Escenarios rurales, pequeños poblados, tipicidad de esos lugares. Y conflictos socioculturales.

La producción de una realidad textual enmarcada en un universo narrativo colmado de datos que describen la arquitectura, la flora, la fauna, el clima; en definitiva, una serie de detalles que, reunidos, se ven como fotografías de aquellos paisajes.

Seguir leyendo a Juan Rulfo, seguir discutiendo su obra, es hablar del presente de México y, ello obviamente representa su verdadero logro. Rivera Garza explora su escritura y trabaja sobre ella, ofreciéndole a los lectores un valor agregado.

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A veces pienso que el diablo es más benigno que los hombres, porque al menos sabemos que todo lo que puede ser bueno lo quita, pero los hombres, creyendo que están dando algo, aparentando estar dando algo, nos quitan lo mejor que tenemos. Eso pasa con los señores de la Euzkadi, creen que el pan y la leche que comemos vale más, mucho más caro, que la pobre tranquilidad que estamos necesitando, y sobre esto están exigiendo más cada día, como si uno les perteneciera por entero, como si uno fuera la masa con que amasan sus negocios. Me dan ganas de decir muchas barbaridades en contra de ellos, por todo el mal que le han hecho a uno por la sacrosanta utilidad de la Industria, que todo lo que nos hace ganar es perdiendo el poco valor humano que nos quedaba y que habíamos defendido tanto.”

Quise iniciar la entrevista con esta transcripción, antes de preguntarle a usted: ¿Cuáles serían, a su juicio, las principales características, las marcas de identidad del universo rulfiano?

Poner atención—una atención tan sutil como intensa, en todo caso concentrada—es una marca de la escritura rulfiana. La atención del ojo y del oído; la atención del cuerpo que se interna en paisajes disímbolos. La atención al habla de los otros; a los dilemas y tensiones irresueltos y no de los otros.

Podríamos poner el foco en un tema clave: los viajes que en razón de comisiones de servicio de la Secretaría de Gobernación, por una parte y, por otro lado, como agente viajero en representación de la compañía Goodrich-Euzkadi, realizó Juan Rulfo durante varios años. ¿Cómo sintetizarlo?

Una escritura migratoria o, en todo caso, en constante movimiento. Una escritura que, por moverse tanto, cuestiona la misma noción de centro y su gemelo maldito: periferia. Una escritura engendrada en la curiosidad material. Una escritura que se genera, también, en ese poco glamurosa, acaso pedestre pero siempre inevitable relación entre el trabajo que se lleva a cabo para ganarse la vida y el trabajo que se hace para producir una obra.

¿Hasta qué punto estos viajes son constitutivos del Rulfo escritor?, ¿cómo sopesar el influjo de la carretera? Quiero decir, si los viajes fueron la verdadera fuente de inspiración, aquello que despertó en este hombre el deseo y la voluntad de escribir, ¿de no haber tenido la oportunidad de viajar, acompañando el esquema de modernidad, que se impuso, no hubiéramos conocido su talento tal como lo conocemos?; ¿estaríamos hablando de él, cien años después de su nacimiento?

No podemos saber lo que no pasó, pero podemos interrogar lo que ha pasado. El trabajo cotidiano—y no el tiempo libre o el afán de dispensar recursos sobrantes—llevó a Rulfo a atravesar de un lado a otro la república mexicana, sopesando sus contrastes, intimando con sus habitantes, enfrentándose de manera concreta e intermitente a los dilemas de un país en pos de una modernización tan celebrada como abrupta y desigual. El viaje, pues, se inscribe en un contexto mucho más complejo: relaciones laborales, relaciones económicas y sociales a gran escala, relaciones personales. ¿Cómo podría todo eso NO estar en su obra?

¿Qué podría adelantarle a los lectores acerca del desempeño de Rulfo en la Comisión del Papaloapan y en el Instituto Indigenista de la Ciudad de México?

Plantear una pregunta acaso básica—una pregunta acerca de la relación entre el trabajo (empleo) de un escritor y el trabajo (obra) de un escritor—me llevó al Archivo Histórico del Agua en el centro de la Ciudad de México. Ahí me encontré con algunos de los reportes de trabajo que Rulfo organizó para la Comisión del Papaloapan, uno de los proyectos más caros del gobierno modernizador de Miguel Alemán justo a mediados de siglo XX. Como empleado—un empleado menor, ciertamente—de esta agencia del estado alemanista, Rulfo viajó hacia esta área rica en recursos naturales—que el Estado modernizador ansiaba abrir para la inversión tanto nacional como extranjera—identificando con su cámara fotográfica las condiciones de vida que el gobierno de Miguel Alemán buscaba transformar con sus políticas modernizadoras. Como empleado de la Comisión del Papaloapan, pues, Rulfo conoció muy de cerca los procesos de despojo y desalojo de comunidades indígenas que acompañaron a la implementación de tales políticas, especialmente alrededor de la construcción de la presa Miguel Alemán, una obra de infraestructura monumental que transformó las relaciones de producción en la zona. Ahí, en esa área del sur de México, se debatían al menos dos maneras de entender el futuro del país: una globalizadora—desarrollo hacia fuera, se decía entonces—y otra basada en una relación orgánica y espiritual con el territorio.

1-Cristina Rivera Garza por Grisel Reyes P

Sería interesante dejar en esta entrevista una reflexión acerca de la escritura entendida como un posible canal de diálogo con los otros, por ejemplo, con las comunidades indígenas. Otra intelectual mexicana, Mariflor Aguilar Rivero, distingue con claridad entre los distintos tipos de diálogos que en la práctica pueden ensayarse: los de escucha, entablados con honestidad, por una parte, y los falsos diálogos, especulativos e instrumentales, orientados a anular al otro, a no tenerlo realmente en cuenta. ¿Qué opinión tiene usted acerca de esta capacidad de la escritura?

No hay soledad en la escritura. La escritura es una práctica de pluralidad. Uno siempre escribe con otros—a través de un lenguaje que nos viene de y con ellos. Que esto se olvide con frecuencia tiene que ver con el endiosamiento romántico del autor y su “inspiración” tan misteriosa como inexplicable. Entender a la escritura, en cambio, como un trabajo de producción y reproducción colectiva y colaborativa nos permite señalar los lazos de contacto que todo texto establece con los practicantes de una lengua. Cuando de manera constante se incluye a unos, excluyendo a otros, estamos ante relaciones de poder que es necesario traer a colación y explorar de manera crítica tanto estética como éticamente.

La libertad para tomar propias decisiones sin estar sujeto a limitaciones y/o presiones.

¿Dentro de qué corriente filosófica se inscribiría usted en lo que hace a la aceptación o negación de la idea del “libre albedrío”? Schopenhauer, por ejemplo, sostenía que “los hombres no son libres, sino sujetos a la necesidad”. Obviamente, esta pregunta tiene que ver con lo que fue la trayectoria laboral de Rulfo. Y tiene que ver con las eventuales coherencias e incoherencias de cualquier escritor, al tiempo de hacer lo suyo desde el lugar que elige.

Los autores no son ángeles o abstracciones sin cuerpo. Ser un cuerpo entre cuerpos, responder a estímulos y obstáculos desde nuestras distintas materialidades: todo eso también es escribir. La escritura no exime a sus practicantes de las mismas acuciosas presiones que otros experimentan. Sus reacciones, sus planteamientos críticos o no, son parte de ese indisoluble lazo que nos conecta. Ver a un autor de la estatura de Rulfo también desde esta perspectiva no lo demerita, justo lo contrario. Al complejizar sus relaciones materiales con el entorno tal vez se ahonde todavía más en la relación del autor y escritura y, más aún, en la relación entre autor y lector.

La Guía de Caminos de México; una guía turística de carreteras. ¿Punta de lanza en el desarrollo económico?; ¿cómo se mostraba el país, desde esa expresión publicitaria?

Estamos a mitad de siglo XX. Los gobiernos post-revolucionarios se proponen “modernizar” el país a través de políticas globalizadoras que ofrecen recursos naturales al exterior. ¿Cómo atraer esas inversiones? Hay que construir carreteras (y hacerle, de paso, la competencia a los trenes profirianos), hay que dar a conocer lo que de especial, de único, puede vender el país; hay que atraer a eso que ahora conocemos como turismo. Uno de los puntos fundamentales de estas campañas a mediados de siglo iba mano en mano con el mestizaje que había abrazado la revolución misma: la conjunción de un pasado indígena—hondo, misterioso y, sobre todo, ido—y una masa mestiza lista para entrar de lleno en la modernización. Las guías turísticas, entre otros artefactos, expresaron estas ideas, que son ideas relacionadas a la construcción de una identidad nacional.

El mercado de falsificaciones de piezas precolombinas. El Programa de industrialización. El “milagro mexicano” y un supuesto desarrollo prometido como el paso previo al inminente bienestar de la población en su conjunto. ¿Finalmente, a dónde fue a parar el correspondiente progreso de la mayoría?

Cuando escribía el libro pensaba que había emprendido una exploración del pasado. A medida que visitaba archivos o poblados en las montañas de Oaxaca, sin embargo, me daba cuenta que el libro era sobre el presente. Sobre mi presente. A través de Rulfo, quiero decir, exploraba este presente violento e injusto, dominado por una guerra contra la ciudadanía que ha dejado miles de desaparecidos y ha hundido al país en un horror creciente. Esta coalición entre el Estado neoliberal y esos empresarios salvajes que son los así llamados narcotraficantes, es el resultado directo de las decisiones modernizadoras que, contra la voluntad de las mayorías, se tomaron a mediados del siglo XX. Por eso leer a Rulfo sigue siendo un hecho actual. Por eso la escritura de Rulfo todavía nos da claves para entender y criticar en nuestro presente.

Una de las dimensiones que integran este libro suyo, es la histórica, la que nos permite conocer algo más acerca del México de la modernidad, el de las carreteras, el de la industrialización, el que confronta con el país rural que habría sustentado la narrativa de Rulfo. Háblenos, por favor, del contexto histórico que influye en lo estético.

Ninguna escritura existe de manera aislada. Cada escritura se inscribe en un contexto concreto y material y en una conversación propia de su gremio. Encontrar las maneras dinámicas y tensas, resbalosas y con frecuencia conflictivas que conectan autor-obra-mundo-lector es parte del trabajo de análisis que es toda lectura.

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¿Qué podría decirnos, en pocas palabras, acerca de Los muertos indóciles?

Se trata de un libro de ensayos en que reflexiono sobre la producción contemporánea de un cierto tipo de escritura documental que, haciendo visibles los lazos de deuda que cada obra contrae con las comunidades donde se genera, pone en cuestión nociones de lo literario como una práctica autónoma e individual. A esa estrategia de escritura crítica la he llamado desapropiación. Pero más aquí: http://literalmagazine.com/desapropiacion-para-principiantes/

Entre los tantos temas a considerar, ocupa su lugar el de la propiedad privada -de la escritura-. Y, el de la apropiación y su relación con el interés común o, en todo caso, el de nuevas perspectivas que quedarían enmarcadas en la idea del bien común. En esta línea, podríamos intentar otra síntesis, partiendo de la escritura, de la creación y, mediante una nueva mirada, llegar a redefinir la relación entre escritura y lectura. La invito a ampliar la idea.

Me interesa explorar—tanto como lectora como creadora—ese tipo de escritura que se conecta con su comunidad y que establece un diálogo orgánico con los practicantes de una lengua. Se trata de una escritura política en el sentido más amplio de la palabra: una escritura manchada de vida, llena de cuerpos, densa con deseo. Sigo pensando que el lenguaje es nuestro bien común, una herramienta tan humilde como poderosa en sus relaciones con el mundo. Todavía creo en la capacidad de la escritura para afectar nuestras vidas con otros, nuestros deseos, incluso, en sus momentos más felices, nuestros sueños.

Me gustaría obtener, de usted, un comentario que, de alguna manera, relacione el pensamiento libertario, con la sociedad literaria mexicana y con la diseminación del pensamiento crítico.

Aunque es cierto que una buena parte de la sociedad literaria mexicana está más bien preocupada por confirmar el estado de las cosas, ya sea con y a través de sus relaciones con el Estado o en sus relaciones con el mercado, también es cierto que existe otro tipo de escritura, una que busca afanosamente ese otro lado crítico de las cosas. Ahí están esas periodistas de a pie y excelentes narradoras: Daniela Rea y Marcela Turatti entre otras. Ahí están poetas que se acercan al documento y a la voz como Sara Uribe o Maricela Guerrero. Ahí están los colectivos que ensamblan libros para los que luego encuentran canales de distribución distintos al intercambio comercial. Ahí están esas escritoras que vinculan sus preocupaciones sociales con exploraciones ricas y gozosas en términos de sintaxis o de semántica. Son, por fortuna, un montón. Y un montón bien diverso, también por fortuna.

La violencia sexual; los violadores. La figura del hijo bastardo. Los cuerpos y la vida sexual. ¿Qué opinión le merece la pluma de Rulfo en lo que hace a la sexualidad de sus personajes femeninos?

Es tal vez una contradicción—y una rica en sutilezas a todo esto—que las ánimas de Comala sean tan carnales. Sus deseos caen sobre la piel y de ahí se explayan hacia el mundo. Pocos autores, e incluso autoras, de su época trataron el cuerpo—en general, pero también el femenino—con tanta solidez, de manera tan directa, sin afectación alguna. En contextos de suma desigualdad, de ahí las relaciones violentas que el cacique y sus secuaces establecen con ellas, las mujeres sin embargo no son víctimas inertes. Retobonas o delirantes, sagaces, a veces con bigote, todas ellas parecen dispuestas a secundar sus deseos o a utilizar esas “armas de los débiles” para llegar a sus fines. ¿En los libros de cuántos autores de mediados de siglo XX aparece, por ejemplo, la menstruación?

Por último, le pido que acepte cerrar esta entrevista, hablándonos de aquel Juan Rulfo, del “lector empedernido”, del escritor “experimentalista” y, de sus logros verdaderos.

Lo seguimos leyendo, ese es su verdadero logro. Lo seguimos discutiendo. Hablar de Rulfo es hablar del presente de México.

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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