Publicada en 1895, La roja insignia del valor (The red badge of courage), novela bélica ambientada en la guerra civil norteamericana, le valió al joven Stephen Crane (nacido con posterioridad al conflicto) la entrada al parnaso literario. A pesar de contar con algunos detractores, como el veterano Ambrose Bierce, la novela se transformó en un Best Seller celebrado tanto por la crítica de época como por los lectores. Aún hoy se cuenta en la lista de primeros y más grandes cásicos de la narrativa de su país y fue llevado varias veces a la pantalla grande. Los lectores de mi generación seguramente pudimos acceder a él en la edición de Emecé o Troquel, aunque se han sucedido nuevas traducciones y ediciones en los diferentes países de habla hispana.
En este sentido, a diferencia de la narrativa de género que es más versátil para estos pasajes, no es tarea fácil adaptar clásicos de la literatura tan presentes en la cultura general. Salvo que se trabaje de manera alegórica, por el disfrute de lo visual o se lo resignifique de manera que haga una puesta en valor de la apuesta literaria original.
Jouvray y Efra salen indemnes del desafío, presentando en El soldado una adaptación sólida que se erige como manifiesto pacifista sobre la lógica absurda de la guerra.
El apartado visual de Efra es solvente como todo su trabajo, en cuanto al guión, como en la novela madre, el tríptico de Miedo, Heroísmo y Cobardía resulta bien definido como eje temático. El pasaje de uno a otro por parte de Henry Fleming, protagonista del relato, quien se enrola con el deseo de ser reconocido como héroe de guerra y luego se enfrenta a la realidad cruel y miserable del campo de batalla, alejada de toda gallardía y de la tonta fantasía de masculinidad impuesta y autoimpuesta por generaciones, también está bien trabajado. La lectura incluso puede indagar sobre la lógica entre la libertad personal y el Estado Nación y la decisión de cómo narrar el final, potencia una pieza que, sin quitar el aliento, logra con éxito su cometido.
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