La historieta Locke & Key, de Joe Hill y Gabriel Rodríguez, es maravillosa. Una historia de terror que se edulcora con cierta mirada infantil, pero que no por eso deja de ser truculenta y terrible. Los tres hermanos protagonistas no dejan de observar los hechos con inocencia (y aceptar lo sobrenatural justamente a partir de esa inocencia), al mismo tiempo que la lógica del terror no se detiene, y ocurren cosas tremendas (no solo por lo sangrientas, sino por lo crueles). Se trata, en más de un sentido, de la curva dramática de esos tres personajes y de la pérdida de la inocencia. Agregándole, por supuesto, la imaginación frondosa de Joe Hill (el hijo de Stephen King nunca se queda en el amague del terror, cuando algo surge primero se sugiere y luego estalla, para desarrollar a partir de ahí las consecuencias hasta que aparece el siguiente elemento terrorífico) y el dibujo duro pero exacto del chileno Gabriel Rodríguez. La idea de convertirla en serie parecía promisoria. Hasta que se supo que la empresa que la iba a desarrollar era Netflix.

La serie Locke & Key deja demasiado a la vista las diferencias entre el mercado de la historieta y el de las industrias audiovisuales en streaming. Más allá de sus virtudes probadas en la publicación como comic, lo que Netflix necesitaba era un relevo a Stranger Things, que estaba dando serias y preocupantes muestras de agotamiento. El problema era que el tono de una y otra obra son muy diferentes. En la historieta de Hill/Rodríguez lo central no son los guiños, mientras que en la serie lo central es el código ochentoso. La adquisición, y los malditos algoritmos, generaron que se perdieran algunas cosas fundamentales en la historieta, para transformarla en otra cosa, no necesariamente mala pero sí orientada a un público muy diferente.

 

Para empezar, hay una diferencia notable que, quizás sin buscarlo, deja demasiado a la vista las visiones de uno y otro medio. En la historieta original la familia Locke se traslada al pueblo de Lovecraft, mientras que en la serie hacen lo propio a Matheson. Es probable que la decisión haya radicado que este año HBO tiene programado el estreno de la miniserie Territorio Lovecraft (basada en la excelente novela de Matt Ruff), y buscaban que los espectadores no se confundieran. Sin embargo, cabe resaltar que la diferencia Lovecraft/Matheson (una vez más se aclara: probablemente sin buscarlo) deja a la vista otras discrepancias. Ambos eran escritores que se abocaron al terror, pero Lovecraft lo hacía como tronco de su obra y Richard Matheson como parte de un corpus en donde también existía, por ejemplo, la ciencia ficción. El primero apuntaba al horror innombrable, a las descripciones ominosas, mientras que el segundo era hábil en la originalidad de los planteos, para luego desarrollarlos de acuerdo a estructuras clásicas. Esas diferencias entre uno y otro escritor son las que pueden detectarse entre la historieta y la serie.

Es cierto que el esquema narrativo de encontrar llaves mágicas se mantiene, pero se ha modificado el tono. En la búsqueda por tener la nueva Stranger Things se concentraron en generar un producto para adolescentes, entendiéndolo de la peor forma, que es cuando el espectador adulto siente al verlo que está fuera de su interés, que resulta bastante pavote o inocentón. De nuevo: es una buena serie para adolescentes, el problema es que no lo es tanto para el público en general o para el no tan acotado universo de los fanáticos del terror.

Poco hay de horror en la nueva serie de Netflix. Las llaves funcionan como algo mágico más que temible, hay demasiado espacio narrativo destinado a la interacción entre escolares y demasiado poco al desarrollo de lo tenebroso. Por dar un ejemplo de los cambios: en la historieta la llave del cerebro, al ser introducida en la nuca, lo que hace es que se levante la tapa de los sesos, quedando a la vista el universo de ideas e imágenes que habita en la mente, y pudiendo manipularse a gusto y piacere. En la serie, aparentemente, se pensó que eso sería demasiado escatológico para el público adolescente, y se le encontró una vuelta menos carnal, podría decirse, pero también mucho menos impactante y atractiva.

Por el lado del elenco, lo que llama la atención es que parecen haber encontrado actores que se parecen muchísimo físicamente a los dibujos de Gabriel Rodríguez, más allá de si son virtuosos o no a la hora de actuar. Hay una preocupación por lo visual, por la semblanza con el cómic (es admirable que la mansión sea casi idéntica a la de la historieta), pero no se hizo lo propio con el tono ni con el contenido. El tío ya no es gay (o no se menciona ese detalle), y mucho menos está muerto como lo estaba en la historieta al punto en el que se llegó con la serie. Y así podría continuarse.

En el episodio 10, Joe Hill se permite un cameo como enfermero. Se nota que la serie a él no le disgusta. O al menos no le disgusta todo lo que puede embolsar si se transforma en la nueva Stranger Things.

 

 

Locke and Key

Creadores: Meredith Averill, Aron Eli Coleite y Carlton Cuse

Dirección: Michael Morris y otros

Guión: Meredith Averill, Aron Eli Coleite, Carlton Cuse y otros

Elenco: Darby Stanchfield, Connor Jessup, Emilia Jones, Jackson Robert Scott y otros

Episodios: 10

Temporada: 1

Disponible en Netflix

Sobre El Autor

Escritor, periodista y licenciado en sociología, Diego Grillo Trubba ha ganado diversos premios de relato y novela, destacando entre su obra títulos como Los discípulos o Crímenes coloniales.

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