Boris Club. Gorriti 5568. La música siempre ha estado ahí de alguna u otra manera; una especie de karma, algo que persigue ciertos estados emocionales. Fue así como llegué al jazz y después, a lo que quizás pueda llamarse jazz. Miles Davis decía que era un nombre inapropiado, que debía llamarse solamente música. Siento que tiene razón y que últimamente la música es un híbrido de sensaciones, armonías y ritmos.

Pero camino a Boris Club no pensaba en eso. Eran alrededor de las siete y media cuando llegué a la entrada. Terminé de fumar el cigarrillo mientras el sol se escondía lentamente tras los edificios de Palermo Hollywood. Dentro del Club, las luces ya estaban encendidas y Daniel Fogiel armaba su saxo tenor a un costado del escenario.

Era la hora de la verdad. Pippi no había respondido mi último email confirmando si podía hacerle una entrevista y, al pararme a su lado y preguntarle, podría perfectamente haberme dicho que no. Cuando quise hacerlo, un tipo de barba se me acercó y preguntó qué quería. Hablar con Pippi. ¿Te está esperando? Sí. Pippi, te buscan. Le dije mi nombre y dijo, “¿cómo andás, todo bien?” Me saludó con un apretón de manos y una sonrisa, dijo que lo esperara al menos una hora y media mientras agarraba la caja y la ubicaba en el atril. Yo sabía que ese no era el momento, pero tenía que jugármela. Estaban recién armando todo y ni siquiera habían probado sonido.

Camino a la salida del Club me acordé de algo que había leído de su abuelo, Astor Piazzolla, el día que Pippi volvió de la facultad diciendo que el marketing no era lo suyo, “grande pibe, sé músico, sé pobre, pero sé feliz”.

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Llegué temprano para relajarme antes de hablar con él y ordenar los apuntes de mi libreta –aunque no dejaba totalmente de lado la idea de ver qué pasaba. La falsa terraza de Boris Club estaba fresca, me senté y pude esquivar la humedad de Buenos Aires. La noche casi cubría el cielo y las luces de las bicicletas que pasaban por la bici senda, parpadeaban en ambos sentidos.

Tras la ventanilla, una niña me saludó. Estaba sola y parecía esperar para cobrar las entradas. Esta vez no pasaría por ese lugar. Quería más que nada hablar con Pippi, hacerle unas preguntas y ver si podía meterme en el mundo privado de los artículos de músicos y por supuesto, en el recital, pero eso ya no dependía completamente de mí.

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Casi siendo las ocho y quince, Lucio Balduini, guitarrista del trío que conduce Pippi Piazzolla, bajó del taxi frente a la entrada. Tenía cara de preocupado, se le había hecho tarde. Adentro sonaba el saxo y la batería como si estuvieran jugando. Me paré junto a la puerta y a los segundos, llegó una mujer de vestido largo y colorido que pidió permiso para cerrarme la puerta en la cara. Le pregunté si podía mirar la prueba de sonido porque en un rato más haría una entrevista a Pippi. Su no fue cortante y corrió las cortinas azul terciopelo, sin demasiada violencia. No lo tomé a mal y me senté en una de las sillas de la falsa terraza en la entrada del Club.

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Recién iban a ser las ocho y media de la noche. Mientras esperaba con el cigarrillo en la mano, pensaba si Pippi podría deshacerse de la carga de ser un Piazzolla, o al menos, no tener a su abuelo como punto inicial de referencia; más tarde, de cierta manera, me lo contestó, “por ejemplo si vos ves a mi abuelo lo que tocaba, el chabón sabía todo del Tango, se notaba. Las melodías, la manera de tocar, los arreglos y bueno él tocó en las mejores orquestas y debutó tocando con Gardel. Hay tipos que son compositores increíbles que te pueden hacer veinte temas en un día sin pensar en nada, como hacía mi abuelo”.

MarcoBlanco

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Tenía a su abuelo entre Miles Davis y John Coltrane como una de sus principales influencias. Cuando nombró a The Police, pensé inmediatamente en Stewart Copeland. Le pregunté por Akinmusire, “es uno de mis favoritos. Sí, yo escuché todos los discos de él, espectacular. Me encanta ese tipo. Mi disco favorito del año pasado es… de hecho lo voté, un nombre súper largo, un nombre más complicado. Pero está buenísimo ese disco”. El nombre del disco es “when the heart emerges glistening”. Y sí, es complicado y largo y poético como el flotar de la batería de Pippi, “sí. Hay algo de eso; o bueno ir buscando por dónde va la cosa”.

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Una vez que empezaron a probar sonido, la música parecía deslizarse como si nada estuviese forzado, “puede ser. A veces se desliza, a veces… yo que sé. Es una cuestión de inspiración diaria y a veces uno está inspirado y toca más o menos a gusto personal y otras veces no te sale ni una, igualmente la gente no se da ni cuenta. Uno practica tanto que el piso está alto [levanta su mano más arriba de la cabeza]. Yo hace veinticinco años que practico todos los días. Entonces si me equivoco ni se dan cuenta, yo sé que me equivoqué porque estoy tocando algo que es rarísimo, pero no, tiene que ser muy grotesco para que la gente se dé cuenta [pasa una pareja y saluda a Pippi]. Como si todo el mundo estuviera cantando el feliz cumpleaños y vos estás cantando otro tema y eso… así de grotesco tiene que ser. Vos te podés cantar el feliz cumpleaños y podés distraerte un poco y nadie se va a dar cuenta, ¿entendés? Un poco es así”.

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Lo que podía ver en el diminuto hueco que formaban las dos cortinas, era a un tipo relajado que movía sus palillos. “Puede ser, este yo más que nada, desde mi punto de vista, yo lo veo siempre… trato de enriquecer el lado rítmico. Es algo que estudié mucho y lo que trato de armar es superponer ritmos o pulsos uno arriba del otro, ¿viste? Podría llegar a decirse capas, pero más por el lado del ritmo. Por supuesto que tenemos a Lucio Balduini en la guitarra, que es un experto en capas sonoras, pero yo no lo llamé al grupo para hacer capas sonoras, lo llamé porque realmente el tipo es un músico que tiene mucho control sobre el ritmo”

¿Cuál era, entonces, la diferencia entre el Pippi de Escalandrum y el Pippi del trío? Por el momento no podía verla, pero podía escuchar que era el mismo tipo sentado en la batería. Unas veces certero y seco, y otras, como sobre una nube glaceada. El dominio de su instrumento es algo innegable, pero Pippi es humano y lo reconoce, “uno va desarrollando esas habilidades. Estás equivocándote, estás en un lugar errado, entonces vas buscando con ritmos, con sonidos, el lugar donde tenés que estar, pero como de un… como si fueraaa… como si se fundiese, de manera elegante. No parar y pum [hace una bola que explota con su mano]. Lo vas buscando hasta que volvés. Y hay que tener un dominio para que no se note que estás en cualquiera”

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La barra de Boris Club parece perderse entre los colores de los focos. Un tanto roja, un tanto verde, un tanto azul. Las luces sobre las mesas parecen velas y crean, de cierta manera, una atmósfera delicada y de etiqueta. No es la atmósfera que más me gusta para este tipo de eventos, pero para ver una banda con estos músicos, hay ciertas cosas que no se pueden evitar.

Mientras miraba a Balduini por entre las cortinas, era imposible no recordar a Rosenwinkel o, en ciertos aspectos, a Metheny. Balduini lograba una atmósfera tanto o más condensada y daba cierto flotar al saxo de Fogiel.

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Pippi seguía en su mundo moviendo sus muñecas y de pronto, despertaba con un golpe que parecía el sonido de una bala saliendo de un cañón. Cuando más tarde le pregunté si había escuchado que los bateristas tienen su propia cosa por dentro, soltó una risa que pareció más un respiro fuerte, “y puede ser. Nosotros pasamos todo el día pensando en ritmos, ¿no? Ritmos, subdivisiones, desplazamientos, modulaciones métricas, el groove, el feel, que si va para delante el tema o se acelera o se… lo tocás más tirado para atrás como el reggae por ejemplo. Sí, tiene un poco de eso”.

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Cada vez que se aproximaba un cambio, miraba a sus compañeros como si fuese solamente un detalle de todo lo que estaba pasando, parecía dirigir el movimiento y la dirección de la música que yo estaba escuchando tras la puerta de vidrio. “El baterista tiene ese poder. A determinar estilísticamente hacia dónde va un tema, ¿no? Como es un grupo y hay libertad para interpretar, o sea, puede pasar cualquier cosa”.

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De cierta manera, es un líder innato de su instrumento. En 1992 se graduó con honores y recibió el premio al mejor baterista de ritmos latinos en el Musician Institute de California, donde también se graduaron, entre otros, Frank Gambale, Paul Gilbert y Jeff Buckley. Fue elegido por la revista “El intruso” como mejor baterista los años 2011, 2012 y 2013. El 2011 estuvo nominado al Grammy Latino con Escalandrum y ha tocado con algunos de los músicos más relevantes de los últimos tiempos como Chick Corea y Juan Cruz de Urquiza.

Pero Pippi se mantiene libre de un ego exorbitante como podría tenerlo un músico de su categoría y sabe que tener un conocimiento de su instrumento es tan necesario como saber tocarlo, “claro, como cada estilo que tocás, saber de dónde proviene, quienes fueron los fundadores, escuchar, por ejemplo en mi caso, los bateristas que inventaron la batería, todo eso te da herramientas para tocar después tu instrumento con más propiedad, más autoridad. Bueno, es muy importante la historia del instrumento y del estilo. La historia de cada estilo es muy importante”.

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El sonido que podía escuchar tenía un poco de todo. A veces como si tuviera folclore o un poco de jazz o un poco de samba o un poco de Buenos Aires. Ciertamente la música de los buenos músicos, parece que no proviene de un solo lugar y Pippi sabe eso, sabe que un músico debe saber de música antes de sentarse frente a cualquier instrumento, “sigo escuchando muchísima música. Entonces todo eso en algún sentido te incentiva o te entusiasma o te inspira, ¿viste? Un tipo que es músico y no escucha música es, ¿viste?, es raro, es como no sé, como querer hablar y no… que no hable nadie”.

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Escalandrum parecía tener un poco de eso. En el disco “Piazzolla plays Piazzolla” me pareció que a pesar de ser una banda de jazz, habían ciertos rincones que eran imposibles de no reconocer y que a pesar de sonar moderno, era el nuevo Tango que sonaba en Buenos Aires, “por supuesto, una música que se determine como la música de Buenos Aires, es muy fuerte eso. Tenés que tener realmente una raíz del Tango muy profunda. Y nosotros conocemos el Tango y conocemos el Jazz. Hicimos como un equilibrio, viste. Pero si no supiéramos cómo se toca Tango… yo bueno, tengo la suerte de ser nieto del maestro, ¿no?, pero si yo no supiera, sería muy distinto el disco, quizás sería un disco blandito, sin espíritu, sin carácter. Hubiésemos elegido temas que tal vez no nos hubieran convencido. Un poco eso”.

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Pasadas las ocho y cuarenta de la noche, el trío seguía probando sonido. Era casi como un ensayo, pero con la diferencia que no paraban a la mitad de un tema para discutir ciertos detalles. Tocaban hasta el final y una vez que Fogiel y Balduini silenciaban sus instrumentos, todo quedaba como detenido.

Poco a poco, comenzó a llegar gente a comprar entradas. Yo seguía parado ahí y de vez en cuando, alguien me preguntaba si ya había comenzado. Entonces explicaba que estaban probando sonido y que solamente estaba escuchándolos. Un señor de más o menos cincuenta años, se sentó en otra de las sillas de la falsa terraza de Boris Club. Sin embargo, parecía no interesarle completamente el sonido que empezaba a escucharse nuevamente después del breve lapso de silencio. Parecía querer comunicarse con alguien por teléfono y sacó un par de fotos a la cartelera semanal, donde seguramente, yo aparecería involuntariamente en un rincón.

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Aún había una pregunta que saltaba en mi cabeza. Por más que cerrara los ojos y tratara de imaginarme estar viéndolos de frente y no desde afuera, la pregunta que envuelve a un artista me era cada vez más necesaria, “yo cuando compongo básicamente, este… por lo general se me ocurre una melodía y trato de desarrollarla. Me surge de manera espontánea, no es que surge a raíz de una situación. Me surge porque me surge. Tal vez estoy sentado en el piano y pintó viste, o estoy tarareando algo. Igual yo no me considero un compositor, me refiero más bien a un baterista/intérprete, pero bueno, tengo algunos temas. Hay algunos que componen desde los acordes, hay tipos que componen desde la melodía, hay otros que hacen directamente un arreglo enorme, este… hay muchas maneras. Pero bueno, hay de todo”.

Ciertamente Pippi es nieto de uno de los artistas más importantes de Argentina y, quizás, del mundo. Fue imposible no preguntarle por qué no se dedico al Tango o a desarrollar el lenguaje que había impulsado su abuelo, “soy baterista. La batería en el Tango es algo que prácticamente no se usa. Este… naturalmente este… lo mío iba a desembocar o en el funk o en el rock o en el jazz o en cualquier otro estilo”.

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La prueba de sonido había terminado. Descorrieron las cortinas y abrieron la puerta. La mujer de vestido largo y colorido se me quedó mirando. Le levanté una ceja y creo que también hice una mueca. Todavía estás acá. Sí, tengo que esperar a Pippi. ¿Para qué? Le tengo que hacer unas preguntas. ¿Es para algún diario? No realmente. Su actitud fue un poco más serena que la vez anterior. Ya te lo llamo. Gracias. ¿Tu nombre? Fernando.

Subió las escaleras junto a la puerta de entrada, se acercó a la mesa donde estaban los músicos y me apuntó. Pippi levantó su mano y me abrió una sonrisa.

En cosa de minutos Pippi bajó las escaleras de Boris Club con sus palillos en la mano y un café negro en la otra.

¿Quién eres Pippi?

“Simplemente soy un músico de jazz. Yo quería tocar jazz”

Sobre El Autor

Fernando Correa-Navarro (Limache, 1981). Ha escrito El guardián de la casa y otros cuentos (Limache250, Bs. As. 2013). Ha traducido La construcción del sueño de Henri Bergson (Limache250, Buenos Aires, 2013 / Alquimia, Santiago de Chile-Buenos Aires, 2015), Cartas desde la Tierra de Mark Twain (La Pollera, Santiago de Chile, 2015).

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