Hacen ya un par de semanas que falleció Jirō Taniguchi, uno de los más renombrados autores de manga de las últimas décadas y, en mi caso, la puerta de ingreso al enorme mundo de la narrativa gráfica japonesa.

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Me interesé desde muy joven en la literatura y el cine de Japón. Esto fue antes del boom del animé, del manga y de Murakami, es decir que había poco y difícil de conseguir para adentrarse en esos lares. Poco tiempo después editorial Anagrama y Emecé comenzaron a abrir puertas. Subyacentemente comencé a escuchar el rumor de un furor creciente por la animación japonesa y por su historieta. La nueva generación de lectores ganaba terreno y arrastraba con ella a varios editores. No obstante, a pesar de ser lector de comics, me costó ingresar en esa movida.

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No fue sino hasta 2004, cuando Ponent Mon editó El caminante de Jirō Taniguchi, que el manga ganó mi atención y mi respeto. El caminante era una compilación de piezas cortas, sin tensiones argumentales evidentes, más bien se trataba de una paleta de estados anímicos enlazados por un mismo protagonista. La relación con la naturaleza y los elementos estaba siempre presente en una especie de meditación evocativa en la que Taniguchi conseguía hacer carne en sus lectores las vivencias de su personaje. Había un algo de las películas de Ozu en sus viñetas. Esa fue mi puerta de entrada al manga y, aún hoy, Taniguchi es uno de los autores del panorama internacional de la narrativa gráfica que me resultan más convocantes.

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JIRŌ TANIGUCHI

Nacido en Tottori en 1947, Jirō Taniguchi fue parte de la generación que se vio seducida por el Gekiga, la corriente estilística del manga que comienza a aprovechar las posibilidades adultas del medio, alejándose de la síntesis visual y argumental planteada hasta ese momento por Tezuka. En 1969 Taniguchi se traslada a Tokio con la idea de convertirse en mangaka. Comienza la década del setenta trabajando primero como ayudante de Kyūta Ishikawa, para pasar luego a trabajar con Kazuo Kamimura, el ilustrador de Lady Snowblood, manga en el que se basó la famosa película homónima de Toshiya Fujita, a la que tanto debe la Kill Bill de Tarantino. Por estos años Taniguchi tiene también su debut en las páginas de Seinen Young Comic con Kareta heya.

Recién en 1987 el autor tomará el rumbo que lo llevará a la trascendencia, cuando se aleja de los mangas de acción para ilustrar el fresco de época Botchan no jidai (La época de Botchan), editado en español por Ponent Mon pero tristemente agotado y sin reedición desde hacen ya varios años. La obra registra el periodo de modernización de Japón transitado por Natsume Sōseki y plasmado a lo largo de toda su trayectoria literaria.

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La producción de Botchan no jidai se extiende desde 1987 hasta 1997 y le vale a Taniguchi el Premio a la Excelencia de la Asociación de Dibujantes Japoneses en 1993 y el Gran Premio cultural Osamu Tezuka en 1998. A este periodo corresponden también las historias cortas que componen la obra que comentábamos al comienzo, Aruku hito (El caminante) y otras, compiladas en diversos volúmenes, en las que el autor explora la personalísima veta intimista que se transformaría en un sello personal.

En los años siguientes Taniguchi publicaría dos de sus mayores obras.

EL ALMANAQUE DE MI PADRE

En 1994 publica la obra por la que, para muchos, sería incluido en el panteón de la narrativa gráfica mundial, Chichi no koyomi (El almanaque de mi padre), editada en español por Planeta de Agostini.

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El almanaque de mi padre narra el regreso Yoichi, un hombre que transita la cuarentena, a Tottori, la prefectura que lo viera nacer y del que se mantuviera alejado durante años amparándose en excusas profesionales. El motivo del su regreso no es otro que el funeral de su padre.

La geografía del recuerdo recupera en Yoichi la memoria del gran incendio de 1952, en el que su familia perdería todas sus pertenencias y al que tampoco sobreviviría el matrimonio de sus padres. En su recuerdo Yoichi culpa a su padre de la partida de su madre, que los abandonó para formar una nueva familia.

En su memoria su padre era un hombre distante, gris, sólo abocado a su trabajo. En su adolescencia llegó incluso a percibirlo como un mediocre. Pero los testimonios recogidos en el servicio comienzan a dibujar una realidad diferente de la recordada por nuestro protagonista. Fotografías, anécdotas y comentarios de allegados engarzan lentamente el perfil de un hombre honesto, abnegado y preocupado por su familia y su sociedad.

Con tono nostálgico Taniguchi elabora una reflexión sobre la vida, la madurez y la necesidad de aceptar el pasado para poder encarar el presente.

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BARRIO LEJANO

En 1998 llega el turno de otra de sus obras maestras, Harukana Machi e (Barrio lejano). Taniguchi hace uso de una gama emocional muy similar a la de El almanaque de mi padre, pero introduciendo en esta oportunidad el componente fantástico. Hiroshi Nakahara es un hombre de 48 años que poco espera de la vida. Una presencia semi ausente en su familia aturdido por el trabajo y el alcohol.

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Tras un viaje de negocios Hiroshi confunde el tren de regreso a Tokio y termina a su ciudad natal precisamente para el vigésimo tercer aniversario de la muerte de su adre. Aprovecha para visitar la tumba familiar y rememora su infancia y lo mucho que sufrió su madre luego de que su marido, el padre de Hiroshi, abandonara a la familia. Y aquí es donde entra el elemento fantástico, tras un vahído en el cementerio, Hiroshi despierta con su temperamento y sus recuerdos de hombre maduro, pero en su cuerpo de adolescente. Pronto se da cuenta de que ha viajado al pasado. Se reencuentra con su familia y sus amigos. Teniendo la posibilidad de enmendar errores pasados, HIroshi se embarcará, mientras re-vive su adolescencia con la conciencia de un adulto, en una cruzada por comprender las motivaciones del abandono paterno e intentará evitarlo. Una vez más la aceptación del pasado encausa la búsqueda de la realización personal.

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EMBAJADOR CULTURAL

Posteriormente a las obras mencionadas, Taniguchi continuó cultivando su voz reflexiva, alternándola con historias de aventura, pero siempre ligadas con una visión personal del mundo natural y de las construcciones sociales y culturales del hombre. La memoria personal se matiza con elementos fantásticos. La exploración del alma con la percepción del paisaje, de los animales o incluso de los hábitos alimenticios. Taniguchi esboza, haciendo centro en las costumbres niponas, una radiografía del género humano.

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Su estilo intimista le granjearía el éxito en Francia, en donde su obra lo transformaría en una de las principales inspiraciones y en uno de los máximos representantes de la nouvelle manga, el movimiento liderado por Frédéric Boilet que mestiza las características narrativas, gráficas y expresivas del manga con la historieta francobelga.

La muerte de Taniguchi deja un vacío irreparable en el panorama narrativo de nuestra época, el que sólo puede generar un inclasificable.

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Continuaremos próximamente abordando con mayor detalle el resto de la obra de este genial creador.

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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