Alejandro Crotto es poeta, docente, crítico y traductor; dirige la revista Hablar de Poesía. Desde su primer libro, Abejas (Bajo la luna, 2009), aborda la contemplación de la naturaleza con asombro y celebración. También en Chesterton (Bajo la luna, 2013) sus versos precisos hacen avanzar el misterio en corriente clara. Una gallina, un rinoceronte, un enjambre de abejas son el simple acontecimiento de la existencia.

Crotto hace uso de la tradición, se apropia de viejas formas y consigue una textura singular donde reina la armonía. En Francisco. Un monólogo dramático (Bajo la luna, 2017), recrea una figura que excede los límites del catolicismo para volverse universal.

Para él, “no hay distancia entre poesía y vida” y “no hay poesía sin una realización verbal inspirada”. Esa inspiración la encuentra también en el oficio de la traducción. Por cierto, en Once personas (Bajo la luna, 2015), tradujo los más bellos poemas de Browning & Tennyson que junto a su “Simone Weil” conforman un coro dramático exquisito.

 

Acá el fuego transforma la madera en más fuego.

Venía con premura su llama calentándola

por fuera y la incendió cuando la vio madura.

Y aunque sea fuego es agua verdadera, una fuente

que mana con dulzura. Y esta sed —que uno sacia

cuanto quiera en el agua— saciándose perdura.

Es fuego que al morderte te repara, corriente

enamorada de agua clara. Fuego feroz

de llama tierna: pira, manantial que renueva

al que lo mira. Es fuego, es agua el vivo amor,

ahora tiembla un dulce poder que me enamora.

“iii. Acá el fuego transforma la madera”, Chesterton

 

Empecemos por el comienzo, ¿cómo se construye la infancia? “Hay que ponerse rápido las medias / porque el piso de piedra está frío; en la cocina / desayunamos leche, pan con manteca y miel, / después salimos a cazar palomas…”. Contános sobre la tuya.

La infancia se construye un poco como la propia identidad, ¿no?: a partir de lo que vivimos, pero modelado por la fidelidad y la infidelidad de los recuerdos, los olvidos y las interpretaciones. Fue para mí una etapa decisiva, en el sentido de ese verso de Wordsworth: “The child is the father of the man”, “el chico es el padre del hombre”. Yo me acuerdo de muchas cosas puntuales, y también de una atmósfera, de un tono. Esas cosas fundamentales me duran todavía, y por eso está escrito en presente ese poema, porque eso sigue pasando ahora.

 

“… Es mediodía / y reverbera el aire en el calor / de febrero y la quieta resolana. Los grandes / ya se fueron a misa, / van a rezarle a Dios, que no se ve y es santo; / mientras tanto los primos nos metemos al agua / nos secamos tirados entre risas al sol”. ¿Recordás cómo comenzó a fe?

La fe también está desde el principio, pero mejor ser reticente al respecto, dada la distancia entre la grandeza del misterio al que adhiero y mi vida.

¿Por qué Chesterton?

Los ensayos de Chesterton fueron una lectura fundamental. Me mostraron algo que no había visto antes: la fuerza romántica del catolicismo. Me llegaron además en una edad importante, a los veinte años, y me acompañaron mucho todos estos años. Ponerle al libro ese título fue mi manera de rendirle homenaje a su figura tutelar durante los años en que viví y escribí los poemas.

 

La vida cotidiana, “el viejo y nuevo sol de cada día”, se percibe en tu poética con cierta devoción. Entendiendo que lo pragmático y lo poético no tienen por qué excluirse, ¿cómo se articulan poesía y vida cotidiana sin reducir la idea de experiencia a un significante vacío convertido en mera información (“me desperté / puse la pava / tomé un mate”)?

 Sin dudas el momento en el que empieza a clarear el día es un momento cargado de poesía, pero, bueno, hay que saber sentirlo y escribirlo. “Todos los días amanezco a ciegas / a trabajar para vivir; y tomo el desayuno / sin probar ni gota de él, todas las mañanas”. Eso es de Vallejo: unos versos que nos hacen sentir una intensidad desolada. No hay distancia entre poesía y vida, y por lo tanto no puede haber poesía si no hay intensidad de la vida, pero al mismo tiempo no hay poesía sin una realización verbal inspirada.

 

Hay una presencia fuerte del campo en tus textos. Una flora y una fauna que se despliega junto al acontecer del tiempo. ¿En qué términos concebís la naturaleza?

Aunque soy muy porteño y me fascina la ciudad, tuve la suerte de estar siempre cerca de la naturaleza. Está ahí, dándose, y es como la respuesta de ninguna pregunta. Amar la naturaleza y escribirla es una de las tareas fundamentales de la poesía.

 

“Porque las catedrales las construyen los hombres, / piedra a piedra; / pero a esta hormiga, Dios. (…) Carga feliz / su pasto / como Cristo / su cruz.” La relación entre Dios y naturaleza se despliega a lo largo de tus versos. ¿Qué es la fe, si es que puede definirse más allá de la poesía?: “Cruzó mi corazón tu rayo (…) un delicado, agudo no sé qué / que quema, un dulce ardor, este durar / que abriéndose me arrastra y es amor.”

Antes que la fe, que es una experiencia vital pero con un sesgo intelectual, para la poesía es más importante la experiencia de lo sagrado, que abarca nuestra dimensión sensorial y al mismo tiempo la trasciende. Esa experiencia es el corazón de la poesía.

 

¿Cómo nace Francisco. Un monólogo dramático?

Había escrito un libro que se publicó en 2015 y que se llama Once personas y son once monólogos dramáticos: diez traducciones de Tennyson y Browning, y un poema propio donde habla Simone Weil; fue mientras hacía ese libro que se me ocurrió la idea de escribir una serie de poemas donde dijera “yo” san Francisco de Asís. Es un librito muy breve, y amé escribirlo, leí cosas geniales, sobre todo las primeras biografías del santo, escritas poco después de su muerte.

 

“Los cielos nos dan miedo, / los cielos de belleza aterradora / donde se queman las estrellas” es el comienzo de “EL OJO ENAMORADO ATA LOS CIELOS Y LA TIERRA”. ¿Cómo entendés esa correspondencia?

Quería escribir sobre una idea de Simone Weil, la idea de “decreación”, pero me parece que eso no explica nada del poema. No hay nada que explicar, de todos modos: están bien esos versos, que están como abiertos. El título de ese poema es un verso de Jacobo Fijman, que me parece un poeta indudable.

 

“Tu paz del corazón cuando descubre / que se quiere mejor desde la herida” reza “ORACIÓN”. ¿Podrías ahondar en esa idea?

Bueno, es una idea muy vieja y muy verdadera: el amor es lo más poderoso pero al mismo tiempo implica hacerse vulnerable. Hablando de “ahondar”, es una idea como el agua de los lagos del sur: cuanto más se ahonda más oscura se hace, sin perder nunca su transparencia.

 

¿Cómo trabajás la textura del poema?

Si uno recuerda y dice un verso genial, por ejemplo: “un no sé qué que quedan balbuciendo” o “and far beyond the discords of the wind”, puede encontrar después justificaciones procedimentales para la emoción que provocan. El verso de San Juan inscribe en su aliteración balbuciente una felicidad alelada, y la rima entre “beyond” y “wind” agita en el verso de Stevens esas intraducibles discordias del viento. Pero lo cierto es que su encanto es anterior al razonamiento. Nadie puede escribir un poema diciendo, bueno ahora acá voy a escribir un verso genial usando una aliteración. El trabajo del poeta es indirecto y empieza mucho antes del momento de escribir: abarca su vida y consiste en afilar su temple y su atención y su amor por su arte, con la certeza de que, llegado el momento, esa acumulada atención amorosa vendrá en su auxilio. En los mejores días, los versos aparecen con imprevista naturalidad en la página que inventan y uno tiene el valor de rechazar las soluciones falsas.

 

“… Acercarse al otro, equivocarse, admitir / la equivocación y, si se puede, traducir la intención” dice Mirta Rosenberg en “TRADUCIR POESÍA”. ¿Por qué vías es posible acceder a la intención del poema? ¿Qué significa para vos el oficio de la traducción?

 Traducir es una gran forma de favorecer la aparición de esa técnica inspirada de la que venimos hablando. Tratar de razonar cuál es la poesía de un poema -que si no me equivoco es lo que Rosenberg llama ahí “intención”-, cuáles son los procedimientos que justifican la emoción que generan, y después tratar de escribir esa poesía en la propia lengua es una gran escuela.

 

“Así el verbo que sale / de su boca hace nuevas las cosas si las toca”. ¿Cuál es el alcance del poder de la palabra?

Es un alcance decisivo. En la palabra, volviendo un poco a la primera pregunta, modelamos nuestra identidad: somos lenguaje de la misma manera en que somos cuerpos.

 

 

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Artículos Relacionados

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.