Con Barcelona como ciudad invitada en la Feria del libro de Buenos Aires 2019, ha visitado nuestro país Jaume Copons, afamado autor de literatura infantojuvenil y libro álbum, de quien se acaba de distribuir en nuestro país el álbum MOCOS. Una semana o siete días, ilustrado por Beatriz Castro y editado por Duomo en España.

¿Sabías que producimos por día un litro de mocos?, reza la guarda de portada. Con mucho sentido del humor y sin hacerle el feo a lo escatológico del tema, Copons les explica a los niños qué es un resfriado y cómo se sobrevive a uno. Sorprendido por el estilo europeo de la ciudad el autor se interesa por la producción nacional y por sus protagonistas. También dio alguna charla en la feria sobre el arte de enseñar.

¿Cómo nace tu carrera como autor de infanto-juvenil?

Nace por una casualidad completa. Estaba en un bar, tomando un café –porque soy cafeinómano total- y unos tipos contaban que en San Cugat del Vallés, un pueblo muy cerca de Barcelona, donde la televisión española tiene una de sus sedes, convocaban un casting de guionistas. Con 24 años pensé: debe ser divertido ser guionista y fui a ese casting. Me tuve que colar, porque era un casting restringido y tuve que inventarme no sé rollos que me inventé. Entré al casting, y contra pronóstico, lo superé y acabé escribiendo Plaza Sésamo. En España, a diferencia de aquí, que creo que todo era norteamericano, era mitad material norteamericano y mitad español. Ahí aprendí a contar una historia y lo hice con gente muy buena. Y cuando Plaza Sésamo acabó, porque acabó el contrato de coproducción, estaba instalando ya en la ficción. Tenía que contar historias.

Las cosas que me salieron en televisión no eran de ficción, eran estos eventos musicales donde participan quince artistas, pero eso no era contar historias, para mí no tenía ningún aliciente. Y ahí me puse a escribir. No sabía muy bien qué hacer con la primera novela que escribí, no tenía relación con ninguna editorial. Mi mujer me presionó para que la mandara a un premio, yo no quería. Al final gané ese premio, eso me animó a ir a editoriales, seguí mandando a premios durante dos o tres años y gané algunos y eso me fue situando. Nunca más me volví a presentar a premios porque me ponen muy nervioso. Me han dado algunos. Por ejemplo, el año pasado me dieron el Llibreter por una novela que se llama No leeré este libro, pero no es premio que vos te presentes, es un premio que te dan los lectores, que me resulta muy agradable porque yo no sé qué pasa en Argentina, pero con los premios en Cataluña depende mucho de quién eres, dónde publicas. Muchas veces son para captar autores para una editorial, otras veces es para reconocer una carrera y sin embargo ese tipo de premios sorpresa que te dan lectores o libreros son entrañables. Me he dedicado especialmente a escribir infanto-juvenil, y dentro de eso, más infantil, y he abandonado bastante la literatura para adultos.

¿Cómo caés en el mundo del libro álbum?

Entro porque pasé de la novela de narrativa tradicional a la novela gráfica, por muchas cosas, entre ellas porque fui lector de cómics.

Contános acerca de estas lecturas formadoras…

Tengo dos tebeos de referencias, dos antiguos. Uno era el Capitán Trueno y el otro era El Guerrero del Antifaz, que era un relato protofascista que tenía un amigo moro que era bueno y cosas así, pero que para mí en ese momento era un héroe salvador de España. Aparte de esos, todos los de la factoría de Bruguera, gente como Ibáñez. Eso es la primera infancia. Después ya con el underground con El Víbora, Cimoc y todo eso. Pero creo que todo ese primer momento del Capitán Trueno, pre Marvel, me marcó mucho.

Hablemos de la creación gráfica de estos libros.

En el caso de Mocos, Beatriz vive a unos seiscientos kilómetros de mi casa que, en términos europeos, es el infinito. Pero, bueno, estamos en el siglo XXI entonces en casos como ese disponemos Skype o Whatsap y nos vamos mandando materiales, desde la planificación del libro a la creación de personaje, pasando por la plantilla y las posteriores versiones. Con que llevó una colección de trece libros, es vecina mía, así que el trabajo es más en persona, más a diario.

En algún momento soltás las riendas para que el artista gráfico…

Sí, sí. Soy un neurótico, si vieras el texto original. Yo escribo en dos colores, procuro no escribir en rojo, porque en mis exámenes y controles de pequeño había más rojo que de negro, y es muy insultante el color rojo, pero escribo en dos colores, el texto que va a leer el lector está en negro, y en otra tinta, soy como Samuel Beckett, primer plano girado a 45 grados con la barbilla enfocada en no sé dónde, pero después, uno, confío en que el ilustrador no me haga ni caso. Y aparte, les digo. vas a recibir mi texto, sé que es el de un escritor neurótico, no me hagas ni caso. Si te va bien para algo, adelante. Si tienes otra idea, adelante. Es como si estuvieras tocando jazz, le dijeras al baterista cómo tiene que coger la baqueta. Si en un oficio como este empiezas a cortar libertadas, al final estás haciendo más que un libro, un producto, y yo productos no quiero hacer.

¿Cuál es tu relación con estos lectores iniciales?

Cada semana hago como mínimo un par de salidas a escuelas, bibliotecas, librerías o eventos literarios. Me pregunto qué pasará a medida que me vaya haciendo mayor, porque este año he tenido momentos duros, y ahora cuando vuelva de Argentina voy Gijón, Burgos, Valencia, Palma, Andorra y otras ciudades de España. Necesito un feedback continuo, saber quién es mi interlocutor, tienes que tener contacto si escribes para gente de esta edad. Saber qué les gusta, qué quieren. No para darle lo que ellos quieren, porque habría una manera muy fácil de triunfar que es hablar como un youtuber, hacer una colección de un niño youtuber, pero yo no estoy ahí. En la saga Agus y los monstruos, en cada libro hay un monstruo que tiene que leer, y en cada libro escribo entre 3 y 6 libros de literatura que me parecen básicos… Alguien dijo: oh, se van a aburrir, y es una colección que ha funcionado muchísimo. Y el secreto está en que lo les cuento es algo que a mí me apasiona, y creo que esa pasión se transmite. Es como cuando en la escuela tenías un maestro que vibraba cuando explicaba matemática y a lo mejor no te gustaba la materia, y de repente empezabas a entenderlo todo. La emoción te abría la puerta al conocimiento.

¿Tenés pensado retomar la narrativa de largo aliento para jóvenes lectores o lectores adultos?

Estoy muy cómodo en el terreno infantil. Hay una compatriota vuestra afincada en Barcelona, Paula Jarrin, que es librera, y el otro día hizo un artículo de mis libros y dijo algo que me emocionó y con lo que estoy totalmente de acuerdo. Dijo: si Copons tiene esa capacidad para hablar de tú a tú con un niño y que los niños se sientan cómodos, ilusionados con su obra, es porque Copons es un niño. Eso lo comparte con mi mujer, que dice que soy un inmaduro. Creo que hay algo de eso. Me siento muy cómodo. Y estos días hemos tenido encuentros con chavales argentinos en escuelas y en la feria, y también con adultos, y no es que no esté bien con los adultos, pero estoy bien con los niños, me gustan las locuras que dicen, la espontaneidad, y de repente de tocan el pelo y te dicen tienes el pelo muy largo. A mí me gusta vivir así. Y ese mundo loco de la infancia me gusta.

¿Qué diferencia notás entre los niños de esta generación y los de la nuestra?

Algunos cambios que son muy obvios y que se deben a cómo hemos sido educados en casa y en la escuela. Por otro lado, han llegado a la tecnología de una manera brutal. Yo tengo dos hijos. Uno de 23 y uno de 13, incluso entre ellos noto diferencias. La pequeña nació con todo lo digital aprendido, nadie le enseñó jamás a nada. El otro tuvo que aprender algunas cosas, aunque sea muy bueno y prácticamente sea un tipo del mundo digital.

Pero en lo esencial, los niños son niños y creo que su funcionamiento es bastante similar. Yo no soy de esos tipos que maldicen lo tecnológico o maldicen los juegos –algunas maestras me odian cuando digo estas cosas-, pero, por qué las consolas van a ser malas, o los teléfonos móviles van a ser malos. Eso es como decir que en los años cuarenta el cine iba a acabar con el teatro. Fíjate con las lecturas. Yo soy un tipo que compra libros continuamente, pero también viajo con un ebook donde llevó 60, 80 libros. Es lo que decían de los manuscritos respecto a la imprenta, es lo que se dice del papel respecto a la pantalla.

Me interesaba ver esta diferenciación que notabas entre tu generación, la de tus hijos y los nuevos pibes, sobre todo en el territorio de la libertad y los nuevos momentos políticos. Cómo marcan la infancia los nuevos momentos políticos.

Ese tema es difícil, porque además entre los niños te encuentras todo tipo de especímenes, como sucede con los adultos, claro. Hay niños que parecen vivir desmarcados totalmente de la realidad social y económica, como si sus padres los hubieran alejado de eso para cuando fueran mayores, yo creo que eso es un error muy bestia. Y creo que nuestros hijos están en un momento que es jodido, porque al menos en Europa, y específicamente en Barcelona, Cataluña, España, yo creo que hay una consciencia muy grande por parte de los adultos de que el futuro que le espera a nuestros hijos va a ser peor que el que vivimos nosotros, al menos en el sentido económico. Tendrán más tecnologías, pero es muy claro que la cultura se está restringiendo, la sanidad y la educación también, y es algo político. Y eso no sé qué tipo de mundo va a generar ni si va a haber una revolución donde la gente dirá: basta, hasta aquí hemos llegado. Pero de momento lo que hacen los chavales es refugiarse en otras cosas. Otras cosas que los protegen de toda esta mierda. La cultura siempre da protección ante esa porquería. Y yo veo que, digan lo que digan, leen más, consumen más música. Yo no quiero pensar los niños no leen. ¿Cuándo leían? ¿En el siglo XIX cuando éramos todos analfabetos, a principios de los veinte cuando las fábricas estaban llenas de niños? ¿en qué momento han leído los niños? Mi hija tiene trece años, es verdad que lee muy pocos libros, que todo le parece una mierda porque es muy punky, pero está ahí en Netflix y está viendo narraciones una atrás de otra. Mi hijo, el filósofo, le digo el filósofo porque le queda una semana para licenciarse en Filosofía, era un tipo que pasó de no leer, a ser un lector enfermizo. El tío lee, consume cine. Es verdad que hay una parte de la gente idiotizada con la tele y con productos absolutamente banales que parecen vivir al margen de todo eso, y con eso sí que no sé qué va a pasar. Yo no estoy en contra de las consolas. Hay juegos de consola que son increíbles.

Claro que también hay cantidad de aspectos de la tecnología que son una barbaridad, pongamos por caso el de los youtubers españoles —desconozco qué pasa con los argentinos—, es una especie de cretino que sale y te dice: hola, tío, ¿cómo estás? De puta madre. Y de golpe y porrazo arrastran a miles y miles de niños, ves sus creaciones, porque tus hijos te dicen: mira, mira, y de verdad es flipante porque es un discurso vacío, no hay nada, y a veces de una maldad escalofriante. He visto algunas cosas que me mostró mi hija que son de no creer. Eran dos youtubers que lo que hacían era llamar a prostitutas para preguntarles: Cuánto me costaría esto y lo otro, y luego colgar el teléfono… y tienen tres millones de visitas. Están casi al borde del delito. Y todos esos que están ahí, no sé qué va a ser de ellos sin un sistema educativo que los proteja más o menos bien, les dé la base cultural para entender que eso que están viendo una mierda, ¿no?

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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