Tiempo de la palabra y de la muerte

Cuatro años pasaron ya desde el inesperado y repentino fallecimiento de Liliana Bodoc. Cuando partió, le faltaban apenas unos meses para llegar a los 60, y estaba en un momento muy activo de su carrera: no solo publicó mucho durante sus últimos años, sino que también gozaba de reconocimiento y se la veía hacer frecuentes apariciones públicas, en conferencias y entrevistas.

Fue en el transcurso de esos últimos años que la autora se dedicó a su última saga de fantasía épica, Tiempo de dragones. El primer libro, La profecía imperfecta, salió publicado en 2015, y dos años más tarde Bodoc publicaba el segundo, El elegido en su soledad. En aquellas primeras dos entregas, revisitaba desde otro punto de vista, y con una visible mayor madurez creativa, la idea de narrar en clave de fantasía la relación entre América y Europa en tiempos de la conquista. 

Para quien no haya visitado los tomos anteriores, Tiempo de dragones ofrece una perspectiva mucho más explícitamente brutal comparada con la que se encuentra en Saga de los confines. Ya desde el propio comienzo de La profecía imperfecta esto queda de manifiesto: el capítulo que inaugura la saga narra cómo un grupo de monjes condenados a morir inventan, en la amargura de su última borrachera, una profecía para minar el poder que propició su caída. A la mañana siguiente todos son masacrados sin piedad, menos el más joven y bello, que se quita la vida para escapar a un último ultraje.

La narración, en comparación con Saga de los confines, también es más concentrada: no ofrece la perspectiva de diferentes culturas a lo largo y ancho de un continente gigantesco, sino prácticamente una historia de dos ciudades, con pocas salidas a las inmediaciones de ambos espacios. Los pueblos narrados son más acotados, y los espacios también. La estructura del relato en aquellos dos tomos, para quienes no lo hayan leído, también es bastante distinta: no es lineal, y la materia narrada, se entrevé, tampoco.

Según nos cuentan en el prólogo a Las crónicas del mundo Galileo y Romina Bodoc, el proyecto originalmente estaba pensado para ser una tetralogía. Cuando los hermanos se vieron frente a la difícil tarea de buscar un cierre para la obra inconclusa de su madre, sin embargo, decidieron fundir aquel tramo final en un único volumen, que es el que aquí nos ocupa.

No se estila hablar en reseñas de experiencias personales de lectura, y en general se finge una asepsia que la literatura nunca tiene (y el lector de este tipo de notas finge creerla, o se dedica a buscar el cuerpo del crítico en los intersticios), pero en este caso considero que es un gesto de honestidad intelectual hacerlo: me tocó leer Las crónicas del mundo entre los últimos días de vida de mi madre y los primeros de la mía sin ella. Y hay algo muy movilizante en leer un libro que está tan íntimamente atravesado por la pérdida y el peso de un legado, como lo está este, mientras se vivencia una experiencia tan íntima e intransferible como lo es la última despedida, la orfandad completa y el duelo.

Todo el relato está surcado por la experiencia de la pérdida, necesaria como sacrificio para ocupar el propio lugar en el Mundo. “Un mundo sin madre es siempre un mundo más triste”, reflexiona uno de los personajes principales sobre el final del libro.

Pero esto está presente desde el mismo comienzo de la lectura. Las palabras preliminares que escribieron los dos hermanos para encabezar esta edición no tienen la solemnidad intrascendente ni la extensión artificialmente estirada con banalidades que suelen encontrarse en los prólogos de obras literarias. Al contrario, son apenas dos páginas, que van al hueso y son cruciales como bisagra entre lo que antecede en la saga y lo que está por comenzar: “lejos de intentar borrar lo roto con una costura invisible”, escriben allí, “se lo integra en el corazón del relato como un elemento necesario”.

El tiempo no lineal, la coralidad de la palabra, la muerte y las formas en las que estas tres cosas pueden entretejerse de las formas más enrevesadas (y creativas) son, entonces, ejes centrales en esta obra, y se integran bien con las huellas formales de la operación de escritura: una lectura atenta puede muchas veces adivinar cambios de mano en el libro. Se dejan ver por aquí la destreza inconfundible de Liliana para hilvanar historias con una poética personalísima, por allí otra voz más analítica que se asoma a Mérec y a Terentigani desde los conceptos y las categorías del presente, y por allá otra más lírica, menos preocupada por los ritmos del relato que por las resonancias de la palabra.

Muchas veces, sin embargo, las tres se mezclan y son todas y ninguna a la vez. Y nos quedamos afuera del tiempo, transitando, como algunos personajes, los caminos fuera del tiempo (la Caña) de nuestro lado del papel.

La estructura de este tercer tomo tan peculiar no es lineal tampoco, e intercala temporalidades diversas, pero sí ordena una línea de sucesos sin entrar en una complejidad tan calculada y con giros tan cerrados como la de lo que antecede. Todo se ordena, en última instancia, en torno a un final, y el paso, si bien más convencional que en los dos libros anteriores, no pierde dinamismo.

La culminación tematiza directamente el problema de narrar lo que alguien más comenzó, de una forma tan orgánica al relato que resulta difícil pensar cómo Tiempo de dragones podría haberse escrito de otro modo. Ese es, quizás, el mayor de los logros y de los méritos de esta novela: traer a este plano de lo real la ilusión de que las cosas se ordenan en torno a un deber ser, y de que la muerte no es sino una ubicación en la trama del tiempo, una en la que la vida tiene el mismo valor y el mismo peso. La de que, desde alguna perspectiva, aquel tiempo de los abrazos es también el presente.

 

Liliana Bodoc, Galileo Bodoc y Romina Bodoc, Las crónicas del mundo (Tiempo de dragones, 3); Plaza & Janes; 2022. 496 páginas.

Sobre El Autor

Guadalupe Campos Battilana es Lic. en Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde está realizando sus estudios doctorales. Ha trabajado como docente y como correctora en diversos contextos, y lleva publicados relatos y dos novelas. Actualmente co-dirige la editorial Altertopia, especializada en fantasía, ciencia ficción y terror. También es parte de la banda de rock alternativo Symploké.

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