Como es de público conocimiento, en la actualidad se reabre el debate acerca del consumo conflictivo de ciertas drogas “ilegales”. Desde Evaristo Cultural ofrecemos una breve síntesis que reúne a autores de género negro que oportunamente reflexionaron, en entrevistas, sobre este mismo tema.

 

«…Cuando escribo me meto en una zona no demasiado racional. En esa zona hay un montón de cosas. Está el policial, la poesía, la filosofía, los comics, el rock, el cine. La crítica y el mercado necesitan definirte, explicarte, y clasificarte para meterte en alguna góndola. Pero yo no soy un autor de policiales, eso vos lo notás porque la pregunta que me hacés apunta a que utilizo algo del género, pero no es literatura de género. La presencia del policial es porque soy fanático del policial negro. Es parte constitutiva de mi formación como lector, entonces es inevitable que aparezcan elementos del género. Y si tengo que explicar por qué me interesa el género negro, tengo que decir que es porque da cuenta de “la realidad” haciendo un abordaje interesante. Como diría Ed McBain busca “dónde está lo podrido”

Marcos Herrera

 

Contame un poco del núcleo familiar en tus ficciones y en cómo ves la estructura familiar en la Europa contemporánea

Hay elementos de la historia familiar, del núcleo familiar que se obvian porque distorsionan el discurso. Por ejemplo: yo suelo hablar mucho sobre la infancia, sobre los ladrones de infancias, que es un tema que me interesa mucho. Y suelo hablar mucho sobre las relaciones entre padres e hijos. ¿Por qué? Pues por una razón muy sencilla. Cuando tú eres un niño, eres como una esponja, lo absorbes todo: lo bueno y lo malo. Porque no tienes conciencia del bien y del mal, como tal. Sino que todo simplemente es vivencia y experiencia. Tú no tienes un discurso moral y ni ético cuando eres un niño, como para saber si lo que te está pasando es bueno o malo. Pero lo percibes, sientes si eso es bueno o no.

Entonces qué pasa: una esponja lo que hace es absorber. Tú eres un niño que va absorbiendo todo lo que pasa. Pero hay un momento (que suele ser en la adolescencia y luego, evidentemente, en la edad adulta) donde todo eso estalla, sale. Todo eso se teoriza, se metaboliza, se comprende intelectual y lógicamente y explota, provocando consecuencias.

Un niño maltratado puede ser un hombre roto, o una mujer rota, y no comprenderlo hasta pasado muchísimos años.

¿Por qué me interesan los ladrones de infancias? Porque un niño es puro, y eso no significa bueno o malo, significa puro. Es decir auténtico. Y con esa capacidad de absorberlo todo, absorbe el odio y el amor.

Víctor del Árbol.

 

Tratándose de una obra basada en un hecho real, ¿cuál es tu opinión sobre la delincuencia juvenil, la marginalidad?

Creo que es un tema demasiado extenso como para dar una opinión categórica, sin caer en posturas facilistas o verdades de perogrullo. Pienso que es un tema sobre el que todos deberíamos preguntarnos más, por qué tomamos como naturales algunas situaciones degradantes en las que viven cada vez más hermanos nuestros, y si muchas de las conductas criminales de hombres y mujeres de clase baja no son una consecuencia directa de la corrupción de la clase gobernante y de los valores que transmiten los medios masivos de comunicación.

 ¿De qué escapan los jóvenes? Supongo que de la insatisfacción permanente de la adolescencia, de situaciones dolorosas que viven en particular o cuando empiezan a descubrir que la realidad es muy distinta a lo que plantean los modelos a seguir en la televisión.

Emilio Di Tata Roitberg

 

Tu no provienes de un sector social bajo y de necesidades insatisfechas: ¿esto de delinquir aparece como un gesto de rebeldía adolescente?

No, más que como rebeldía adolescente, podría decirte que me vino como rebeldía infantil. Ya con 7 u 8 años, tenía las inquietudes de cómo buscarme un cigarro para fumar, con 10 u 11 años me pasó lo mismo con la marihuana y con el hachís, y luego en la juventud de mis 15 a 16 años debido a la situación política de mi país – la muerte de Franco y la transición española-, mi rebeldía continuó a través de un descontento social  unido a las drogas.

Te educaste en el colegio de los Maristas ¿se puede decir que hubo un error de cálculo?

La educación base me la dieron mis padres, luego pasé por todos esos colegios, los Maristas de la Inmaculada Concepción, los Salesianos y el La Salle, los tres católicos, y creo que ellos fueron los que me desviaron de la educación. Porque lo único que me enseñaron es que existían ricos y pobres, y por supuesto yo decidí ser de los ricos.

Cómo es eso de que la vida en la cárcel no era muy diferente de la del exterior, salvando la lógica aplastante. 

Salvando la situación obvia de privación de la libertad, tanto en la calle como en la cárcel, poderoso caballero es Don Dinero. Y como yo entraba con dinero era poderoso y vivía bien.

Según tu relato circulaba la droga y el alcohol sin ningún problema, y algo más: “entre rejas aprendes a valorar todo al minuto”.

Había de todo y era muy caro, accesible solamente para los que teníamos dinero. Que era mi caso y el de algunos más, pero no para la gran mayoría.

¿Las cárceles son un negocio?

Sí, es un sitio donde hay 2500 reclusos que necesitan comer, fumar, beber… y todo eso el preso lo consigue la cárcel. Incluso el dinero que los familiares meten a los internos, la cárcel lo utiliza para su beneficio, ya que en la cárcel a los presos les pagan con “tarjetitas”. Y eso yo pronostiqué hace tres años sobre que en diez años, en España, todas las cárceles serán privadas, va a ser un hecho; faltan siete para que se cumpla mi pronóstico.

Dani El Rojo

 

En tu libro Toda la ceguera del mundo, primer finalista del Premio Medellín Negro 2013, aparece un tema difícil y sin regreso: la lucha contra el narcotráfico y su vinculación con el poder y la política. Es una obra donde también uno debe acostumbrarse al lenguaje mejicano y en el que crece el amor y el fútbol atado a la corrupción y a la violencia ¿Cómo nació esta novela? ¿Es cierto que la escribiste en cuarenta y cinco días?

Una de las constataciones a las que había llegado en mi investigación sobre el neo-policial latinoamericano (el término es de Taibo II) era que se trataba de un tipo de literatura que mantenía una tradición universal: el vínculo entre representación estética y sociedad. Me acuerdo de una conversación con Manuel Vázquez Montalbán. Me contaba que alguien le había hecho una crítica, diciéndole que el género negro era “el último refugio de los realistas”. Y él me decía que le parecía muy bien, que hablar de la realidad desde formas nuevas y transgresivas era el encanto profundo de la literatura. Personalmente, mi acercamiento al policial fue progresivo. Comencé con La bestia de las diagonales que para mí fue una experiencia para dibujar caminos entre los géneros y volver a los orígenes de la fundación de La Plata, seguí con un cuento, hasta llegar a Toda la ceguera del mundo. Me parece que, en el fondo, se trata de reflexionar sobre la realidad argentina, una realidad que pese a que viajo regularmente no vivo en lo cotidiano. Además, como investigo y escribo mucho sobre México (la literatura –parte de mi tesis doctoral es sobre Carlos Fuentes-, pero también sobre octubre del 68 y la masacre de Tlatelolco, o el zapatismo-), como doy seminarios en la Universidad Nacional Autónoma, en la Veracruzana, en Zacatecas, Aguascalientes, Chiapas o en El Colegio de San Luis Potosí, como soy el representante en Francia de la Cátedra Internacional Juan Rulfo, como publico artículos y libros, y como me encanta ese país… naturalmente tenía un día que escribir ficción sobre México. Uno de los desafíos de la novela es el trabajo sobre el lenguaje, que oscila entre el castellano de Argentina y el de México. Fue una experiencia apasionante balancear los cambios de ritmo, de modulación, la música de las lenguas. Después me interesaba el tema del narcotráfico en Argentina, que ha adquirido proporciones preocupantes. Esto exige un importante trabajo de investigación, de documentación. A esto se agrega mi interés por incluir temas deportivos en la literatura. Existe en América Latina una fuerte tradición al respecto, pero en los años ´60 el asunto era tabú. Parecían dos universos inconciliables. Para mí es un desafío. Y fue muy divertido, siendo hincha de Estudiantes de La Plata, contar la amargura de los de Gimnasia porque nunca salieron campeones…

En cuanto al tiempo de escritura, es cierto. La redacté en cuarenta, cuarenta y cinco días. La redacción fue un torbellino, con días de ocho a diez  horas de trabajo. Es cierto que tenía un esquema, pero cuando interviene la imaginación –y por suerte- todo se descompagina…

El texto se bifurca, surgen otros posibles narrativos.

Néstor Ponce

 

¿El derecho se arrastra o se empuja?

Es muy interesante pensar la novela negra como un tema de lo que está dentro del derecho y lo que está fuera del derecho. Me resulta muy interesante verlo, así, porque no lo había visto así antes. El derecho, la ley –el derecho es un poco más que la ley, tal vez– es una herramienta del poder. Y el poder escribe las leyes y, por lo tanto, condiciona al derecho.

Como el capitalismo necesita gente que le limpie el culo a los poderosos, siempre hay un sector de la población que va a estar fuera de ese derecho, y esa zona se va expandiendo –no sé si se empuja o se arrastra, creo que, tal vez, las dos cosas– por imperio de las luchas sociales, por imperio de los cambios tecnológicos, por imperio de la movilidad social y de las tragedias humanas. Lo que no quiere decir que no sean los poderosos los que siguen dictando las leyes y controlando el derecho y dejando fuera de esa zona de derecho a un sector de la población; es ahí donde uno, como escritor de novela negra, pone el ojo.

Supongo que una parte de la población lo empuja y otra parte lo arrastra, como una especie de cadena. Es interesantísimo pensarlo así porque uno supone que el material, sobre el cual uno trabaja, no se va a acabar nunca. Por ahí se van a agotar las formas sintácticas, incluso ciertos aspectos argumentales que me parece que ya se repiten mucho, en cierta novela negra, pero esa mirada sobre el que está afuera de la zona del derecho y dentro de la zona del derecho, que no es casual que sean los poderosos por un lado y los desclasados por el otro, va a seguir existiendo.

Javier Chiabrando

 

La crítica te nombra como padre de la narcoliteratura mexicana. ¿En qué consiste esta estética?

Creo que, en primer lugar, es el trabajo con un territorio que no había sido trabajado en profundidad. Estaban los colombianos pero, hasta hace poco, ellos desarrollaron más bien la figura del sicario. Al menos la literatura que yo conozco tenía más que ver con la historia del sicario que con la narrativa del trasiego, lo que tiene que ver con el transporte hasta los centros de consumo. Mi literatura tiene que ver con esa parte, pero sobre todo, tiene que ver con determinar las personalidades de este grupo de delincuentes que, si bien lo encuentro parecido a muchos otros grupos, está de moda, es un grupo de mucho poder y que no teme exhibirse, es un grupo que disfruta ser evidente y, con esto, crea un nuevo perfil. Un nuevo perfil que puede rayar en la locura o en el control absoluto del espacio donde se mueven. Con esto quiero decir que controlan al gobierno, a las instituciones encargadas de administrar justicia. Imponen su forma de ser a la sociedad que los rodea; una sociedad que, en gran parte, pasa a depender de ellos, pues se trata de un grupo que invierte en mejorar la calidad de vida de las sociedades y de los grupos sociales que los contienen… yo creo que he señalado alguno de esos puntos en mis novelas y creo que a partir de eso un día me pusieron esa calificación.

Élmer Mendoza

 

¿Nuestra sociedad se está familiarizando cada vez más con la figura del sicario? 

Creo que todavía no. Los ajustes de cuentas, tan típicos en el mundo de las mafias, no se han extendido tanto como para que veamos tipos asesinados así todos los días. Me parece que son fenómenos todavía poco desarrollados en nuestra sociedad. Pero indudablemente que cuanto más haya mafias, como las de los narcotraficantes, la figura del sicario se va a convertir en algo común.

Sergio Olguín

 

En el ´76, los militares terminaron siendo el brazo armado de un poder en las sombras. ¿Qué poder tiene el narcotráfico, hoy, en Argentina?; ¿cómo se mide ese poder?

Los militares no terminaron siendo el brazo armado de un poder en las sombras, siempre lo fueron. En la dictadura de Videla y sus secuaces, ese poder fue cuando estuvo más desembozado, lo representaba Martínez de Hoz, que era el verdadero patrón, las fuerzas armadas eran en realidad sus gendarmes.

En cuanto al narcotráfico, no se pude hacer un análisis del tema si no se lo toma en términos globales. El conocido capo brasilero Marcos Camacho “Marcola”, habla de las organizaciones narcotraficantes como “las multinacionales de la droga”. Es decir que se trata de corporaciones criminales que, en muchos casos tiene más recursos y más presupuesto que muchos países, incluida Argentina. El dinero del narcotráfico es de tal volumen que puede comprar gobiernos enteros, funcionarios de todos los niveles y militares de todo el escalafón. Los países centrales pretenden tratar el problema con el concepto de “guerra” que los Estados Unidos le exportan a todo el mundo. Hasta ahora, la guerra contra el narcotráfico lo único que consigue es sostener el negocio y aumentar los precios. De modo que a la pregunta ¿que poder tiene el narcotráfico hoy en Argentina? La respuesta es: el que quiere tener, cuando quiera tener más, lo tendrá. ¿Cómo se mide? El poder del narcotráfico puede medirse por los muertos que va dejando, comparados con México, Bolivia y Perú, vamos bastante bien, pero esto puede cambiar de la noche a la mañana, porque los narcos migran con mucha facilidad, como fueron los casos de Colombia o de Afganistán. La Argentina como nación y como poder político global puede hacer muy poco para contener la conquista y colonización que las empresas del narcotráfico hacen en todo el mundo, y, lo poco que podría hacer, no lo hace.

Ernesto Mallo

 

Hay un punto interesante en la novela que es el rol de los Estados Unidos en el nacimiento del narcotráfico.  Porque siempre se lo toma en la ficción como la víctima, como el receptor. Se plantea al narcotráfico como una ideología antiimperialista, pero nunca se planteó el rol del imperio en el incentivo del nacimiento.

Nunca se planteó porque todo lo escrito se hizo desde el punto de vista americano.  Desde el punto de vista mexicano, siempre hemos dicho que son los fundadores y culpables. Sí, Estados Unidos es muy importante; incentivó, permitió que creciera y que, aún hoy, siga existiendo esta realidad por una simple razón: hay mucho dinero de por medio.

Existe un dato que es el símbolo perfecto para saber qué tan involucrado está Estados Unidos; ustedes ven las noticias y siempre se agarran a los capos de los carteles del narcotráfico de la frontera mexicana para abajo, siempre, nunca han agarrado a un capo de Estados Unidos. Son millones de dólares que ingresan por la droga y ese dinero queda ahí, no se regresa para Colombia ni para México, se queda en Estados Unidos. El narcotráfico existe porque a Estados Unidos le conviene que exista y ese es uno de los principales factores que traté de retratar en la novela, indicar que, a fin de cuentas, es el socio del narcotráfico.

Esa era la preguntara que se repetía a lo largo de la investigación y con las personas que entrevistaba: la droga llegaba a la frontera y en la frontera se entregaba. De ahí desaparecía, nadie sabía qué pasaba, pero a la semana se estaba vendiendo en las calles de Nueva York.

Lo primero que me pregunté es quién la llevaba desde la frontera hasta Nueva York… ¿Coca Cola, Walmart…? O sea, tienen el mejor sistema de distribución que hay.

En México a cada rato agarran camiones con droga, pero ¿por qué en Estados Unidos no agarran un camión con drogas, cómo la llevan de un lugar a otro?

F.G.Haghenbeck.

 

…Yo pensaría que todas esas manifestaciones de opulencias, definitivamente pueden llegar a generar un malestar, pueden llegar a generar, situaciones como la de este secuestro. Era raro ver esta manifestación de opulencia, porque si bien Medellín siempre fue una ciudad de contrastes y de gente muy adinerada, por la misma industria que se generaba allí, yo sentía que la sociedad, en esa época, tenía una tendencia a ver la opulencia con ojos críticos; de hecho, quien disponía de un buen pasar trataba de vivir con cierta discreción; aquella época era muy diferente. La ciudad cambió, radicalmente, muy pocos años después. Con la llegada del narcotráfico, esa opulencia sí se mostró de una manera desenfrenada y tenía además una doble intención; era como querer retar a la clase alta con esas nuevas fortunas que surgían del narcotráfico y había, también, una intención de demostrar, sobre todo a la clase más humilde, más baja, que eso era fácil conseguirlo, como mostrando que “esto lo puedes conseguir si quieres ser parte de este mundo”. Eso fue algo nefasto que todavía perdura en la mentalidad nuestra, porque es la mentalidad del “dinero fácil”, que fue un poco el efecto de esa opulencia. En el caso de don Diego, sí, se miraba un poco, tal vez, con cierto resquemor pero, yo creo que… – en este momento se me acaba de ocurrir- él invirtió esa fortuna en cultura y en obras sociales y, a lo mejor lo hacía de corazón, o tal vez tenía que ver con algún grado de culpa por vivir de un modo tan irreal, de vivir en ese otro extremo; a lo mejor la culpa lo impulsó a querer compensar un poco esa diferencia social que marcaba aquel estilo de vida que él llevaba.

Jorge Franco

 

Pobreza, prostitución y narcotráfico. ¿En qué medida se conectan estas realidades de cara al poder político y al poder real?

Desaparición habla de pobreza, prostitución y narcotráfico, es verdad. Y trata de reunir estos temas en espacios como La Luz, que es un bar de lenocinio, o La torre de marfil, que es un edificio a punto de caer donde quieren guarecerse los personajes. Tales metáforas, entre otras de la novela, son para mí las metáforas justas para Colombia. Lugares de encuentro literario de personajes en condiciones extremas. En una escena en La Luz, dos magistrados de la Corte Suprema de Justicia “alternan” (como se dice en el argot de los prostíbulos) con dos prostitutas que intentan mantenerse a flote con su trabajo. Lo simbólico —además de la recreación del reflejo entre los dos grupos— es que en un momento dado todos se identifican con una frase del magistrado Alfonso Reyes a propósito de su trabajo como presidente de la Corte Suprema de Justicia: “Es un trabajo difícil… Peligroso, sobre todo. ¿Importante? No sé”. “—Este también lo es”, agrega el personaje principal de Desaparición a propósito de su ocupación de trabajadora sexual (otro eufemismo de la civilización). Para mí, la duda iluminada del magistrado al decir que no sabe si su trabajo es importante o no revela la oscuridad más siniestra de nuestra historia nacional. Ni siquiera el presidente de la Corte Suprema de Justicia sabe si su trabajo es importante. La identidad que deriva de esto entre ambos discursos —el del magistrado y el de la prostituta— es entonces un testimonio literario de la realidad del poder. Magistrados o prostitutas desconocen el valor de su trabajo. Solo viven su cuota de vulnerabilidad en realidades como la del narcotráfico. Sus acciones solo hacen parte del maremágnum del poder que no les pertenece. Así, por un instante, las divisiones sociales, económicas, políticas o de género se difuminan para ilustrar lo que Jacques Derrida llamaría los efectos de un Estado Canalla. ¿Y cuál no lo es?

En el marco temporal de la novela y enfocando aquel contexto social, quisiera preguntarte,  ¿qué consenso alcanzó la guerrilla en los sectores más postergados y desprotegidos de Colombia y, qué adhesión cosechó Pablo Escobar, en esa misma franja?; si mal no recuerdo, García Márquez habría reconocido algunos méritos en la figura de Escobar, ¿estoy en lo cierto?

La guerrilla tuvo asidero en la población colombiana. Maquetalia (un proyecto de repúblicas independientes) no fue solo fruto del poder de las armas. La gente creyó en un modelo político por fuera de los eternos partidos, corruptos y estériles. Sobre todo en el campo, muchos confiaron en esta vía. Si la revolución cubana había tenido éxito y las revoluciones centroamericanas podían triunfar, lógico era iniciar un cambio en Colombia. Por su parte, el narcotráfico, con todo y su violencia, tampoco avanzó al margen de la gente. Pablo Escobar hizo presencia allí donde el Estado faltaba. Gracias a él muchos pudieron tener agua potable, un parque o una casa. Varios de los beneficiados por su generosidad le dejan hoy una vela en la tumba por el favor recibido. Por él, el cementerio de Montesacro es lugar de peregrinaje. Ambas “iniciativas” pusieron en tela de juicio un modelo político con boquetes inmensos de injusticia. La realidad era entonces más amplia que los discursos políticos y estos no fueron exactamente un embudo. Un gobierno legítimo hubiera encauzado estos fenómenos hacia una reforma del Estado, asimilando las nuevas fuerzas. Como había sucedido en otros países, ese pudo ser el momento para ampliar lo que se consideraba la democracia. No obstante, el dominio de Estados Unidos en la zona, la paranoia de los militares frente al comunismo, la incompetencia de la guerrilla para concretar su propuesta y una burguesía tradicionalmente estúpida, sin más interés que su ganancia inmediata, llevaron a esta guerra incruenta que desde entonces no se detiene en Colombia. El resultado son casi seis millones de víctimas, contadas solo desde los años ochenta del siglo anterior y en peligro de aumentar en este. Cada uno de los poderes en conflicto encontró su respectiva mina y ya nadie pudo contenerlos. Presidentes como Guillermo León Valencia, Virgilio Barco o Andrés Pastrana brillaron por su incompetencia; Alfonso López Michelsen, César Gaviria o Álvaro Uribe sirvieron de estrategas del sistema excluyente y corrupto y aseguraron su permanencia. Mi novela Desaparición indaga en esta cloaca y trata de reconocer, allí en la inmundicia, el valor supremo de la libertad.

¿Qué errores habría cometido el poder político, en su enfrentamiento con el narcotráfico y, qué nivel de connivencia debería reconocerse entre las instituciones del Estado y el cártel de la droga durante los años ´80 y ´90?

Dudo que en esa época haya habido un “enfrentamiento” con el narcotráfico. Hasta que Estados Unidos se dio cuenta de la cantidad de dinero que se le salía de sus fronteras, el narcotráfico no fue un problema. Los narcotraficantes eran aceptados socialmente y poco a poco adquirían un lugar en la sociedad. Los políticos de todos los pelambres se aliaban con ellos. Los presidentes escuchaban sus propuestas. Carlos Lehder y Pablo Escobar buscaron pagar la deuda externa y López Michelsen y Belisario Betancur (el presidente de Desaparición) rechazaron la oferta. El Estado mismo no podía convertirse en un estado narcotraficante, dijeron. De nuevo estaban de por medio las apariencias: era mejor la ropa íntima a nada. Con decisiones como esta Colombia se volvió el campo de sangre que es hasta hoy en día. Su “dignidad” civil le ha costado todos esos muertos que a Estados Unidos le tienen sin ningún cuidado. Lehder y Escobar pasaron a la historia como delincuentes y no como nacionalistas con un proyecto para el país. La Independencia es una palabra del siglo XIX. El Fondo Monetario Internacional cuenta con deudas irredimibles que no tienen qué ver con ella. No quiere que a un Estado le dé por volverse autónomo, pues se le acaba el negocio. En general, el sistema financiero es el gran intelectual del capitalismo y también prefiere la sangre a la disminución de réditos. Poco a poco se fue consolidando entonces el camino más lógico para el orden internacional: asegurar el capital donde siempre había estado y perseguir por todos los medios posibles cualquier fuga. Manuel Antonio Noriega fue detenido en Estados Unidos, se inició el Plan Colombia como estrategia contra el comercio de drogas y los narcotraficantes empezaron a acordar sus penas con el gobierno norteamericano devolviendo dinero o revelando rutas. Las famosas “instituciones” que preservó Betancur en 1985 se permearon con lo que quedaba del negocio en Colombia y la guerra se consolidó como mecanismo efectivo de división de beneficios entre los distintos sectores de poder. Al respecto no puedo dejar de pensar en un paralelo histórico: España se enriqueció con la Conquista; Portugal, Inglaterra o Francia con la piratería o el comercio de esclavos; Estados Unidos con la expoliación del patio de atrás. A Colombia se le apareció un negocio como esos, pero los imperios defienden su poder frente a las colonias periféricas. De ellas viven. Lo de la Independencia, de nuevo, es parte de la historia occidental y se queda en el siglo XIX. Puro romanticismo. Si no pueden jugar en las grandes ligas, las ex colonias deben conservar su puesto en la categoría de las pequeñas. Carecen de las armas necesarias para subir de categoría. Con ellas, hasta última instancia griegos y romanos controlaron sus territorios, como Francia e Inglaterra en África y Asia. En el Norte de Europa se acumula el gran capital y Estados Unidos o Israel sí saben de armas. ¿Quién quiere a alguien más en el juego del dinero occidental?

Gustavo Forero Quintero.

 

¿Cómo continúa la estructura del narcotráfico en Colombia luego de la muerte de Escobar?

Cambian muy radicalmente. Los años que obsesionan a mis personajes, que son los años 80 cuando Escobar le declaró esta especie de guerra a Bogotá, la violencia del narcoterrorismo en esos años estaba ligada a su figura. Muerto Escobar esa guerra contra los civiles desapareció. A partir de la muerte de Escobar, los carteles colombianos se atomizaron, hay muchos grupúsculos distintos que siguen con el negocio; lo más interesante y a la vez preocupante es que el negocio se convirtió en la principal fuente de financiación de todos los ejércitos ilegales de la guerrilla, de La FARC, de los militares de extrema derecha…todos están financiados por la misma fuentes de ingresos que es el narcotráfico. Y nuestro principal problema social que es el desplazamiento de campesinos expulsados de sus tierras es una consecuencia de eso, porque las tierras se convierten en objeto de disputa entre narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros por el control de la tierra en donde se cultiva la droga, entonces sigue siendo un factor de desorden tremendo.

En Argentina estuvimos discutiendo hace poco el tema de la legalización de la droga. ¿Qué postura tenés al respecto?

Soy un defensor muy radical y muy convencido de la legalización. Creo que no sólo tenemos el caso probeta de la legalización del alcohol en los Estados Unidos donde se ve precisamente cuál es la consecuencia de la prohibición, que es la generación de las mafias, la corrupción; la inmensa capacidad de violencia es una consecuente de la prohibición que genera estos niveles de riqueza tan monstruosos. Exactamente lo mismo sucede en el mundo de las drogas.

Toda la gente que ha estudiado el tema ha demostrado que no ha habido sociedades libres de drogas, todas las sociedades humanas han consumido drogas. Si uno se fija en la historia americana en los años 60 ya se estaba consumiendo marihuana de una manera masiva pero solo a partir de la guerra contra las drogas que comienza Nixon en el 71, solo a partir de todas las estrategias de la prohibición se producen más mafias. Las mafias son una consecuencia y la legalización seria una forma de quitarles el poder inmenso que tienen.

¿Qué opinión te merece entonces la postura de Uribe?

Siempre he sido muy crítico del gobierno de Uribe, creo que es un gobierno que ha implicado para Colombia una regresión violenta en términos de derechos civiles, de libertades individuales. Es un gobierno que borroneó la división entre Iglesia y Estado, que dejo que sus políticas se contaminaran de un puritanismo que llegó a ser omnipresente en la administración Uribe. Una de sus decisiones más controvertidas fue la penalización de la dosis mínima, es decir, tratar al consumidor ocasional de marihuana como a un criminal. Me parece que es un grave error, la droga tiene que volver a ser una cuestión de libertad individual y un problema de salud pública; no un problema policial, ni militar. La mafia, el terrorismo y la corrupción si son problemas de orden público pero hay que separar las dos cosas. Como reza el título de un libro muy interesante sobre el tema: Vicios no son crímenes.

Juan Gabriel Vázquez

Sobre El Autor

Portal Digital de Cultura y Arte que incluye en sus secciones el material de Revista Seda, dedicada a los estudios asiáticos; de Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Género Negro y Criminal y del Encuentro Internacional de Literatura Fantástica.

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