Una excelente obra que reúne voces alineadas en función de un único interés, el de destacar la importancia que reviste la escritura en los más diversos estadios sociales. Un fenómeno que cruza los tiempos de la humanidad, registrando contextos históricos en partes del mundo.

 

Los lectores de Evaristo Cultural recordarán que hace aproximadamente tres meses presentamos aquel gran ensayo, también publicado por Ampersand, bajo el título: Escribir cartas. Una historia milenaria -de Armando Petrucci-. Este mismo autor ha merecido un explícito reconocimiento por parte de quienes han escrito este otro libro, dándonos una nueva oportunidad de  reconocer la importancia de la escritura en los diferentes contextos. “…como medio de comunicación, como herramienta de poder (pero también de subversión), como fuente de conocimiento esotérico, como medio de expresión individual y, desde luego, como herramienta educativa”.

 

Ambos volúmenes, Escribir cartas… y Un mundo de escrituras, pasan revista a los epistolarios, a la materialidad de los escritos, a los soportes apropiados en cada tiempo y cultura, a los hábitos y a la incidencia en lo social. Y ambos se enriquecen recíprocamente, como complemento uno del otro.

Vale decir que, la editorial Ampersand nos invita a entrar a conocer, en profundidad, el proceso de producción textual y sus etapas; la tradición epistolar a la luz de los hechos históricos y de las interpretaciones contextuales, haciendo pie en los distintos espacios geográficos; por ejemplo, en la Corea premoderna.

 

Con Petrucci nos preguntábamos, entre otras cosas,: ¿quienes escribieron cartas en aquellos tiempos?; ¿cuál era la técnica de entonces?; ¿qué materiales e instrumentos manejaban?; ¿en qué espacio y con qué reglas de orden gráfico y textual?; ¿con qué finalidad aquellos hombres y mujeres decidirían enviar mensajes escritos? En fin, ¿quiénes, cómo y por qué practicaban esas conversaciones por escrito? Y, ¿quiénes han dejado testimonios al alcance de la posteridad?

 

Ahora, con Martyn Lyons -profesor emérito de Historia en la Universidad de Nueva Gales del Sur de Sídney- y con Rita Marquilhas -profesora adjunta en el departamento de Lingüística General y Romántica de la Universidad de Lisboa e investigadora del Proyecto Postscriptum- (y siguen las firmas), tenemos la oportunidad de calar aún más en la materia.

 

Se hace difícil seleccionar, y fraccionar, un tema que permita ponderar el alto nivel de este trabajo, toda vez que el mismo, en su totalidad, representa un muy valioso aporte orientado a ensanchar el conocimiento de la historia en lo que hace a la cultura escrita. No obstante ello, me animo a elegir:

 

                                                    La memoria escrita infantil.

 

“Si algo han demostrado los estudios realizados hasta el momento sobre la cultura escrita de la infancia es que cuanto más atrá nos remontamos en el tiempo, más complicado resulta encontrar documentos de niños (Antonelli y Becchi, 1995). Desde la Antigüedad y hasta mediados del siglo XIX, la memoria escrita de la infancia es y solo puede ser una memoria completamente sesgada, como lo es la historia misma, ya que el único rastro que podemos seguir durante este dilatado período de tiempo para aproximarnos a las producciones infantiles es el dejado por los niños pertenecientes a las elites políticas, socioculturales y económicas, al ser estos los únicos que gozaron entonces del privilegio de la alfabetización: leer y escribir eran exigencias ineludibles para que los “elegidos” ocuparan su lugar reservado en el mundo.

     Estos documentos de aquellos niños que llegaron a ser grandes y reconocidos personajes cuyos nombres figuran y figurarán siempre en nuestros libros de historia han sido objeto de gran interés por parte de los investigadores, como, por ejemplo, ha ocurrido con los Cahiers de betises de Marie Bonaparte, cinco cuadernos que la princesa compuso entre los siete y los diez años (1889-1892), mezclando escritura y dibujo, en inglés y en alemán (ambas lenguas no maternas), en los que anotó todo lo que iba aconteciendo en su día a día tanto a ella como a las personas que la rodeaban (su padre, su abuela, su maestro su institutriz o el jardinero de palacio, entre otros): desde descripciones de sueños y juegos, pasando por la redacción de cuentos, cartas, poemas y pequeñas obras teatrales, hasta registros de sus lecturas, notas sobre las lecciones aprendidas y los deberes que le mandaban o apuntes sobre las distintas actividades cotidianas que realizaba.

 

Junto a los cuadernos o diarios de los futuros gobernantes, de los hijos (y, en menos medida, hijas) de los nobles, y más delante de los descendientes de la burguesía, que suelen incluir, como acabamos de ver, tanto las actividades destinadas a la instrucción como al recreo de esta “infancia modélica”, las cartas son los documentos que, sin duda, más hemos empleado los historiadores en la compleja tarea de reconstruir el mundo infantil en las distintas épocas históricas, no solo por su potencial heurístico, sino también por haber sido la escritura epistolar la práctica de escritura y comunicación por excelencia hasta mediados del siglo XX. Dada esta condición privilegiada, las cartas se alzan con el protagonismo en todos los ámbitos, incluido el de la conservación, ya que son los documentos que en mayor número se han salvaguardado y que, por tanto, más y mejor nos permiten rastrear las huellas de la infancia (Sierra Blas, 2015).

     Considerada parte esencial de la educación y de la sociabilidad cortesana, no es de extrañar que la correspondencia fuera una de las protagonistas de la vida diaria de los niños de las elites, especialmente cuando estos se encontraban separados de sus padres, ya que mantenerlos informados de sus avances educativos, del comportamiento observado y del estado de salud en que se encontraban, así como mostrar por escrito de forma regular el respeto, deferencia y obediencia debido a sus mayores, especialmente en determinadas fechas del año, constituían obligaciones filiales de primer orden, como puede comprobarse en esta carta que el futuro rey Alfonso XII le escribió el 4 de octubre de 1867 a su padre, el príncipe don Francisco de Asís de Borbón, para felicitarle en el día de su 45º cumpleaños:

             

              Mi muy amado papá:

              Si el entrañable cariño de un hijo reverente, amoroso y sumiso fuera bastante

              para proporcionarte en este día toda la alegría y satisfacción que yo te deseo,

              nada habría más grato para mí que contribuir a su completa felicidad.

 

              Mas ya que esto no sea posible, porque están otras consideraciones que influyen en tu

              ánimo, recibe, amado Papá, este recuerdo afectuoso que te consagro, con el deseo de

              verte gustoso y satisfecho en este día, que anima a tu amantísimo hijo, Alfonso.

 

“Las misivas  fueron no solo instrumentos pedagógicos esenciales en la educación aristocrática y burguesa, sino también herramientas fundamentales de control y vehículos efectivos de las “buenas maneras” de las que debían hacer alarde constante los hijos de los poderosos para distinguirse de los que no formaban parte de su entorno. La tradición cortesana mandaba, además, conservar las cartas, pues estas, como lo eran también otras escrituras familiares y privadas, constituían registros y símbolos del linaje y, por tanto, del poder de las familias pudientes. Fieles a esa tradición, por ejemplo, la infanta Catalina Micaela guardó todas y cada una de las cartas cruzadas con su padre, el rey Felipe II, al igual que el delfín Luis XIII, futuro rey de Francia, conservó toda la correspondencia mantenida con el suyo, Enrique IV, entre 1603 -cuando contaba tan solo con tres años y escribió su primera misiva- y 1610.

     Desde mediados del siglo XIX  y, sobre todo, a partir de las primeras décadas del siglo XX, el aumento exponencial de los niveles de alfabetización, la extensión de la enseñanza primaria (obligatoria y pública en Europa a partir de 1850) y la sucesión de distintos acontecimientos históricos de movilización masiva (como las grandes guerras y las emigraciones transoceánicas o intercontinentales) hicieron que las escrituras infantiles se multiplicasen.

Todos los niños, desde aquellos que procedían de las familias más ricas hasta los hijos de los obreros y de las clases más populares, pudieron y tuvieron la posibilidad de acceder desde entonces, aunque en grados muy distintos y en condiciones muy diversas, por voluntad propia o ajena, por pura necesidad o por placer, al mundo de la escritura…”

 

Cabe destacar que en este ensayo, al tratarse el tema de la infancia, – aquí y ahora, absolutamente recortado con el solo propósito de brindar un mero ejemplo -, nuevamente se le da la palabra a Petrucci, quien sostiene que, en los documentos de los niños siempre aparece algo que deja ver esa capacidad que ellos tienen para “transgredir las normas establecidas”; para burlar las restricciones que, en cada tiempo histórico,  imponen aquellos que ejercen el poder de la escritura.

 

He querido terminar la reseña con esta última expresión: “EL PODER DE LA ESCRITURA”.

Título: Un mundo de escrituras. Aportes a la historia de la cultura escrita.

Compilado: Martyn Lyons y Rita Marquilhas (comps.)

Autores:  Nicolas Adell / Philippe Artières

Antonio Castillo Gómez / John Gagné

SeoKyung Han / Francis Joannès

Anna Kuismin / Martyn Lyons

Rita Marquilhas / Verónica Sierra Blas

Germaine Warkentin

Traducción: Elena Marengo

Corrección:Belén Petrecolla

Diseño de colección y de tapa: Gustavo Wojciechowski

Procesamiento de imágenes: Guadalupe de Zavalía

Maquetación: Silvana Ferraro

344 páginas

 

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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