BAFICI en el Delta Panorámico

El más reciente volumen de cuentos de Marcelo Cohen se presenta casi como una
continuación de La calle de los cines (2017). En ese libro, ante la desidia y el desprecio en el que
habría caído el arte cinematográfico, un amante del cine cuenta 18 películas que vio en la Isla
Onzena, parte del Delta Panorámico donde hace dos décadas transcurre la narrativa de Cohen. Este
Delta de ciencia ficción, con ciborgues y otra parafernalia cyberpunk, no pretende ser un cosmos
definido, con un mapa y fronteras claras, sino que allí las islas y las sociedades proliferan como
camalotes, con historias llenas de lagunas que pueden permanecer ocultas o ser exploradas en libros
sucesivos. Un lector que se acerque por primera vez al Delta en Llanto verde acaso se sienta
desorientado, pero a no asustarse: el caos fluvial es parte del chiste.

Llanto verde nos trae once “películas” más, ahora no limitadas a la Isla Onzena (que igual
hace dos contribuciones a la cartelera), sino pertenecientes a todo el Delta. La idea de “contar”
filmes implica una especie de écfrasis, poner figuras visuales en palabras, claro que en movimiento:
si Homero narraba el escudo imposible de Aquiles, un escritor moderno puede hacer lo propio con
los veinticuatro cuadros por segundo de una película imaginaria. En la práctica esto podría
plasmarse en diferentes estrategias: una escritura despojada que imite un guión cinematográfico;
privilegiar el diálogo sobre los demás recursos (a la manera de “Los asesinos” de Hemmingway);
contar argumentos resumidos, como hiciera Manuel Puig en El beso de la mujer araña; o detenerse
minuciosamente en el trabajo de cámara, con muchas descripciones de la iluminación y el encuadre;
todas las anteriores, o ninguna.

Salvo lo del diálogo, Cohen empleará todos estos recursos, y varios otros: los cuentos varían
ampliamente en la temática a la vez que en los recursos formales. No se trata, por lo general, de los
arquetipos de Hollywood (el western, el policial, la comedia romántica), sino de relatos más
cercanos al cine experimental, como muestran algunos de los subtítulos: “Un filme sobre la
flexibilidad de los animales”, “Un vaticinio especulativo”, “Un mediometraje sobre las vivencias de
un plomero”. En ese sentido, podría hablarse de un festival de cine alternativo, una especie de
BAFICI en el Delta Panorámico.

Las “películas” abarcan una gran variedad de géneros: “De la mañana a la noche”, la más
cyberpunk del conjunto, narra la jornada de un “emisario” de una secta extraña, que incluye cobros
bancarios y ejecuciones sumarias. “El clavadista” y “Bacterial” tratan sobre artistas singulares, el
primero más bien conceptual, y el segundo un pintor que trabaja con colonias de bacterias y así
logra generar cuadros “vivos”; el desenlace tiene un guiño a “El retrato de Dorian Grey” de Wilde.
“El libro que atrapaba” narra con tonos macondianos la historia de un caudillo abatido por una
novela; “Salvamento” habla del vínculo entre una niña con un impedimento de habla y su padre
poeta, quien desaparece inexplicablemente; “Llanto verde”, que le da título al conjunto, narra el
encuentro fortuito de seis personas en un claro de bosque en una isla marginal y poco habitada.
Algunos cuentos aluden explícitamente a recursos cinematográficos, como “Día y medio,
más o menos”, que trata de una mujer gravemente enferma y el joven a cargo de cuidarla, donde se contrasta el tempo de la película y el de los acontecimientos (“El filme deja que las horas reales se
desvanezcan en este ir y venir”, señala en un momento), y Cohen incluso se da el gusto de hacer
que los personajes miren otra película, que también es narrada (idéntico procedimiento encontramos
en “Cómo fuimos”). En otros, en cambio, el aspecto cinematográfico está bastante más atenuado,
como en “Rubí y el Lago Danzante”, relato inaugural, sobre el destino del perro de una familia en
una sociedad donde no está permitido tener mascotas. Aquí es el contexto del libro el que permite
imaginarlo como una película, más que recursos puntuales.

Es posible advertir una tensión entre el concepto de cuentos-como-películas y su forma
libresca, que a fin de cuentas estén hechos de palabras y no material fílmico. Quizá los dos que
mejor lo exponen son el tercero, “El ermitaño y la mundana”, y el noveno, “La ciudad y el
corazón”, por el simple hecho de que a diferencia de los demás cuentos están escritos en verso, no
en prosa. Esto genera un ritmo distinto y una mayor atención a las palabras; acaso Cohen tenga en
mente una analogía cinematográfica específica pero no es fácil determinarla, ya que los dos cuentos
no tienen mucho más en común que los versos. El primero narra el encuentro entre un hombre que
se fue a vivir a las montañas luego de salir de la cárcel (donde fue a parar luego de que varias
personas murieran en un local de su propiedad) y una mujer que llega a su refugio huyendo de
deudas; tanto la trama como el paisaje responden a arquetipos conocidos y bien manejados.
En cambio, “La ciudad y el corazón”, descrita como un “mediometraje”, no es tan fácil de
imaginar visualmente, aunque eso mismo lo vuelve mucho más interesante. Comienza con una
enumeración retórica digna de un filme de propaganda irónica (“Tenemos dinero en salmoneda o
tárbits / y falta de dinero, tenemos hojaldros de praliné, higos / trisabor…”), para dar paso a la
crónica paralela de una ciudad y el devenir de un corazón. Esto último no es una metáfora: se trata
del órgano que bombea la sangre en el cuerpo de un plomero: “El corazón / rojo-azul-morado, higo
invertido, consecuente impulsor / de empresas, garante del pensamiento y los apetitos / y la
calma…”. Durante mucho tiempo trabaja con regularidad hasta que, como todo órgano, empieza a
fallar, y los versos van narrando los esfuerzos por mantenerse vivo (esfuerzos ajenos, ya que se
materializa un catéter, y la propia lucha del corazón).

Este cuento es el más lírico del conjunto y, al menos para quien escribe, también el más
poderoso, pero salvo que estuviera en manos de un director tan imaginativo como competente es
probable que fuera una película algo tediosa. Pero una de la posibilidades más interesantes de la
écfrasis, pensada en sentido amplio como la descripción de una obra en un medio distinto, es la de
explotar los límites de ese medio a través de la narración o la descripción. Ya hablamos del escudo
de Aquiles, también podemos mencionar la famosa sonata de Vinteuil, que solo conocemos por las
descripciones de Proust, o los poemas conceptuales de Cesárea Tinajero, de los cuales Roberto
Bolaño nos da un ejemplo aislado, quizá deliberadamente decepcionante. Del mismo modo, las
“películas” de Marcelo Cohen solo pueden existir como cuentos, como entidades textuales. Sería
injusto decir que los relatos más “cinematográficos” sean los menos memorables (“Llanto verde”,
que podría ser la base de un buen guión, es un cuento muy efectivo), pero no cabe duda de que las
mejores piezas son las que abrazan ese malentendido y lo convierten en su razón de ser.

 

Marcelo Cohen, Llanto verde, Editorial Sigilo, 288 páginas. Cuentos.

Sobre El Autor

Nacido en San José, Costa Rica, el 14 de marzo de 1989, desde el 2007 vive en Argentina. Publicó Libro apócrifo de Samuel y otros poemas en la editorial Caleta Olivia – Rangún, y tradujo El matrimonio del cielo y el infierno y varios poemas de William Blake para Colihue.

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