En el norte argentino se han producido más películas en los últimos veinte años que en todo el siglo XX; Fabián Soberón, profesor, investigador, escritor y realizador cinematográfico puso manos en la obra y se dispuso a trabajar en un análisis de toda la filmografía generada en la última década, reflexionando sobre un espacio y un tiempo en pos de pensar en el futuro. El resultado de las investigaciones es un libro, El viaje inmóvil, que, junto a una imagen tomada de la película El motoarrebatador en su portada, invitan a una travesía a través de esta singularidad cinematográfica del norte del país.

 El título del libro (El viaje inmóvil) se construye con un oxímoron: ¿el mismo cumple una función?

El título claramente trabaja con un oxímoron y ese oxímoron tiene una función, que es la de indicar el viaje que hacemos los espectadores estando inmóviles en la butaca en nuestra casa o en un cine. Por otra parte, también privilegia o pone sobre la mesa la idea de que el realizador que nace en Tucumán o en el norte tiene las mismas posibilidades de realización desde el punto de vista estético que cualquier productor del mundo; es decir, el título busca no anclar en un lugar la producción del mundo imaginario; esto significa que, si bien es cierto que las películas parten de un lugar porque están hechas en las locaciones del norte argentino, trascienden ese lugar y se ubican en una hipotética condición de universalidad para cualquier espectador del mundo. Entonces, el hecho de llamarlo El viaje inmóvil también implica pensar la experiencia del espectador y del realizador fuera de la localía, fuera de la constricción del lugar. A mí me parece que el cine precisamente nos permite ir más allá de lo local, nos permite partir de lo local para producir un universo imaginario que lo excede.

A partir del análisis que muestra en su libro ¿usted opina que la camada de nuevos directores norteños conforma una identidad propia o continúan las ideas del nuevo cine argentino de fines de los noventa?

Tengo la impresión de que hoy, en el 2021, no se puede hablar desde la suficiente distancia temporal –por el hecho de ser contemporáneos– sobre el cine que se ha producido en los últimos diez años y a propósito de ciertos problemas artísticos; es decir, no tenemos la perspectiva necesaria para encontrar rasgos comunes estéticos en la producción del norte argentino. Lo que percibo por el momento es una diversidad estética, es decir, percibo cortos, mediometrajes, documentales, ficciones, que se disparan en diferentes direcciones estéticas, hay cortos y largos de género o que combinan géneros, hay películas que están vinculados con el documental de observación o con las formas posibles de documental contemporáneo, hay otros que se interesan por una estética más realista o protorrealista o incluso se puede hablar de cierto naturalismo en algunos metrajes, hay otros interesados en la ruptura o en la experimentación; frente a esta situación no percibo un rasgo común estético. En todo caso, me parece que quizá más adelante, cuando la producción se acumule y el tiempo transcurra y podamos tener una perspectiva desde la lejanía, quizá podamos ver algunos rasgos en común pero ahora lo que percibo es una feliz diversidad estética, y digo feliz diversidad estética porque no creo yo que el cine, como ningún arte, deba ajustarse a un patrón o a un modelo.

 ¿Usted considera que el cine contemporáneo argentino resulta más afectado por la coyuntura política económica y social que en otros países? ¿Cree que eso puede afectar el interés de los espectadores?

En Argentina, la mayor parte del cine que se produce se hace con apoyo estatal o con subsidios que provienen del Estado; es cierto que hay una producción privada que es protoindustrial, es decir, me refiero a largometrajes que tienen estrenos comerciales en salas y que por lo general participan o son seleccionadas para los premios de la academia, producciones con alto presupuesto, pero el grueso de la producción argentina se sostiene gracias a los subsidios que vienen del Estado; entonces, la crisis económica que vive el país por supuesto que afecta, ha afectado y afectará la producción del cine argentino.

Pensemos, a propósito de esto, en la existencia de las Escuelas de cine, la ENERC en Jujuy y la Escuela Universitaria de Cine en Tucumán, son escuelas estatales, y si el Estado ingresara en una crisis aún mayor y tuviera que cerrarlas, eso implicaría, por supuesto, un descenso en los egresados, en los técnicos y a su vez eso redundaría negativamente en la producción, en la formación de equipos para producir cine en el norte.

¿Pero piensa que la producción local resulta más atravesada por objetivos políticos que en otros lugares o tiempos?

En todos los países del mundo la producción audiovisual, la producción visual, la producción literaria, etc., están atravesadas por los conflictos políticos, es decir que no hay una forma de escapar de la polis, de la ciudad política, todos somos animales políticos, y, de alguna manera, explícitamente o implícitamente, tenemos relación con los movimientos políticos de un país. Toda producción audiovisual está condicionada por la dimensión económica y política de su zona. Ahora bien, por otra parte, no todo el cine es un cine de denuncia política o no todo el cine debiera tener el único objetivo de denunciar un hecho político. Yo distinguiría, entonces, entre condicionamientos políticos ineludibles y cine de denuncia política. Si el Estado o un grupo por fuera del Estado, por alguna razón extraordinaria, obligara a que los directores de cine hicieran un cine con un determinado tipo de denuncia, en ese caso estaríamos frente a la coerción ideológica producida por una determinada dictadura, sea esa dictadura de derecha o de izquierda.

Usted que activamente trabaja en este medio ¿se siente muy condicionado por los modos de producción?

A mí, como a muchos, me toca trabajar el cine, documentales en mi caso, en el ámbito de la provincia de Tucumán, y en este sentido claramente mi posibilidad de producción está atravesada por los condicionamientos socioeconómicos de esta provincia, del norte argentino y del país. Las posibilidades que tuve de acceso a subsidios o a financiamiento de parte del Estado ha sido escasa o nula y por esa razón mi producción documental ha sido una producción prácticamente independiente, es decir, de muy bajo presupuesto, y esas han sido las condiciones de las producciones que realicé.

Aun teniendo en cuenta la gran diversidad de ideas y autores, ¿cree que existen elementos identitarios de nuestro ser nacional hacia el exterior? Es decir, que sí podemos hablar de que tengamos características de cine «argentino» en contraposición al proveniente de otros lugares.

Creo que se puede pensar que la identidad es un concepto complejo. “La identidad es una cárcel”, dijo el poeta cubano José Kozer, y creo que, como cree David Hume, el filósofo empirista anglosajón, la identidad personal es un ramillete o un conjunto disperso de sensaciones, de ideas, y es muy difícil pensar en una identidad como una esencia. En relación con la idea de identidad nacional, hay características o rasgos que se asocian equívocamente a la idea de identidad porque el concepto mismo de nación está en discusión. Las artes, la literatura, la música, el cine, el teatro, la danza, etcétera, producen obras, los artistas producen obras que claramente tienen elementos relacionados con su lugar de origen, pero creo que una de las posibilidades que tiene el arte es la diversidad y la libertad de producir contenidos que exceden el lugar de origen. Seguramente alguien que vive en el extranjero y que decodifica esas películas en relación con el lugar de origen y que de alguna manera simplifica, en su percepción, los rasgos y la pluralidad de rasgos estéticos, narrativos y de producción de esas obras, puede asociar eso con un discurso hegemónico de difusión de lo que se podría llamar, desde el punto de vista del discurso hegemónico, la identidad. Entonces ahí sí asociaría ese espectador hipotético estos rasgos con una identidad esencial. A mí me cuesta pensar eso porque lo que llamamos identidad es una construcción histórica y lo que hoy se puede pensar como lo argentino asociado a la identidad, en el siglo XIX era diferente y ¿quién sabe cómo será dentro de cien años? Me cuesta pensar en la idea de identidad nacional asociada a un cine o a un conjunto de películas.

La idea de cine tucumano o de cine argentino son solo etiquetas, decir cine del norte es una etiqueta. ¿Qué tiene en común El Motoarrebatador (2018, dir. Agustín Toscano) con No me dejes solo (2019, dir. Bernabé González Mina y Sebastián Sánchez)? Lo único que tienen en común es que fueron realizados y producidos en la ciudad de San Miguel de Tucumán, en locaciones de la provincia de Tucumán, pero desde el punto de vista estético son muy distintos. Yo no encuentro ahí algo que es muy común llamar la “tucumanidad”, pero puede ser que sea un problema de percepción mía. De cualquier manera, la cuestión de la identidad de un cine es un asunto de debate.

Cuando la cuarentena comenzó hubo un aumento en el consumo de cine argentino a través de la plataforma CINEAR.PLAY. Sin embargo, también atrasó rodajes y dificultó estrenos. ¿Cuáles cree que serán las consecuencias a corto o largo plazo respecto al consumo de cine nacional y provincial?

Es cierto que la pandemia produjo retrasos o cancelación de rodajes pero creo que los efectos de la pandemia van a ser escasos o nulos vistos en perspectiva; es decir, dentro de diez años, cuando se analice lo que ocurrió en el ámbito de la producción cinematográfica en el norte argentino y en Argentina en su conjunto, creo que esos efectos serán mínimos. Ya se está viendo, me parece, una reactivación en la producción audiovisual en el norte y en Argentina. En todo caso lo que hubo es una especie de retroalimentación o de alimentación por otros canales de la posibilidad de ser espectadores de productos audiovisuales de todo el país a partir de la pandemia. Lo que no se pudo hacer desde el punto de vista realizativo se aumentó, de alguna manera, en el ámbito de la recepción del cine, es decir, uno podría pensar que hay una relación de exceso de la proporcionalidad, de mayor número de espectadores en relación con la cancelación de los rodajes. Lo que disminuyó en términos de realización aumentó en la recepción audiovisual.

El cine del norte, quizá como sinécdoque del cine argentino, ¿tiene para usted posibilidad de una mayor visibilidad a escala nacional e internacional en un futuro?

Creo que el cine que se ha producido en los últimos diez años en el norte argentino funciona ya como una referencia ineludible para medir lo que se hará en los próximos diez o veinte años en el cine de la zona. Es un modelo y es una referencia, no sólo para pensar en términos cuantitativos, si se hace mayor o menor cantidad de películas, sino sobre todo para pensar el campo audiovisual en términos cualitativos, en términos de diversidad estética de lo que se va a hacer en los próximos diez años. Vamos a tener la posibilidad entre el 2021 y el 2031 de comparar, de cotejar y de analizar qué va a suceder en esos diez años respecto de si se va a consolidar o no el campo, si se va a convertir en un flujo continuo y aceitado de producciones. Todo esto implica pensar si la zona se consolidará o no como polo audiovisual. Es muy importante lo que vaya a ocurrir en los próximos diez años porque, insisto, va a permitir que pensemos si hemos convertido al norte en un polo audiovisual. Y con respecto a las expectativas de crecimiento creo que vamos en esa dirección, es decir, desde 2010 hasta hoy ha habido cada vez más producción y año a año se ve ese crecimiento y se observa la apertura en la diversidad estética.

 

Sobre El Autor

Estudiante de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de filosofía y Letras, de la Universidad Nacional de Tucumán, y estudiante de la Escuela Universitaria de Cine, Video y Televisión, con orientación en dirección y guión, de la misma universidad.

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