No sé por qué omitimos hacer caso a todo lo que aprendimos por años, a esas explicaciones que a nuestra edad no solo recibimos de los mayores. Fuimos tontos en no tener presente la advertencia. Ahora, con todo consumado, estoy seguro de que algún día se las transmitiremos a nuestros hijos y recordaremos este momento con mayor terror. Pero, observando el balde con agua, los bagres allí, entiendo cuán tarde es para lamentos.

Entre los que hemos quedado ya discutimos bastante, fuimos feroces, salvajes en las acusaciones, no nos guardamos nada. Sabíamos los problemas que traería beber agua de la laguna, así y todo dejamos que el Turquito tomase unos buenos tragos. Ninguno de nosotros estaba ebrio como para no impedir tamaña estupidez. ¿Entonces? Sencillo, todos creímos que las advertencias recibidas, en un punto eran falsas como el hecho de morirse si uno come sandía con vino o el riesgo de vida si uno se mete al agua sin haber hecho la digestión. Ahora sabemos que lo de la laguna no era una farsa.

Los cambios de opiniones entre nosotros han evolucionado con el correr de los minutos, de las acusaciones pasamos al análisis del futuro. ¿Quién llevará la noticia de lo ocurrido? No solo tendremos que hablar con los padres del Turquito, sino también con la novia.

—La piba está embarazada —deslizó uno de nosotros.

—¿Cómo? ¿De cuánto?

Todas preguntas que tenían respuestas obvias, iniciando con el “¿cómo?” y culminando  con que nada cambiaba si el embarazo era de tres, seis, ocho meses.

—No sé, no sé, a mí me lo contó el Turquito hace unas semanas. Yo le preguntaría a él pero…

La tonta ironía renovó las desaprobaciones.

—No te hagas el salame, dejá el sarcasmo para otro momento, ¿querés? —dije desencajado y cargué el balde mientras otros recogían las cosas del Turquito para llevar todo hasta los autos.

Mientras subíamos el último tramo del sendero, me lamenté:

—Pobre pibe.

—Si no hubiera estado ahí, si no lo hubiese visto, te juro que no lo creería —dijo uno de los muchachos—. Yo siempre pensé que tomar esta agua podía traer colitis, fiebre, pero jamás esto. Además, ¿cuánto demoró en hacer efecto?

—Segundos  —dije y deposité el balde junto al auto.

Habíamos estado pescando después de comer el asado del mediodía. Como el sol golpeaba duro, evitamos el muelle y nos ubicamos entre unas rocas donde unos sauces daban buena sombra. Junto a ese lugar estaba la playita en la que ocurrió la tragedia. Se había acabado la bebida, solo quedaban un par de latas de cerveza, y no estaban frías. El Turquito no tomaba nada de alcohol. Había que volver hasta las carpas y buscar gaseosas…, pero hacía calor. El Turquito maldijo la situación.

—Aguantá un rato y vamos todos para allá —le dije sin quitar la vista de la laguna.

—Pero ¡yo tengo sed ahora! —protestó, recogió la línea, dejó la caña sobre las piedras, dio un salto y fue derecho a la playa y de ahí al agua.

Lo vi ponerse en cuclillas, agitar el agua con la mano.

—Che, ¿alguno de ustedes meó en el agua?

—No —respondimos a coro.

Lo vi ahuecar la mano derecha, hundirla en la laguna, cargarla con agua y subirla con cuidado para beber. Fue allí que recordé las voces de mi abuelo y de mi padre, hasta la mía advirtiendo “Si tomás agua de la laguna te volvés un bagre”.

El Turquito fue a repetir la maniobra cuando se incorporó de un salto. Quedó rígido, la cabeza echada hacia atrás dejando la cara al cielo, los brazos duros pegados al cuerpo. Tuvo una convulsión, cayó al suelo. Se retorció.

—Turquito! —grité, y todos abandonamos las cañas y nos arrojamos a la playa. En segundos su ropa quedó vacía, y entre las prendes boqueaba un bagre gris, de tamaño mediano.

—¡Traé el balde, dale, que se muere, boludo! —gritó alguien.

Mientras traían el balde, tomé al Turquito-bagre por la cola y sin soltarlo lo metí en el agua. Me pareció ver en los ojos de aquel pez un brillo de agradecimiento.

En el balde había otros tres bagres, en la desesperación metimos al Turquito allí.

—¡Mierda! ¿Y ahora cuál es?

—Ofreceles un cigarro, y el primero que se acerque ese es el Turquito, con lo que le gusta fumar…

—No digas boludeces —me indigné.

Desde donde estamos ahora, con todo listo para volver al pueblo, miro el balde y le hablo a los bagres:

—Turquito. Abrí la boca si sos vos. —Los bagres me miran, dan vueltas en el poco espacio, se golpean—. Turquito, por favor, tenemos que ir a lo de tu novia, si al menos supiéramos cuál sos, a lo mejor…, no sé.., te podría colocar en una pecera hasta que encontremos una forma de que dejes de ser pez.

—¿Vos sos tarado?, ¿cómo le vas a decir eso?

—Bueno, intento darle ánimo, che —me disculpo.

—Ánimo, ánimo! —dice el otro burlonamente—. Turquito, tranquilo, todo va a estar bien.

—A cuál le hablás? —pregunto. No recibo respuesta.

Terminamos de cargar los autos, ya el sol se empieza a cansar.

—Muchachos, ¿quién va a llevar la noticia? —pregunto y otra vez obtengo silencio.

Desde el balde llega un ruido de chapoteo, los bagres se mueven enérgicos y golpean el agua con la cola. Hago un último intento, arrimo un cigarrillo a los peces, pero ninguno se acerca.

Sobre El Autor

Marcelo Rubio nació en 1966. Es periodista, conduce el programa de radio Kriminal Mambo por am530 radio de las Madres de Plaza de Mayo. Publicó algunos libros de cuentos, La Strada, Bajo el signo de Eva, Fútbol sin tiempo, Nueve relatos atravesados en la garganta, todo ellos por Textos Intrusos. En 2018 por medio Indómita luz Editorial sacó su primera novela breve, Lo “que trae la niebla”. y en 2019 se editó “El Cristo roto”, por medio de la editorial También el caracol. En el 2020 el libro de cuentos “El largo viaje”, por Omashu editorial.

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