La divisa que ondeaba sobre el edificio del teatro El Globo, lugar donde se representaron las obras más emblemáticas de Shakespeare, ostentaba una leyenda en latín que rezaba: “Todo el mundo hace de actor”. De hecho, esa parece ser la divisa de los grandes dramas de Shakespeare. Hamlet está representado por un actor que, en un momento cumbre de la trama, se pone en la piel de un actor (cuando se interpreta la obra La ratonera a fin de que el rey Claudio contemple sobre la escena, como en un espejo, las alternativas de su propio crimen); o, más manifiesto aún, en la escena I del acto I de El mercader de Venecia: Antonio (el mercader que da título a la obra) le manifiesta a su amigo Graciano: “Tomo al mundo tan sólo como mundo, Graciano: un escenario donde cada uno hace un papel, y el mío es uno triste.” El protagonista de El protagonista lleva esta tesis hasta su más exasperada ilustración: no hay un solo momento en que pueda dejar de actuar: no habla, sino que imposta; su palabra encubre mucho más de lo que revela; sus parlamentos son citas de Tío Vania, Hamlet o alguna de las obras que ha protagonizado a lo largo de su carrera. ¿Tiene la verdad –o, al menos, un vislumbre de verdad- algún lugar en la vida de este protagonista? La respuesta no se revela auspiciosa: pareciera que no (salvo un diálogo central hacia el final de la obra); el papel que le ha tocado en suerte, como al Antonio de El mercader, “es uno triste”. El protagonista es la encarnación del “como si”: hace de padre, hace de amante, hace de amigo y, por cierto, hace de actor; no parece mediar hiato entre la representación y lo representado: él es aquello que representa, con lo cual acaba por no ser nadie.

El título de la obra alude inequívocamente al más profundo rasgo del carácter de su protagonista: todos los personajes (amante, pareja, hijo, empresario, vestuarista) gira alrededor de él, y él es la exasperada (y exasperante) encarnación del narcisismo; no en vano, la trama transcurre en los intervalos de la pieza que en ese momento está protagonizando: Don Juan, ese amante indiscriminado y compulsivo que colecciona mujeres.

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El protagonista es alguien, en principio, vanidoso, replegado y centrado sobre sí mismo. Todas las escenas de la obra van a transcurrir  en el  camarín de este protagonista, por allí desfilarán las personas  vinculadas a él: su hijo, su amigo, su amante, su novia; todos con una demanda específica: que el protagonista dé cuenta de sus actitudes, contradicciones y mentiras en relación a cada uno de ellos.

El protagonista de El protagonista habla, habla, habla: para no decir nada, para conformar a todos, para adecuar su palabra a la palabra que el otro quiere escuchar, para encubrir la verdad, para escuchar su propia voz. Si la divisa del isabelino teatro El Globo rezaba: “Todo el mundo hace de actor”, la divisa del protagonista bien pudiera condensarse en dos versos de un memorable poema de Borges: Y detrás de los mitos y las máscaras, / el alma, que está sola.

Para el protagonista, interpretado por Santiago Rapela, la vida parece ser un gran y shakespeareano escenario permanente donde él construye a  los distintos personajes para agradar, seducir, conquistar y conseguir lo que necesita. A consecuencia de ello, queda claro que el otro como tal no existe, sino que es puro Objeto que puede satisfacer sus necesidades, todo ello envuelto en engaños, con los que logra hacer creer a las personas que se vinculan con él que lo mueven sentimientos genuinos. A medida que el drama se va desplegando, las mentiras del protagonista empiezan a quedar en descubierto y las verdades se empiezan a develar.

Cuando ya la red que ha ido tejiendo alrededor de cada uno de los que fueron engañados por él caen, se derriban las fachadas con las que  interpreta a los distintos personajes y queda en claro que la vida misma que lleva es una ficción permanente.

El protagonista dirá, finalmente, la verdad; sin un atisbo de angustia ni arrepentimiento, ya que es él quien se justifica y son los demás los que tienen que comprenderlo. Así, le dirá a su amante, que nunca la quiso sino que sólo buscaba en ella una satisfacción sexual. Uno a uno, todos van a manifestar su dolor y decepción frente al descubrimiento del engaño, y el protagonista, por su parte, se limitará a minimizar las frustraciones que siembra a su alrededor y seguirá actuando a sus personajes con sarcasmo y soltura.

Una de las escenas más conmovedoras e intensas en términos teatrales es la que el protagonista juega con su hijo adolescente. El muchacho, en plena crisis de llanto, le hará saber de su dolor, de su frustración y, a pesar de todo, de su amor. Es el hijo quien tiene más claro quién es su padre y, en consecuencia, le gritará: “¡Sos un pobre tipo!” Es un hijo que se sabe despreciado por su padre a causa de su aspecto desaseado, de su comportamiento errático; es un hijo que nunca tuvo un padre que funcionara como Ley; sólo tuvo a este padre-protagonista que lo invisibilizó y que nunca, por tanto, fungió como Ley. Ello se relaciona muy directamente con la precariedad de este protagonista del cual no se puede decir que sea un psicótico, pero sí se puede afirmar que bordea la locura.

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El protagonista confesará que cuando se despoja, en la vida misma, de sus máscaras, de los personajes que va creando, sólo queda un vacío, no sabe quién es, no hay una noción de identidad. En este sentido, resulta notable el monólogo en el cual se mira al espejo y confiesa: “Si no tengo una máscara puesta, al mirarme en el espejo no hay nada.” Este juego entre la imagen y el espejo es un momento muy bien logrado de esta obra, cuyo argumento está construido con dramatismo y veracidad, coherente con el perfil del personaje. Estas palabras, teniendo en cuenta conceptos psicoanalíticos, remiten al estadio del espejo; Lacan dirá:El ideal del yo dirige el juego de las relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de esta relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria…Se trata justamente de eso: de una coincidencia entre ciertas imágenes y lo real….Hablamos justamente de las imágenes del cuerpo humano, y de la humanización del mundo, su percepción en función de imágenes ligadas a la estructuración del cuerpo. Los objetos reales, que pasan por intermedio del espejo y a través de él, están en el mismo lugar que el objeto imaginario.” (Lacan, 1981:214) 

El protagonista va llenando este vacío,  buscando agradar para ser amado y aceptado, pero sin poder amar a nadie. En un momento dado mencionará a su madre, quien desde muy niño le pedía que fuera agradable a fin de demostrarle aprobación y afecto; tal era la única forma en que lograba ser visto por su madre. Si se piensa desde el psicoanálisis, este protagonista completó a su madre quedando atrapado en esa diada, con muy escasos recursos como para constituir una identidad.

“…De tal forma se instaura la ley, ya no como ley de la madre, sino como algo dictado más allá de cualquier personaje. El padre simbólico sería el promotor de la misma; no el padre real sino el nombre del padre, la metáfora paterna. O sea, la construcción de la función padre mediante el lenguaje, que instaura la castración simbólica o corte de la unidad madre-fálica e hijo-falo. De esta forma, el falo se sitúa más allá del deseo de la madre, y también más allá de todo personaje (inclusive el padre) para ser algo que se tiene, que se da y que se recibe, algo que se intercambia: fonemas (lenguaje), bienes y mujeres (exogamia), todo aquello que caracteriza a la cultura.” (Lacan)

El protagonista quedó atrapado siendo solo aquel que completara a su madre, sin poder definir una identidad, de ahí lo dramático de mirarse sin máscara y no ver nada, tampoco poder ver a su hijo, ni a nadie a su alrededor. Con la única persona que tendrá un trato un poco más humanizado será con su asistente, una mujer mayor, incondicional hacia él, y no es casual que esta mujer, excelentemente interpretada, sea una especie de madre buena que lo atiende amorosamente en el camarín.

La obra es altamente recomendable, con una excelente puesta en escena y muy buenas interpretaciones, todo ello característico de este grupo  con su director, Luis Agustoni, a la cabeza.

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EL  PROTAGONISTA

Texto y dirección: Luis Agustoni

Intérpretes: Santiago Rapela, Valeria Atienza, Nuria Frederick, Fernando Ricco, Gastón Padovan y Teresa Solana

Funciones: todos los viernes a las 20.00 horas en la Sala El Ojo: Perón 2115

Sobre El Autor

Dolores Alcira De Cicco nació en Buenos Aires. Se recibió de licenciada en Psicología en la UBA en 1977, se especializó en Coordinación de grupos terapéuticos en el Hospital Aráoz Alfaro, y allí mismo coordinó el primer grupo que se realizó con técnicas psicodramáticas en el año 1986. Se recibió de Psicodramatista en el Instituto de Martínez Bouquet. Fue docente en la Sociedad Argentina de Psicodrama (SAP), en la Universidad de Buenos Aires en la cátedra Teoría y Técnica de Grupos y en la Universidad de las Madres. Colaboró durante dos años en el centro del Dr. Eduardo Pavlosky, en el área de Adolescencia. Trabajó veinte años en el Hospital Álvarez, como psicóloga clínica especializada en Urgencias y en Consultorios Externos de Salud Mental atendiendo pacientes adultos y coordinando grupos terapéuticos con técnicas psicodramáticas, por lo cual recibió una mención especial por su trabajo publicado en el Congreso de Salud Mental en el año 2001. Dirigió y coordinó durante ocho años el curso de post grado de “Psicodrama: Nociones Introductorias”, en el hospital Álvarez. Realizó múltiples presentaciones en congresos nacionales e internacionales presentando talleres coordinados con Técnicas Psicodramaticas. En el año 2014 se recibió de Facilitadora en Constelaciones Familiares en el Centro Latinoamericano de Constelaciones Familiares. Actualmente se desempeña como supervisora clínica de psicólogos y atiende en su consultorio a pacientes adolescentes y adultos. Colabora en las críticas de cine y teatro junto al profesor Osvaldo Gallone en la revista Evaristo Cultural. doloresdecicco@hotmail.comOsvaldo Gallone nació en Buenos Aires. Es escritor y periodista cultural. Publicó los libros de poemas Crónica de un poeta solo (Botella al Mar, 1975) y Ejercicios de ciego (Botella al Mar, 1976); los ensayos La ficción de la historia (Alción, 2002) y Lectura de seis cuentos argentinos (San Luis Libro, 2012; Primer premio en la Convocatoria Nacional Cuento y Ensayo, 2010). Y las siguientes novelas: Montaje por corte (Puntosur, 1985), La niña muerta (Alcobendas, España, 2011; Primer premio a la Mejor Novela en el III Premio de Novela Corta, 2011), Una muchacha predestinada (V.S. Ediciones, 2014; Primer premio a la Mejor Novela V.S. Editores, 2013), La boca del infierno (Evaristo Ediciones, 2016). Ha ganado diversos premios literarios tanto en España como en Argentina. Y colaborado, como periodista cultural, en medios nacionales e internacionales. Coordina desde hace tres décadas Seminarios de lectura y crítica literaria. Actualmente colabora, junto con la licenciada Dolores Alcira De Cicco, en la revista Evaristo Cultural ejerciendo funciones de crítico de cine y teatro. osvaldogallone@hotmail.com

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