Hay una biblioteca inicial de San Martín, la de su adolescencia y formación militar, que no cruzó el Atlántico cuando retornó a su patria. Reconstruyendo cuáles libros podía haber en el hogar paterno, los usados por entonces en la enseñanza de los niños, y los de estudio para la formación de cadetes, se ve que ninguno de estos aparecen en los listados que confeccionó de aquellos que trajo a Buenos Aires en 1812, llevó en su campaña militar y luego donó casi en su totalidad.

Transcurrida la adolescencia en España, comenzó a manifestarse en San Martín un deseo por saber sobre los más diversos temas y, de manera simultánea, se dio en él la atracción por poseer las obras de su interés para con ellas formar su biblioteca. Esta biblioteca, la de su diletantismo, le acompañó por Europa y Sudamérica, con ella viajó de Cádiz a Buenos Aires y luego, durante su campaña libertadora, la trasladó a Mendoza, Santiago de Chile y Lima.

Su equipaje personal no llegó a completar la carga de una mula, pero cuando entró a Perú lo acompañaron 11 enormes cajones con alrededor de un millar de pesados volúmenes y cantidad de documentos, folletos e impresos en hojas volantes.

Se puede conjeturar sobre los libros de las primeras lecturas potenciales de San Martín, digamos los libros de estudio, gracias al trabajo de reconstrucción deductiva efectuado por el militar español José María Gárate Córdoba, de los cuales no hay constancias que los hubiera conservado, formando una librería inicial.

Ya incorporado a las filas del ejército español, dice Gárate Córdoba que:

 

Los primeros libros propios de San Martín, ya oficial, fueron, según sus biógrafos Zapatero y Villegas, los de Lucuce, Morla y Prosperi, de artillería y fortificación, con los que la escuela española dio lecciones al mundo. En lo humanístico, las “Campañas de César”, por Balbuena, la colección de “Las Guerras de Federico II”, por Muller, y – acaso en el compendio de Contreras, de 1787- los once tomos de “Reflexiones Militares”, de Marcenado.

 

Pedro Luis Barcia y María Adela Di Bucchianico  chequearon todos estos autores y títulos citados por Gárate Córdoba con el listado de libros llevados por San Martín a Mendoza y encontraron que, de la extensa nómina de literatura castrense española que aporta Gárate Córdoba,  en la librería del héroe hay una sola obra. Se trata de lasReflexiones Militares”, de Álvaro de Navia Osorio y Vigil. Es cierto, entre los 23 libros que contiene el Cajón nº 4, llevado a Perú, aparece la obra Reflexiones militares y políticas en  12 tomos, pero impresa en francés.

Si bien la primera edición de las Reflexiones Militares de Álvaro de Navia Osorio y Vigil es la editada en francés en 1736, cuando San Martín inicia su carrera militar ya circulaba un compendio de dos volúmenes en castellano, tarea que se atribuye al capitán de infantería Juan Senén de Contreras. Esta impresión salió al mercado en 1787

Con estos datos es posible deducir que en España para perfeccionar sus conocimientos los que cursaban su formación militar utilizaron el compendio en castellano. Que San Martín tenga en su biblioteca la edición original en francés marca hasta que punto le interesó a él esta obra, pero no necesariamente tiene que haber sido la usada en su adolescencia.

Gracias al listado existente en el Museo Mitre se conoce a ciencia cierta los títulos que componían la primera y, en base al detalle que su yerno Mariano Balcarce acompañó con la donación efectuada a la Biblioteca Pública de Buenos Aires, también se sabe la nómina de la mayoría de aquellos ejemplares de su segunda y última biblioteca.

El espontáneo desprendimiento de Federico Terrero, Adolfo Carranza, Bartolomé Mitre, María Guerrico de Lamarca, Mariano Demaría, Elisa Udaondo, la familia del general Juan José Viamonte y monseñor Fortunato Devoto que donaron ejemplares de aquella última librería al Museo Histórico Nacional y al hoy Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo”, mostró que Balcarce envió tan solo un lote a Carlos Tejedor, entonces director de la Biblioteca Pública.

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Por esta razón siempre está presente la duda entre los investigadores si en alguna colección privada aún se atesoran piezas de su última librería. Entre los libreros y anticuarios consultados, fui informado con precisión de un coleccionista poseedor, recientemente fallecido, me refiero a Horacio Porcel.

Conseguí verlos, son dos, y constaté que San Martín dejó en ellos estampada su pertenencia. En uno de estos ejemplares se guarda la tradicional carte-de-visite con la fotografía de su hija Mercedes y en el reverso un texto de su puño y letra para quien recibió el ejemplar como obsequio recordatorio. Tal vez aparezcan otros más.

Habiendo colgado su hábito sacerdotal y después de obtenido el título de abogado, José Pacífico Otero, admirador de José de San Martín y por impulso del pintor Benito Quinquela Martín, fundó en abril de 1933 una asociación civil: el Instituto Sanmartiniano, nacionalizado años después.

Otero se dedicó al culto sanmartiniano, para lo cual estudió la vida y obra de José de San Martín, abrevando en bibliotecas y repositorios de documentos de varios países americanos y europeos. Después de siete años, el resultado de sus desvelos lleva por título Historia del Libertador don José de San Martín, obra en cuatro voluminosos tomos, cuya edición príncipe fue impresa en 1932 por un taller tipográfico en la ciudad de Bruselas.

A manera de apéndice en el tercero de estos tomos que componen la obra de Otero, dedicado a El Libertador y el Protectorado del Perú, es decir a su rol entre los años 1820 y 1822, aparece por primera vez el inventario de los libros que ofreció como obsequio al crear la biblioteca de Lima, documento hoy preservado en el Museo Mitre.

Otero en su artículo San Martín y la Biblioteca de Lima, dado a conocer por el diario La Nación el 11 de agosto de 1935, trae su opinión sobre la relación personal entre San Martín y los libros. Al publicar el inventario de su acervo bibliográfico había dicho que este documento permite apreciar la curiosidad bibliográfica de San Martín, y en el mencionado artículo señaló, como uno de sus rasgos, que ante todo y sobre todo era un lector asiduo, un espíritu altamente curioso.

Conocido el contenido de este inventario, el artillero naval e historiador Teodoro Caillet-Bois en 1938 desarrolló el tema de La cultura del general San Martín en el Boletín de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares.

Para Caillet-Bois la cultura de San Martín fue, pues, de hechura propia, la poseyó, como solemos decir,  a los ponchazos, cuando y como le fue posible.

A tres meses de la total destrucción de la Biblioteca Nacional del Perú a causa de un incendio, el 17 de agosto de 1943 Caillet-Bois ocupó la tribuna de la Asociación Cultural de Bibliotécnicos para abordar el tema San Martín y la Biblioteca de Lima. Al año siguiente, esta disertación fue editada por el Instituto Cultural Joaquín V. González, con un oportuno prefacio del docente y escritor socialista Pedro Franco, también conocido por su seudónimo Celso Tíndaro.

Después de referirse a la pérdida bibliográfica sufrida por los peruanos, Caillet-Bois se ocupó nuevamente de quien fue el fundador, de su instrucción personal y conocimientos en algunas disciplinas, considerándola moderna, concreta y liberal; luego dedicó casi el resto de la exposición a analizar, por materias y sus cantidades, el contenido del inventario de la donación de San Martín a esta biblioteca peruana.

El ordenamiento de Caillet-Bois es el antecedente del ya citado que encararon, décadas después, Barcia y Di Bucchianico, en el libro Los caminos de la lectura. Las bibliotecas del Libertador, editado en el año 2012.

         Como homenaje a Ricardo Rojas, el 7 de agosto de 1948 apareció San Martín, amigo de los libros, del cual es autor Raúl Aguirre Molina. El propósito que le animó a hacer este libro aparece así sintetizado: demostrar que San Martín fue un apasionado por los libros, propulsor entusiasta de la cultura popular y admirador respetuoso del talento y de la ilustración.

         Este autor, coronel de nuestro Ejército, muestra en todo momento su admiración por aquel guerrero de austeras y sobrias costumbres, cuyo bagaje personal no completaba la carga de una mula y en cambio entró a Lima seguido por un millar de volúmenes de temas y autores diversos.

Todos los capítulos de este libro presentan igual característica: el autor va exhibiendo en cada uno documentos probatorios, en muchos casos transcriptos íntegramente. De estos documentos, es de particular interés la nota con el detalle de los libros elegidos entre los ofrecidos por San Martín a la Biblioteca Nacional de Lima y también las piezas que le fueron devueltas, entre las cuales se encontraban, además de libros, papeles manuscritos e impresos periodísticos.

         En el trascurso del año 1950 aparecieron dos trabajos que se ocuparon particularmente de él y su relación con el libro. Estos son El Libertador y el Libro del general Adolfo Espíndola, militar de formación liberal, y El General San Martín y la Cultura de Juan Carlos Zuretti, docente y católico militante.

         Espíndola venía trabajando en el tema desde mucho antes, por considerar de importancia todo lo que se refiere a la evidente cultura general y a la cultura militar superior del prócer. Para él:

 

San Martín constituye, sin duda, un caso notable en la historia militar universal, de un Gran Capitán que desarrolla sus gloriosas campañas, llevando consigo su “librería”, a través de montañas, de campos y del mar. 

 

En cuanto a la estimación de José de San Martín por el valor trascendente de la biblioteca pública, esto lo expuso primero en Chile, con la donación de una suma considerable de dinero que recibiera como obsequio del Cabildo y, posteriormente, ofreciendo en donación los ejemplares de su librería.

Tal vez resulte extraño y llame la atención este proceder de un militar de carrera, cuando su vida transcurría de batalla en batalla, que expusiera de manera tan manifiesta y constante la preocupación por la cultura, los libros y las bibliotecas, pero a pesar de ello en San Martín encontramos estos y otros rasgos no menos sorprendentes. Es que más allá de la profesión elegida este hombre, formado en el aprendizaje solitario, fue en esencia un fervoroso civilista y de esto hace profesión de fe pública como Jefe Supremo del Perú en la proclama del 20 de septiembre de 1822; con ella se despide de los peruanos diciéndoles que: La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es  temible a los estados que de nuevo se constituyen.

San Martín fue hombre de renunciar a honores, como también a no pocas sumas de dinero otorgadas en reconocimiento por servicios prestados. Entre los renunciamientos de San Martín, el primero de ellos fue en favor de la fundación de una biblioteca; esto ocurrió en Santiago de Chile.

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Bernardo O´Higgins, entonces Director Supremo de Chile, le escribe a San Martín el 11 de marzo de 1817, antes de su partida de Chacabuco a Mendoza, para informarle que un comisionado del Cabildo además de portar un oficio de respuesta a su despedida le entregará un obsequio de diez mil pesos en oro con que el Ayuntamiento ha acordado demostrarle por ahora su reconocimiento y gratitud en la seguridad de que no iría a desairar el obsequio, porque me consta no lo hacen como deseaban por no existir fondos suficientes y se reservan para hacerlo en mejor oportunidad. La carta de O´Higgins y el oficio del Cabildo estuvieron en manos de San Martín al día siguiente.

El oficio del Cabildo habla del corto obsequio que le remite pero no especifica el monto, y en su respuesta, entregada al comisionado Francisco Pérez Valenzuela, expresa San Martín al ilustre Cabildo de Santiago que, en el entretanto verifica el contenido del obsequio, se toma la libertad de hacer a V. S. el depositario de esta cantidad, de la que dispondré inmediatamente. La suma obsequiada quedó depositada en el Cabildo.

Ya en Mendoza, el día 17 de ese mismo mes se dirige nuevamente al Cabildo de Chile diciéndole:

 

…permítame que destine últimamente este fondo a un establecimiento que haga honor a ese benemérito Reyno: la creación de una Biblioteca Nacional, que perpetuará para siempre la memoria de esa Municipalidad…

 

Pero lo más significativo no está en el acto de cesión en sí mismo, sino en los fundamentos con los cuales lo avala:

 

… la ilustración y fomento de las letras, es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos. […] yo deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres…

 

El importe donado por San Martín al Cabildo de Chile no se efectivizó para tal fin. Agotados los recursos del erario público que debió hacer frente a nuevas y urgentes obligaciones económicas, sus miembros no pudieron hacer entrega de los fondos a los encargados de organizar la Biblioteca Nacional. Al finalizar el año 1817 San Martín fue informado de esta situación.

Cuando tomó conocimiento de que Bernardo O´Higgins, en su carácter de Director Supremo, había dispuesto por decreto del 5 de agosto de 1818 el establecimiento de la Biblioteca, y que su primer bibliotecario, Manuel de Salas, solicitaba donativos de libros y dinero, San Martín repitió su gesto remitiendo de inmediato 103 pesos de su escaso peculio.

En un cuaderno con el contenido de los cajones donde guardaba su biblioteca, aparece un rotulo con esta especificación: Cuaderno que consta la razón de los libros que se hallan encajonados en Mendoza pertenecientes al Sr. Dn. José de San Martín. Al pie del detalle dice que: Estos cajones de libros se hallan en Santiago de Chile en poder de Dn. Paulino Cambell, los que en caso de mi fallecimiento se entregarán a mi esposa Da. Remedios Escalada.

Esta indicación de San Martín estableciendo la entrega de sus libros a su esposa nunca se formalizó en un documento público y por única vez aparece en el rótulo de este cuaderno; ya al testar formalmente por primera vez excluyó de manera elíptica a María de los Remedios Escalada como beneficiaria de estas piezas.

La primera oportunidad donde San Martín establece, conforme a derecho, qué hacer con su biblioteca es la dictada por imperio de la gesta libertadora en marcha, donde su destino era una incógnita, y por eso recurrió a una práctica habilitada a los militares en tiempo de guerra, el de los testamentos especiales.

Siendo General en Jefe del Ejército de los Andes y en plena campaña, en momentos decisivos para el destino de América materializa su voluntad personal e íntima en un testamento de singulares características y revestido con la solemnidad de un acto público.

San Martín se encontraba residiendo temporalmente en la ciudad de Mendoza y ante la proximidad de su partida a la capital de Santiago de Chile, decide hacer una declaración con fuerza de última voluntad para el caso que falleciera. El 23 de octubre de 1818 ante Cristóbal Barcala y Sánchez, por su condición de escribano del Cabildo y del Gobierno y con la presencia de los coroneles mayores Toribio de Luzuriaga, gobernador intendente, Hilarión de la Quintana y el capitán de artillería Luis Beltrán dispone:

 

Que la librería que actualmente posee y ha comprado con el fin de que se establezca y forme en esta Capital una Biblioteca, quede destinada a dicho fin, y se lleve a puro y decidido efecto su pensamiento.

 

Respecto a esta cláusula obró el principio de la revocabilidad en detrimento de su valía, esto es, quedó nula no solamente por haber llegado San Martín con vida al Perú sino al haber decidido reemplazar la manda, otorgando su librería con destino a otra biblioteca que él después fundó: la Biblioteca Nacional del Perú, con asiento en la ciudad de Lima.

Hay una carta de San Martín, publicada en el Boletín del Museo Bolivariano del Perú, en su edición del mes de agosto de 1929, que algunos valoran como una suerte de segundo testamento y otros opinan en sentido contrario, por no participar de las características intrínsecas de las formas testamentarias; pero ocurre que en tiempos de guerra los que navegan en buque de guerra pueden testar ante el comandante del buque, en cambio sí es acertado considerarlo como documento de menor entidad que luego necesita una ratificación.

Recién llegado al Perú, con el propósito de liberarlo de la dominación española, estando San Martín en las playas de Pisco el 29 de septiembre de 1820 y por si la suerte de la guerra me hiciere fenecer en ella o bien caer prisionero, hizo depositario al comandante del navío Moctezuma Jorge Young de su voluntad:

 

… prevengo a Ud. que el baúl que contiene mis papeles reservados, como igualmente mi catricofre le será entregado a mi apoderado don Nicolás Peña… Los demás efectos excepto mi librería, que deberá entregarse igualmente a Peña, serán repartidos entre la Guarnición y la tripulación de la goleta.

…       

Un mes después de proclamada la independencia del Perú y dando prioridad a la resolución de algunos problemas apremiantes, se ocupó de un tema que para él era deber de toda administración ilustrada.

Convencido de que el Gobierno español había puesto las más fuertes trabas a la ilustración del americano, para lo cual mantuvo el conocimiento encadenado, pero considerando que los gobiernos libres que se han erigido sobre las ruinas de la tiranía, deben adoptar otro sistema enteramente distinto, facilitando todos los medios de acrecentar el caudal de sus luces y fomentar su civilización por medio de establecimientos útiles, en su carácter de Protector de la Libertad del Perú decreta, con fecha 28 de agosto de 1821:

 

Se establecerá una Biblioteca Nacional en esta Capital para uso de todas las personas que gusten concurrir a ella.

 

Protector de la Libertad y, por este decreto, también Fundador de la Biblioteca Nacional, este militar exitoso quiso contribuir a la formación de la futura colección pública y ofreció con carácter de donación todos sus libros que, repito, acondicionados en más de una decena de cajones, habían sido traídos desde Mendoza a Lima en el mes de junio de 1821.

Para contraponer, es oportuno recordar que el primer protector de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, me refiero a Mariano Moreno, solamente donó para ella un libro.

En el cuaderno con el inventario que de ellos había efectuado San Martín en Mendoza –conservado en el Museo Mitre– escribió: Todos los libros que contiene este cuaderno fueron regalados por mí a la Biblioteca Pública de Lima y estampó su firma.

Con signos de apresuramiento en su confección, este inventario no presenta un ordenamiento sistemático, fue solamente para tener un registro en oportunidad de su traslado; ofrece datos del contenido de cada cajón, limitándose en la mayoría de los casos al título, a veces traducidos del que aparece en la portada al castellano y abreviado; en muy pocos casos colocó el nombre del autor, lugar y año de impresión y, en cambio, no obvio indicar el formato.

Adhiriendo al centenario de su nacimiento la revista peruana de cultura Mar del Sur publicó un número dedicado a él donde se incluyó el artículo de Alberto Tauro del Pino sobre San Martín a través de su Biblioteca. El autor, escritor y bibliotecario, vinculado laboralmente a la Biblioteca Nacional del Perú desde 1941 hasta 1959, recuerda:

 

En ese inventario figuran 255 obras –algunas de las cuales se hallan parcial o totalmente duplicadas- y, en total, 762 volúmenes; además, grabados y  planos, 84 cartas geográficas, amén de 101 cuadernos y 6 libros en blanco.

 

La Gaceta del Gobierno del Perú del 2 de mayo de 1822 al anunciar la apertura de la Biblioteca Nacional en la ciudad de Lima informa que varios ciudadanos respetables a fin de nutrirla con un considerable número de preciosas colecciones y obras muy selectas han efectuado un generoso desprendimiento, entre ellos El Protector del Perú, ha sido el primero que ha cedido la librería clásica que trajo, cuyo Índice se está formando.

Pero no todos estos libros le fueron aceptados. En el mismo legajo donde el Museo Mitre conserva el citado cuaderno se encuentra una nota con el detalle de los libros que fueron seleccionados de la lista remitida por el Exmo. Sor. Protector de la Libertad del Perú, para esta Biblioteca Nacional, el total elegido sumó 439 piezas; de las devueltas a su dueño había, entre otros, libros de temas militares, documentos, papeles volantes y folletos.

De los libros donados cuál fue el destino de los devueltos a San Martín.  Generada por Damián Hudson, corre la versión tomada de oídas según la cual San Martín remitió desde Lima a la Biblioteca Pública de Mendoza 1.000 volúmenes. Ésta apareció en los Apuntes cronológicos para servir a la historia de la antigua provincia de Cuyo publicados en 1852, sin indicar el documento que lo prueba.

Dice el historiador y filósofo Arturo Andrés Roig que en el artículo titulado Filantropía, publicado en Mendoza por El Verdadero Amigo del País el 3 noviembre de 1822,  aparece alguna luz acerca de cómo llegaron los libros de San Martín desde Lima. Se trata de una noticia anterior al libro de Hudson, de 1852, en la cual aparece el nombre de Agustín Bardel encargándose del traslado de esos libros para la biblioteca pública mendocina. Bardel era miembro de la Sociedad de la Biblioteca de Mendoza y desde Chile le dice al secretario de la biblioteca: Creo que Ud. sabe que no he perdido mi viaje con respecto a nuestra Biblioteca, pues traigo de Lima diez cajones de libros que pueden ser útiles.

También se dijo que esta supuesta segunda donación a la biblioteca pública de Mendoza fue hecha por escritura en la escribanía de Cristóbal Barcala y Sánchez. Publicaciones modernas han disminuido la supuesta cantidad a 700 volúmenes.

San Martín se va del Perú el 20 de septiembre de 1822 y si estos 1.000 volúmenes hubiesen sido enviados desde Lima con intervención del notario Barcala y Sánchez tendrían que encontrarse documentado entre sus protocolos de los años 1822 o 1823, pero tal escritura no figura incorporada en las fojas correspondientes a aquellos años.

Celedonio Galván Moreno contribuyó a aclarar esta versión. En el libro Copiador de Correspondencia del Gobierno de Mendoza con el Exmo. Capitán General don José de San Martín, que está en el Archivo Histórico de Mendoza, se encuentra una nota dirigida a San Martín, fechada 19 de junio de 1822, donde dice:

 

El Gobierno de esta Provincia ha recibido del G. Y. la nota oficial de 2 del presente y la Colección de papeles públicos con que S. E. el Supremo delegado destinó a esta Biblioteca a los importantes objetos que indica. La falta de proporciones para llenar los de nuestra parte, embaraza la debida correspondencia, pero no la exquisita gratitud que V. H. Y. se servirá manifestar a S. E. Ofrezco a V. H. Y. los sentimientos de singular aprecio y consideración. Dios guarde, etc.

 

Antes de su último paso por Mendoza, San Martín remitió para aquella Biblioteca Pública los libros, aunque no todos, y los impresos que quedaban en su poder. Con el título Protección de las luces en el Registro Oficial mendocino del 10 de agosto de 1822 se encuentra publicada esta información:

 

           Por una carta de un individuo de la mayor fe se nos ha comunicado el alto aprecio que ha hecho y hace el Señor Protector del Perú, Don José de San Martín, de nuestras instituciones y de sus dignos fundadores: en comprobación remite unos cajones de libros para enriquecer nuestra biblioteca. El mismo que escribe es el encargado de traerlos.

 

En su último paso por Mendoza además de libros y papeles públicos  San Martín dio a esa biblioteca un famoso sextante, un teodolito, un telescopio armado en su pedestal, un pantógrafo, un transportador… y un nivel con su triple (sic), además de algunos libros que traía consigo, fuera de los que regaló en Lima. De este obsequio también dio cuenta El Verdadero Amigo del País en marzo de 1823, este periódico era el órgano casi oficial de la biblioteca.

He dicho que no todos los libros que habían quedado en su poder fueron enviados a Mendoza, como lo reconoce el apoderado de las pertenencias del Libertador en Lima. Su secretario privado, el capitán Salvador Iglesias, el 18 de marzo de 1823 le escribe a San Martín y le dice que: Quedan igualmente en mi poder algunos libros de V. E. que conservaré hasta que haya ocasión segura para su remisión.  Tres meses después, desde Santiago de Chile el 16 de junio le da cuenta  que ha traído consigo:

 

… el resto del ramillete que Ud. me ha encargado: las flechas de los indios, un juego de café, todas las bandejas que han dejado que son catorce, el baúl del resto de los libros, doce panes de azúcar de la fina, y el espejo que quedó en La Magdalena. Todo esto está a disposición de Ud. cuando me lo ordene.

 

El 10 de febrero de 1824 San Martín deja Buenos Aires con destino a Europa. Ya en su ostracismo San Martín, acompañado por su hija Mercedes Tomasa, continuará manteniendo interés por los libros, en tanto vehículo para enriquecer y actualizar conocimientos. Por entonces San Martín tenía 46 años de edad y vivirá lejos de la patria hasta el día de su fallecimiento en 1850, fueron 26 años más conservando lucidez y a ratos garbo, aunque algunas afecciones de larga data y las propias de la edad fueron minando sensiblemente su organismo.

El médico e historiador Adolfo Galatoire, en su libro Cuáles fueron las enfermedades de San Martín, editado en 1973, trae una carta al general Manuel Guillermo Pinto, remitida desde Boulogne Sur Mer el 5 de noviembre de 1848, en ella San Martín le expresa:

 

Como usted ve tengo que servirme de mano ajena para escribir, pues atacado de cataratas desde hace más de tres años, en el día apenas veo para poner mi firma. Tengo fundadas esperanzas de recuperar mi vista a beneficio de la operación en la próxima primavera.

 

Como se puede apreciar, por este y otros documentos, ya en el año 1845 San Martín tenía afectada su vista, los libros reunidos en sus primeros años de exilio los conservaba seguramente con la ilusión de poder volver en algún momento a la práctica de la lectura placentera.

Sobre El Autor

Porteño, nació en 1941. Historiador, licenciado en Bibliotecología y Documentación, fue docente en tres universidades. Trabaja sobre diversos temas y protagonistas del pasado argentino, habiendo editado sobre éstos libros y folletos, algunos de los cuales fueron publicados por la Academia Nacional de la Historia, Biblioteca Nacional y la Academia Nacional de Periodismo. Es autor de varias bibliografías, bio-bibliografías y diccionarios de seudónimos, el último de estos es Colección de seudónimos utilizados en Argentina por anarquistas, comunistas, izquierdistas, peronistas, socialistas y trotskistas. Su incursión en el estudio sobre palabras y expresión que generaron el consumo del alcohol y las drogas los dio a conocer en dos libros editados por la Academia Porteña del Lunfardo y luego en un vocabulario titulado ABC de la droga y el alcohol. Colabora en publicaciones especializadas de Argentina, Uruguay, México, Italia, Inglaterra, Perú y Colombia. Confeccionó estudios para acompañar las reediciones del Calfucurá. La conquista de las pampas de Álvaro Yunque y la polémica Norberto Pinero-Paul Groussac sobre el Plan de Operaciones, atribuido a Mariano Moreno.

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