CANTATA BREVE
Yo no quiero una lágrima como un alud de olvido,
ni un abrazo que diga me voy pero me quedo,
ni una carta extendida para leer en la noche
cuando esté terminada la bufanda celeste.
Pero sí, que regreses a la casa, me esperes en los ojos,
porque sé que están frescas las señales,
huellas de mi cansancio en la camisa,
pedacitos de mi hambre pegados a tus ollas,
y esa costumbre: el sur.
Yo subiré a los hilos del teléfono,
con mi fagot iré bajo el verano,
y en el cabello desordenado de algún niño y en mi ración de música, estarás.
Me habrán de sorprender:
el viejo puente colgante de Chosica,
el Cerro de la Muerte y San José,
ese pequeño puerto de Tuxpan-Veracruz
y la plaza que llaman Melibea.
Mi cuerpo estará solo en la esterilla cuando el amanecer en Aguadulce.
Y esta bocina de latón anunciando la cólera, de ese
dios justiciero montado en sus incendios, que en
ráfagas de trigo partió en dos nuestra casa, y que
regresa siempre con su caballo verde, su gorro de
papel, su venda sucia, su tos a cataratas.
Habrá que estar atento,
andar por los andamios de la palabra juntos.
Por eso es que no quiero que la lluvia se mezcle con tus
brazos, doblegue tu cintura en lucha desigual,
invada tu garganta sin el menor respeto,
cuando escribo esta carta donde digo te extraño,
si digo que amanece junto a esas referencias,
donde digo te extraño.
Y un último mensaje en la boca entreabierta del papel.
Esperame en los ojos, pero siempre en las uñas.
EL SON
Es tener una playa en los ojos,
es tener una selva en las manos,
es tener un brillo entre los poros
y una sonrisa igual a una tristeza
y músculos como negras raíces,
y dientes como soles heridos,
y Carmichael gritando venceremos,
y asombros como dioses de viento,
y pómulos como tambores,
porque la negra piel es toda aurora
bajo el cálido son que da su sangre,
a la vista del día,
con las manos subidas a las calles
con Ángela y Patrice a la cabeza.
ATTILA JÓZSEF
Attila József espera al tren carguero,
su barba de tres días lo delata,
lo delata un bracero entre sus manos
y un zapato callado lo delata.
Attila József espera al tren carguero
mientras guarda su sombra en la valija
y recuerda a su madre:
«frágil era mi madre. Murió pronto
porque las lavanderas mueren pronto.»
Attila, el tren carguero y cuánta hambre
metida entre tus huesos, atada a tu cintura
y Flora lejos, casi inalcanzable
como el perfume a hierba de diciembre.
«En donde yo me acueste está tu cama.»
En tu espalda, la tarde deshizo sus colores,
en tanto que el silencio le dibujaba un nudo
a tu sonrisa.
Un obrero, tu hermano, mira un repollo fresco
y tú esperas al simple tren carguero.
El día presiente que vas a construirle
un grito,
un salto,
un ¡Basta para mí!
EXILIO
Expulsados de la selva del sur de Sumatra
por los hombres que vienen a poblarla, 130
elefantes emprendieron hoy una larga marcha
de 35 días hacia la nueva ciudad que les fue
asignada.
(AFP. 18/11/82)
No hay sitio para los elefantes.
Ayer los expulsaron de la selva en Sumatra,
mañana alguien les impedirá la entrada al Unión Bar.
Yo integro esa manada hacia Lebong Hitam,
yo sigo a la hembra guía,
cargo con la joroba de todas mis valijas sobre las cuatro patas del infierno.
Llegarán a destino —dijo un diario en Yakarta.
Los colmillos embisten telarañas de niebla.
Llegarán a destino,
viejas empalizadas que sucumben bajo mareas de carne.
Llegarán —dijo el diario.
Mas la estampida cruza por suelos pantanosos
y mi patria —la mía— es sólo esta manada de elefantes que ha extraviado su rumbo.
¡Guarde celosamente la selva impenetrable este ulular de bestias!
Tambores y petardos, acompañan.
Algo de todo el polvo que levantan, es mío.
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