Desde chico fui fanático de las historias de zombies. Tanto de las del zombi vudú, como de las historias de los muertos vivientes; aunque el temor corre por vías contrapuestas en cada una de ellas.

El zombi vudú, condenado a volver de la muerte como esclavo del gran Bokor para acrecentar su poder astral y servirlo en el plano terrenal, representa el asfixiante temor del “atrapado sin salida”, de aquél que conserva la conciencia personal mientras es obligado a cumplir los deseos de otro… Es decir, ni más ni menos que el terror a la autoconciencia, siendo que desafortunadamente habitamos un sistema en el que difícilmente la autopersepción nos lleve a un escenario emancipatorio por fuera del autoengaño pergeñado para sentirnos diferentes. Todos agotamos nuestros días como idiotas útiles, sólo que conseguimos evadirnos eficientemente por medio de series televisivas que nos aportan las dosis de adrenalina que nuestras vidas no tienen, concursos de baile que nos aportan sensualidad y noticias prefabricadas y posteos que nos dan la ilusión de pensamiento crítico.

Por otra parte, el muerto vivo juega una carta diferente. ¿Qué pasaría si la autoconciencia se despertase, si todo el sistema de control se colapsara para dejar a la intemperie una serie de individualidades?

En este caso esta, por un lado, el temor gris de caer nuevamente presa del ensueño zombificador pero, mucho más potente, aparece el miedo al “otro”, a esa figura tan controversial y pesadillesca que en parte nos hace abrazar el engaño comunitario y que funciona como espejo para nuestra desconsoladora soledad. Roto el hechizo no queda más que asumirse y apresurarse a responder la gran pregunta: ¿Quién carajo soy?

Las buenas ficciones de muertos vivos -las más crudas- indagan en estos aspectos del ser, aunque la economía del cine siempre hizo difícil explayarse en estos horizontes en tan sólo 90 minutos. Por efecto acumulación fue el padre del género, George Romero, quien lo abrió a diferentes metáforas película a película, pero tuvimos que esperar una infinita serie de comics y su adaptación a la pantalla chica para extremar sus posibilidades. Con sus aciertos y desaciertos, Robert Kirkman, con su The Walking Dead, hizo imposible volver a la mera ficción de asedio.

Del otro lado del mundo y buceando justamente en el tema de la identidad, nos llega un manga japonés escrito y dibujado por Kengo Hanazawa, publicado en nuestro país por ediciones Ivrea y en españa por Norma, que ha dado lugar a una efectiva adaptación cinematográfica dirigida por Shinsuke Sato.

I Am A Hero narra la historia de Hideo Suzuki, un fracasado mangaka que va por la vida cabizbajo, viendo cómo el mundo le da la espalda. Quiere narrar la historia de un hombre común, como él, pero ni a los editores, ni a los lectores les interesan los “hombres comunes” … lo cierto es que ni a su novia le interesa su “normalidad”, por la que Hideo se disculpa en reiteradas ocasiones. Hideo se angustia, pero no se da cuenta de que él es el único sujeto ético de la narración. Un miserable, pero que no se deja arrastrar por las máscaras sociales ni los prejuicios del mercado. Solo quiere ser quien es.

Entre su fracaso conyugal y su fracaso profesional tiene lugar la pandemia. Cada vez que el espectador asiste a una transformación ve que el zombificado, en tensión, lucha justamente por amarrarse a esa máscara social que ha cultivado con esmero. –“Yo nunca infringí el límite de velocidad”- grita el taxista desbocado…

A lo largo del periplo, Hideo irá demostrando ser justamente la persona necesaria. Quien sabe asumir el miedo, demostrar piedad y, llegado el caso, convertirse en el héroe de la historia.

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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