Miguelanxo Prado elabora una fábula ecologista en donde echa mano de elementos del folklore y la religiosidad tradicional (un panteísmo naturalista) y los mestiza con elementos del género fantástico.
Hubo un momento en que la magia y la humanidad supieron convivir en armonía en Gaia. Las distintas familias de seres mágicos pactaron defender esa joven y curiosa especie y los ayudaron a evolucionar en los descubrimientos del mundo natural. Pero el potencial de desarrollo de los humanos pronto se vio desbocado y no supieron medir las consecuencias. La magia comenzó a enfermar y los mágicos se vieron divididos en dos castas, los Demonios y los Puros. Los primeros propusieron exterminar a esa desagradecida especie de monos glorificados y los segundos quisieron mantener la alianza primitiva y defenderlos. En esa dicotomía muchos mágicos perdieron la vida, otros se mestizaron con la raza humana y los pocos que quedaron de ambos bandos firmaron el pacto del letargo, esperando el momento indicado para recuperar el equilibrio natural. Pero algo ha interrumpido el letargo antes de tiempo y la vieja dicotomía vuelve a hacerse carne.
Con El pacto del letargo Prado se suma a autores del noveno arte como Jirō Taniguchi o Alejandro Jodorowsky o los llamados ensayistas de la Cadena aurea, como Patrick Harpur, en una voz de alerta frente al desastre ecológico.
La obra también explora las mendacidades del mundo académico, anquilosado y plagado de arribistas y ventajeros, con conexiones y cintura política, pero de ideas inertes que por temor o ignorancia suelen interferir y coartar las careras de los individuos con vocación y espíritu.
Con respecto al arte, se trata de uno de los mejores trabajos de Prado al momento, lo cual es decir demasiado, los escenarios naturales están plasmados con una belleza y una armonía conmovedora mientras que logra también la perfección en la gestualidad de los personajes.
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