integración en el país al que emigran: en algunos casos, no consiguen trabajo; en otros, no alcanzan el estatus social que poseían en Irán.

Mencionó que esta diáspora presenta trayectorias multidireccionales: ¿sus estudios registran radicaciones en América Latina?

Actualmente estas cuatro generaciones comprenden lo que se denomina la diáspora iraní. En términos cuantitativos podemos hablar de 3.000 millones personas según estadísticas oficiales y 1.000 millones no registradas oficialmente, es decir, aquellas que no poseen papeles y  están buscando una regularización de su estatus jurídico. En total representan el 5.3% de la población en Irán.

En Atlas de la diáspora iraní identifico que existen nueve polos de dispersión. El séptimo polo de atracción es América Latina. Se registran 30.000 iraníes en Brasil, desconociendo la cifra oficial en Argentina.

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Nader Vahabi es docente-investigador, asociado a dos universidades: CADIS (Centro de análisis y de intervención sociológicas) de la Escuela de altos estudios en ciencias sociales (EHSS) de París y del CEDEM  (Centro de estudio de la etnicidad y de las migraciones) de la Universidad de Lieja en Bélgica. Vahabi es especialista de la migración iraní contemporánea.

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