Oh.. Madre
                                                                 Bohemian Rhapsody, Leo Mattioli
Un japonés había llegado al interior de San Pablo. Arribó invitado por un diario nikkei y venia con la intención de investigar el espiritismo carioca. Llevaba publicado un único ensayo-crónica en Japón: Aruzenchin no takushi- untenshu no ichiban kurai hanashi (Las historias mas oscuras sobre taxistas argentinos). Por esta obra, había recibido el segundo lugar en el premio literario de la prefectura de Saitama y algunas críticas lo bien posicionaban como traductor aprendiz de cingalés. El encuentro entre João y Takao (el japonés en cuestión) se proyectó en mi casa. Los presenté una única tarde y conversamos indiferentemente, entre otras cosas, sobre el film A bigger Splash, de 1973. Me encontraba realizando la traducción de Manual de Budismo Zen al portugués, de Suzuki. Este investigador japonés me parecía muy interesante. La traducción de Zen en el arco del tiro al blanco corría a cargo de un aprendiz mulato, llamado João. Su trepidante devoción por las islas me sorprendía. Ver su vívida sonrisa cada mañana parecía esparcir una extraña bendición. Una tarde, repentinamente me dio a conocer algo que el ensayo del tiro al blanco no mencionaba. El alemán en cuestión, había llegado a Japón ligado al nazismo, y que, entre otras cosas, proveía la droga que consumía la llamada escuela filosófica de Kyoto. João era un mulato corcovado de Pernambuco, y tenía mucho futuro para la editorial que yo pensaba fundar.
Lo conocí en el interior de San Pablo. Tan solo lo vi pasar un día, llevaba una copia de El cuento del cortador de bambú, algo gastada. Ambos bebimos un aperitivo con oyatsu, una picadaLa esposa extranjera de Suzuki había fallecido mas de una década atrás y sus obras en inglés llegaban dentro del paquete new age. João me decía que no había visitado nunca, ni siquiera, el Barrio Libertad. El era un yamatólogo que, si bien lo ocultó un tiempo, había trabajado de policía y había visto cosas terribles. El decía que ser escritor es una mera farsa del ego. Su primacía, era utilizar a la comunidad nikkei paulista como trampolín para llegar a la prefectura de Aichi. Así, de la mano de una empreteira desembarcaría en el interior de Japón para hacer el trabajo de fábrica que los japoneses de la burbuja económica ya no querían hacer. Era admirador de Richard Dadd, en especial de su obra The fairy feller’s master stroke. Le gustaba explotar la temática del no-yo poético. Se trataba de gente segregada involucrada con defender alguna causa perdida que nada con ellos tenía que ver, hasta reclamar derechos, pensiones económicas, nacionalidades. Todo sin relación alguna con su verdadero ser.
João quería recibir la nacionalidad japonesa. Sabia que en la TV japonesa los extranjeros eran llamados pandas y poco le importaba la interpolación de culturas desde lo científico u académico (decía que esas pobres novelas, cuentos o patéticos papers sobre Japón por extranjeros eran la versión pasiva y estéril de su cometido erecto, basado en la filosofía de la acción). El deseaba recibir otro nombre, otra nacionalidad y como Dave Spector, aún siendo occidental, terminar por operarse estéticamente: achinarse los ojos. Un vez terminado su perfeccionamiento, como el lo llamaba, cuando contase con la nacionalidad japonesa (con su apellido ahora, representado por caracteres de origen chino) ya no necesitaría del apellido prestado japonés, que tomaría de su esposa nativa, ese que utilizaría solamente en la empresa para ser llamado como japonés sin siquiera serlo. Había escuchado que en Perú algunos descendientes japoneses vendían el parentesco para familiares falsos, quienes una vez recibido el apellido japonés lograrían entrar a la isla sin ni una gota de sangre, pero como nacionales. Apois, personalmente deseaba recibir una transfusión de ADN japonés. Y para esto, había planeado un original plan, autolesionarse adrede para obtener jugoso plasma. Su extraño ser lo excitaba al imaginarse el único poseedor de tal verdad, poder guardarla bien como un íntimo secreto, solo para consigo. Para él todo esto no era más que una maquinación hecha realidad.
Filipe era mi pareja. Juntos volábamos contemplando el cielo Tusita. El era quién de vez en cuando traía el maconio a casa. Luego de leer las obras de Suzuki (sabíamos el mito new age, de él probando LSD sin efecto positivo en Estados Unidos, aún en la crepitud) repasábamos el sutra-beat escrito por Kerouac. Leía un articulo con declaraciones de Suzuki, al ser preguntado acerca de si lloró la muerte de su esposa, cuando mi teléfono sonó. Suzuki respondía que, por supuesto la había llorado, solo que estas fueron lagrimas «sin raíz». La voz en el teléfono me avisaba que había abierto el cuerpo de Takao con unas cuchillas; «Para ver que tienen adentro»…

Sobre El Autor

Ex docente FFyL UBA; Traductor en Japón desde 2007.

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