Vlad Peirut y Brenda Postemsky son dos longevos astronautas aislados en una base espacial, dedicados a la tarea de crear un mundo, de poner en práctica “la máquina de Dios”. Cuando ya empiezan a sentir sobre su cuerpo los síntomas del aislamiento pierden toda comunicación con la base. Y momentos después, su misión tiene éxito: en su proyecto crearon vida.

Y ellos empiezan a perderla.

Por la soledad.

Por la resaca que le sigue al éxito y la felicidad.

Por lo que cada uno de ellos lleva adentro de sí mismos.

Cuando la tragedia los golpea, ambos descubrirán que solidaridad y egoísmo son caras de la misma moneda. Brenda y Vlad quedaran en manos de esa suerte.

Locura y desesperación.

El vacío.

Psicosis y abandono.

Dioses que crean la humanidad al mismo tiempo que pierden la suya.

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Hablemos del origen de La analogía del cielo.

La novela nace de un cuento. Una historia de ciencia ficción donde un grupo de científicos se encuentra ante un dilema ético: clonar un feto muerto de diablo. Todo ocurre en un laboratorio bajo tierra, donde los personajes quedan aislados. Con el advenimiento del maligno se recrea una suerte de infierno en el lugar, y los personajes tratan de purgar sus penas. El cuento se publicó finalmente, pero para ello tuve que recortar un personaje que estaba apenas esbozado. Al corregirlo le presté la suficiente atención y me encontré que tenía mucho más para decir. Pero ese no era el lugar. Le di el escenario que necesitaba y así nació Vladimir Peirut. El tipo, exigente, me pidió más hojas para contar su historia.

¿Cuánto hay de investigación y cuánto de ficción en la novela?

Sobre psicopatología del longevo la verdad es que hay poca casuística. La ciencia no ha llegado a estudiar en profundidad el campo dado que la expectativa de vida del hombre actual no supera, salvo contadas excepciones, su etapa de geronte. A los psicólogos del porvenir les corresponderá su estudio. Sobre el bosón de Higgs, en cambio, había bastante material que tuve que leer. Pero esa es la parte más aburrida del oficio, hay que tratar de que el lector no lo note.

Los recuerdos juegan un papel interesante en la novela, como una manera de romper el aislamiento de los personajes y tirarles una suerte de salvavidas. ¿Qué rol le adjudicas a los recuerdos en la formación de la identidad?

 Un rol definitivo, total. Uno es lo que recuerda que es. El tema es que hasta los recuerdos van cambiando con el tiempo.

Deseo y ocio. El deseo satisfecho y después el ocio perpetuo que le sigue. Dejando de lado toda posibilidad de un ocio creativo y saludable, como así también de nuevos deseos, la locura parece inevitable. Desde lo simbólico sería interesante relacionar esta ficción con hechos de la realidad en la que el tiempo termina jugando en contra.

Puede ser. En la novela, Vlad está contenido psicológicamente por la rutina de trabajo que tiene. Se levanta cada día a monitorear los diferentes Universos Encapsulados de su laboratorio, hasta que llega la hora de dormir y se acuesta. Entonces cuando esa rutina le falta, se le empieza a escapar lo que estaba conteniendo. ¿A quién no le pasó? Aunque para ser justos con mi personaje, él posiblemente estaba bajo los efectos de la YHVH, esa medicación tan peligrosa.

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El terror y el policial son los géneros que mejor tratan el existencialismo; el hombre llevado a situaciones límites como le sucede a Vlad y Brenda. ¿Qué te interesa acerca de estos personajes?

Que se prestaron para una puesta en abismo, donde se pudo jugar con la idea de que habitamos un universo en el que es posible crear, en condiciones de laboratorio, un universo exactamente igual al que vivimos, isomórfico. Entonces cabe la posibilidad de que nosotros seamos la creación de una pareja de astronautas flotando en una estación espacial, y que lo que hasta ayer llamamos dios no sea más que un par de longevos graduados en ciencias exactas.

 La historia presenta un ambiente opresivo y de abandono desde el comienzo, ¿cómo trabajás el clima y la atmósfera en tus narraciones?

En la novela hay un momento en el que trabajo el asco. Y me he dado cuenta de que se me está volviendo un tópico. Me estoy poniendo insistente con eso. Así que me parece que voy a revisar el tema de cómo trabajo el clima en mis narraciones.

La idea de la creación de mundos y de convertirse, en cierto modo, en dioses es algo que obsesionó a los hombres desde el principio de los tiempos. Es interesante ver en estos casos como el fin, la búsqueda de la creación de la humanidad lleva acarreada la perdida de la misma. ¿Qué nos podés decir acerca de esto?

Solo puedo manifestar mi temor y mi más profundo pesimismo con respecto al futuro mediato de la ciencia.

Dos seres humanos aislados, incomunicados, solo ubicados en tiempo y espacio, dos dimensiones que, en este caso, no ofrecen alternativas ni expectativas. Uno apuesta a la más absoluta de las soledades y termina víctima de la psicosis, el otro personaje es la encarnación de la exclusión. Podríamos ampliar la idea.

La novela juega con el mito de la creación y propone una cosmogonía de ciencia ficción dura. Está llena de referencias de los evangelios y contiene el Génesis de una biblia 2.0. Vlad es víctima del delirio frenético –casi onanista- al que debió caer Dios en su séptimo día. Brenda es la expiación.

¿Quiénes fueron tus referentes a la hora de escribir la novela?

 La novela no hubiera tenido esa forma sin que me hubiera topado con un libro de Justin Cronin, El Pasaje. Menos, si no hubiera leído a Jorge Baradit, aunque mucho no se note. Pero necesité también soporte visual. Películas como Moon, Gravity; series como Ascención, Extant fueron muy útiles. Como así también la página web de la Nasa desde donde podes ver por las cámaras alojadas en la Estación Espacial Internacional.

Contanos acerca de tu proceso de escritura. ¿Cómo trabajaste la estructura?

Como los personajes en la estación espacial sufren los primeros síntomas de una nueva forma de locura, documentan todo en una bitácora que funciona como historia clínica. Gran parte de la novela es ese registro desgravado y presentado en un Congreso de Neurociencias y Psicología del Longevo. Hay capítulos donde se narra en primera persona y otros desde una voz omnisciente. Creo que para encontrar la manera de narrar fue fundamental haber leído El Pasaje. No por nada un personaje de La analogía del cielo lleva su nombre.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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