“Un recuerdo es un nido que se forma con distintos materiales”.

Así dice uno de los narradores de Parecía que la empujaba el viento, primera novela del mexicano Juan José Luna. Y es una frase que podría aplicarse a la construcción de este libro. Una historia desarmada en múltiples voces y registros narrativos, de primera y tercera persona, de cartas, de leer y no saber si estamos leyendo un sueño o es algo que está pasando realmente.

El primer párrafo de la novela:

“El plan era golpear a una persona indefensa. De algún tiempo a la fecha pensaba en pegarle a un tipo por el simple hecho de hacerlo. Más que el dolor me interesaba el espanto de un sujeto que es agredido sin saber por qué”.

Un hombre —del cuál no sabemos aún el por qué— planea convertirse no en un verdugo ni en un sociópata, sino en un accidente para los demás.

Ser el azar de la violencia en la vida de alguien.

Ser una tragedia para dejar de vivir la propia.

Y conocemos su tragedia, que lo deforma y se apropia de él, y donde el qué de la historia es acompañado por un cómo que reafirma tal sensación. Capítulos cortos que nos van cayendo y parecen ser piezas de diferentes rompecabezas, la vulnerabilidad del dolor que desarma, se apropia y uno ya no tiene claro quién es, ni quién puede ser.

Pero así como lo cuento parece que un dramón o una historia negra. Y no. Etiquetar a Luna es una tarea difícil. Sumo el segundo párrafo para que me entiendan:

“Después de darme un baño y vestirme, tomé un pañuelo y me cubrí el cuello para ocultar el pájaro que traía pegado”.

Lo primero qué pensé es qué significaría pájaro en la jerga mexicana. ¿Un moretón, un chupón? Bueno. No importa. Sigo y me encuentro con un “el pájaro se agitó un poco”. Y es…ok, no es lo que pensaba.El tipo tiene un pájaro clavado y aleteando el cuello.

Bienvenidos al mundo de JJ Luna.

Así con el correr de las páginas nos iremos encontrando con una historia que siempre bordea el extrañamiento. Un hombre cuyo trabajo es vender parcelas en un cementerio, mientras no sabe cómo lidiar con la muerte. Un hombre que conoce a una anciana que quiere que la ayude a leer cartas de suicidas, “porque él puede ver lo que otros no ven”. Ese mismo hombre que lee los diarios de su mujer y encuentra reclamos de cosas que son obvias, pero de las que nunca se dio cuenta.

“Camilo era un hombre desapegado de su familia. Pensaba (nunca lo dijo) que los padres deberían encarar un juicio ético por tratar de hacer con sus hijos una extensión de sí mismos cuando ni siquiera ellos estaban satisfechos con su vida”.

Luna nos entrega a este personaje de la misma manera que uno ve un reflejo en un charco, que se va aclarando de a poco y ahí es cuando el autor va tirando piedras a ese charco, deforma esa imagen, y cuando empezamos a entenderla, tira otra.

Y otra.

“Me dedico a ser pobre. Hay varias maneras de hacerlo. Una de ellas es dedicarse a lo que de veras le gusta a uno”.

El otro rasgo que es 100% marca del autor es el uso de un humor que podríamos bautizar como cotidiano—empático. No ese cotidiano que pecaría de costumbrista o de cliché sino esa situación archi conocida pero que no deja de impactar, ese reproche típico pero contado desde otro lugar, donde es el estilo el que separa y realza, y que genera esas sonrisas en las que uno resopla, que son cualquier cosa menos —solo— una sonrisa.

Parecía que la empujaba el viento nos enfrente con un texto al que hay que estarle encima, y donde a medida que avanzamos nos encontraremos con una literatura de lo inesperado, sin tener muchas garantías de comprender por dónde estamos yendo. O sí. Con una garantía: la de pasarla bien leyendo a JJ Luna.

 

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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