Hace unos años fui a un taller de lectura y alguien mencionó el nombre de Martín Rejtman. Nadie lo defendió mucho. El sentimiento general fue que la literatura y el cine de Rejtman son exasperantes. “A mí esa literatura llega a exasperarme”, dijo alguna persona presente en el taller. También mencionaron la misma sensación pero con los textos de Rosario Bléfari (que también actúa en pelis de Rejtman).

Un tiempo después apareció en MUBI, una plataforma de streaming que intentó (e intenta) destacarse por incluir “cine de autor”, un ciclo con todas las películas de Rejtman. Las subían una vez por semana. Empezaron por Silvia Prieto y ese fue la primera vez que vi una película de Rejtman. Silvia Prieto fue, además, la primera película con la que me reí en un diálogo.

En ese momento todavía no pensaba en qué significaba esa idea de exasperación que había surgido en el taller. Entendí un poco más cuando hace poco leí Tres cuentos, el último libro publicado por Rejtman. Antes había leído Velcro y yo, otro libro de cuentos, más cortos que los de Tres cuentos. Entonces me pareció, con la lectura de Tres cuentos, y sobre todo con la lectura del segundo cuento, para mí el mejor, que los personajes de Rejtman son esencialmente exasperantes como lo es trabajar o hacer las mismas cosas todos los días de la semana. ¿Para qué existen las vacaciones? Para descansar un poco de esa monotonía diaria, para «desconectar», solemos decir. Pero en los textos de Rejtman no hay vacaciones, no hay forma de desconectar de esa realidad porque esa realidad se mete en el narrador, en los personajes y en las tramas. Es una monotonía buscada, que genera un efecto en el lector; en algunos, ese efecto es de rechazo, de exasperación.

Las historias de Rejtman tienen todas personajes parecidos; adolescentes aburridos o adultos medio sin rumbo (como Silvia Prieto) que no hacen otra cosa que dejarse llevar por otros personajes y fumar marihuana. En el segundo cuento de Tres cuentos, el protagonista se obsesiona con la marihuana que solo puede conseguir de una tal dealer que se llama Corazón. Prueba miles de otras variedades de marihuana pero ninguna le gusta. La única que le gusta, y que lo ayuda a evadirse del insoportable vecino pianista del piso de arriba, es la marihuana de Corazón. Me acuerdo una escena muy graciosa en la que el protagonista invita a otro a su departamento y le muestra, como si fuera un arsenal, un maletín con todos los tipos de marihuana que tiene y no consumió porque no eran como la de Corazón. Es este cuento, y también en muchos de los otros, hay coincidencias demasiado casuales: Corazón se aparece en todos lados, en fiestas y en reuniones en donde no debería estar, o por lo menos es raro que esté.

Hace unos años vi, por recomendación de Martín Sancia, Magical Girl, una película española del 2014 dirigida por Carlos Vermut. En esa película, un padre le quiere regalar a su hija un vestido que aparece en una serie de animé. En la primera escena de la película, el padre va a una librería a intentar vender unos libros usados. Los libros se venden por peso, no por unidad. Ese vestido es lo que la chica más quiere. La película empieza con ese argumento y después se va para cualquier lado. Después hablamos con Martín sobre la película y él me decía que una de las cosas que más le gustaban de Magical Girl es que Vermut no piensa en el verosímil. No le interesa que la película sea verosímil, porque en ningún momento es verosímil. Tampoco es verosímil, en Rejtman, que Corazón se aparezca en las reuniones y se encuentre con el protagonista, como si fuera una alucinación. Nada de eso es verosímil pero no importa porque, como en la película de Vermut, la verosimilitud no es un elemento que defina la narración.

La exasperación va un poco por ese lado; no tanto por la no verosimilitud, sino por la estructura de los cuentos: las situaciones se repiten como también se repiten frases. Una que me acuerdo, en ese mismo cuento: algo así como que la música que tocaba el pianista del piso de arriba se parecía a X artista, pero no era. Esa estructura se repite varias veces en toda la narración y, diría algún profesor de Puán, hace sistema. Todo mantiene ese mismo tono porque los personajes no reaccionan a lo que les pasa. Al protagonista, casi al final del cuento, le queman la moto y no hace prácticamente nada. Avisa a la policía y nada más. No reacciona. Las cosas pasan y los personajes conservan esa actitud desinteresada, de resignación, que también se ve en las películas. Los diálogos en las películas son raros; los personajes hablan mucho solos, en forma de monólogo y no de diálogo. Una escena en Dos disparos: una mujer y un chico (que es el protagonista, el que se quiso suicidar con dos disparos y no pudo) van en un ascensor. Habla la mujer; no me acuerdo de qué, ni por qué hablan, pero sí me acuerdo la sensación que me dejó ese diálogo: la de estar viendo y escuchando algo muy extraño, como siempre fuera de lugar, como si ninguna de esas personas tuviera que hablar nunca.

Leí una reseña[1] en Goodreads sobre Velcro y yo que resume perfecto lo que me pasa con Rejtman. La reseña dice que leer a Rejtman es como estar hablando con un tipo muy gracioso que nunca se ríe. Los cuentos y las películas de Rejtman son así. Son muy graciosos, pero lo gracioso no sé bien de dónde sale. ¿De las repeticiones, de las obsesiones absurdas de los personajes, de lo inverosímil de las coincidencias, del desinterés, de la apatía con la que encaran la existencia? ¿Por qué esas cosas causan gracia si los personajes están deprimidos y no saben qué hacer con su vida? Me acuerdo ahora, en Silvia Prieto, un muñequito que miniaturiza el personaje que hace Valeria Bertuccelli. Ella se queja porque el muñeco le parece horrible y no puede entender cómo es que su marido la hubiera visto así todo el tiempo que estuvieron juntos.

En Silvia Prieto, Silvia Prieto está obsesionada con encontrar otras mujeres que tengan su mismo nombre. Llama desde un teléfono público y pregunta cuál es el número de Silvia Prieto. ¿Calle Godoy Cruz o Virrey del Pino?, le pregunta la operadora. Virrey del Pino, responde Silvia Prieto. Silvia Prieto memoriza el número y llama a la Silvia Prieto que vive sobre Virrey del Pino. ¿Hola?, le responde. Sin la entonación de una pregunta, porque ya sabe la respuesta, la Silvia Prieto protagonista dice: Silvia Prieto. No necesita confirmar que está hablando con Silvia Prieto. Y del otro lado del teléfono preguntan: ¿quién habla? Silvia Prieto, responde Silvia Prieto, y corta.

[1]    https://www.goodreads.com/review/show/2441166272?book_show_action=true&from_review_page=1

Sobre El Autor

Nació en Buenos Aires en 1999. Estudia Letras con orientación en Lingüística. Le apasiona la literatura, el cine, la música pop y el fútbol.

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