Una fiesta auténtica

El sepulturero que le abrió las puertas a Ramones para la grabación del videoclip de Pet Sematary dijo en una entrevista que nunca imaginó, en sus 34 años trabajando en Sleepy Hollow, una auténtica fiesta en un cementerio. Es que una mirada rápida por la escenografía del videoclip lleva a pensar que se utilizó de todo menos un cementerio como locación: aparece gente disfrazada, lápidas de cartón con nombres de mascotas y, más importante, la banda como protagonista de un rito funerario. Es una celebración que combina la solemnidad de un funeral con objetos de cotillón de cumpleaños. Saber al mismo tiempo que se trata de escenas filmadas en un cementerio (y no de animales) le otorga cierta acidez que la novela y película de King traduce a un terror propio del cine de los ‘80.

Anchoa de Martín Sancia Kawamichi al igual que Pet Sematary tiene gatos sacados de quicio. Salvo que Loreto, la primera figura felina del relato, no necesita morir ni pasar por etapas sobrenaturales para atacar a alguien. También, sin necesidad de que exista ningún cementerio de animales, la novela de Sancia Kawamichi tiene escenas donde hay gatos y niños terribles en todo momento. Gatos que no pueden escapar de la venganza y niños que, atrapados dentro de su propia ingenuidad, descubren los límites de la crueldad.

Un escenario tan cotidiano como un barrio se torna por momentos un espacio de supervivencia, porque el desamparo y el dolor no están exento del juego. Los niños de Anchoa juegan todo el tiempo, juegan por jugar y también juegan para vengarse, para suplir la culpa y para desquitarse de las amarguras de una adultez acelerada.

Por eso se trata de una historia de niños que experimentan los primeros encuentros con la muerte, y lejos de cualquier sobresignificación, el encuentro con este acontecimiento involucra de todo menos la carga solemne o ceremonial que conocemos. ¿Qué pasa en un niño cuando se encuentra cara a cara con una mascota agonizando, con la muerte en potencia?

Lo más importante sucede en el idioma: hay algo en la lengua infantil de los personajes de Sancia Kawamichi que reviste un aire de inocencia a punto de ser obsoleta, a punto de pasarse para el lado de la adultez. Se lee en los nombres y en los diálogos como el de Narigón Pileta, que sabe la sintaxis del insulto pero matiza: “Vamos a hacerlos miércoles a esos peloduros higos de frutas”.

 Y lo que sucede en Anchoa es que no resulta previsible el pasaje de la inocencia a la picardía. No se sabe en qué momento una escena pasa al otro lado (al de los animales en riesgo, los rituales o los padres alcohólicos) o si, efectivamente, nos comemos el amague con algo desopilante.

Al igual que en Pet Sematary (título que replica el error sintáctico de un niño) nunca se sabe hasta dónde escalan algunos diálogos o en qué derivan, porque en la ficción que se lee también se asimila la ficción de los niños que, lejos de ser ingenua, transforma una confusión en algo que vehiculiza una cadena de eventos, a veces inocentes o trágicos, pero dispuestos para darle sentido a ese mundo frágil.

La canción de Ramones pertenece también al último videoclip donde se ve a Dee Dee Ramone en la banda. No en vano, la secuencia del grupo siendo enterrado representa una metáfora imprevisible en aquél momento sobre una banda que perdía a su primer bajista y compositor de los mejores temas. En Anchoa, lo que está al borde de ser borrado se lee con una marca singular, como una despedida que puede sustanciarse sólo después de una auténtica fiesta. Lo que se despide de los personajes de la novela de Sancia Kawamichi es la infancia, y no lo hace con arrebatos hiperbólicos como los superhéroes de cómics, sino que la despedida se tantea, se va haciendo palpable en cada escena, en niños que nada más le pueden hacer frente al horror del mundo con juegos y palabras cambiadas.

 

Sobre El Autor

Eric Hernán Hirschfeld nació en la ciudad de Paraná en 1994. Es profesor de Letras (UNL) y doctorando en Semiótica (UNC). Es becario doctoral del CONICET y estudia la Tecnicatura en Producción Editorial (UNER). Sus artículos han sido publicados en Revista Paco, Períodico Pausa y Revista Ñ. También escribe las contratapas de la revista de la Asociación Civil Barriletes. Foto de autor: Erika Vernay

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