Una casita en medio del desierto

En la terminal de autobuses de Gangnam, un hombre de cuarenta y cuatro años con apenas un puñado de wones entre las manos nos cuenta que su día a día es un desierto; abandonó su pueblo y su pasado por razones que ni él mismo entiende del todo, y ahora construye una casita bajo el sol abrasador. El desierto se llama Seúl, adonde llegó en busca de soledad y un trabajo en el que no tenga que relacionarse con nadie ni verse obligado a sonreír. Como los personajes de Balzac, sabe que no hay mejor lugar para perderse que la gran ciudad.

Intrusos, la última novela publicada por Hwarang, editorial especializada en literatura coreana, lleva de epígrafe una frase de la película Carlito’s Way: “De algún modo, solo terminas donde estás”. De inmediato nos encontramos en el universo específico de la novela negra; más aún, en el relato del viejo criminal que busca dejar el oficio, aunque semejante tentativa no puede salir mejor que la de un héroe griego que huye de las Moiras.

En un primer momento, el protagonista sin nombre (a quien llamaremos Haengun-dong, al igual que sus colegas, por el barrio donde trabajará) obtiene su deseo: vive de entregar paquetes y sus días se consumen en la fatiga y la monotonía. El azar, sin embargo, pone en su camino personas de todas las esferas de la sociedad coreana, desde mendigos a magnates, que invariablemente sospechan que hay algo raro detrás de esa fachada de simple repartidor construida con tanto esmero.

Jung da muestras de virtuosismo en el mosaico de personajes que construye: un repartidor que se toma su trabajo como la seriedad de un monje budista; la hija deprimida de uno de los hombres más ricos del país, cuyo marido suicida tenía el mismo rostro de Haengun-dong; un linyera que ofrece agua para que la gente se lave las manos; la travesti que atiende en el bar Cocaína; un famoso economista que decide arbitrariamente darle clases sobre Adam Smith a Haengun-dong. El género policial como prisma los vuelve a todos inmediatamente comprensibles.

Si algo puede reprocharse a Intrusos es un aire de excesiva literaturiedad. Haengun-dong empieza la novela citando a Bukowski y lee constantemente para entretener su soledad; las conversaciones aparecen salpicadas de referencias literarias que son otros tantos guiños al lector. De hecho, la tensión entre Haengun-dong y los demás puede explicarse tanto por su falta de interés visible en lo que pasa a su alrededor (lo dijo René Girard: un personaje que no desea es un ser monstruoso) como por su carácter libresco: por momentos no se sabe si es un mafioso o actúa de mafioso.

El pasado del narrador, al que se alude sin describirlo a fondo, se erige como un espectro que ronda el presente y Jung, de manera sagaz, deja que un manto de sombras cubra esa vida de hipotética violencia. Sabe que trabaja con un arquetipo, y que el lector puede proyectar escenas tomadas de otras novelas y películas, desde El halcón maltés a Buenos muchachos a Sonatina; el crimen, como las empresas repartidoras, es más o menos lo mismo en todas partes, sea la cosa nostra o el cartel de Medellín. El verdadero juego, el verdadero enigma, transcurre en otro plano: se trata de ver quién pestañea primero, el autor o el lector.

Lo único que sabemos de Haengun-dong es que está huyendo, que no quiere que lo molesten y que le gusta leer; el hecho de que sea un hombre relativamente culto en un contexto lumpen puede resultar enigmático. Pero conviene recordar que el arquetipo del policial es Auguste Dupin, el hombre culto que ingresa en el mundo del crimen, y que cierta relación con la alta cultura es constitutiva del investigador privado incluso en el hardboiled norteamericano (del que Intrusos es un descendiente confeso), como es el caso de Philip Marlowe. La exterioridad, más que la inteligencia, es la clave del personaje: Haengun-dong percibe a los demás personajes como intrusos en su vida, pero en el fondo el único intruso es él.

Claro que Haengun-dong no es el detective sino, en principio, un criminal, aunque no lo vemos cometer ningún crimen. Tampoco vemos que investigue, aunque su perfecta indiferencia resulta un imán para las confesiones de los demás. Intrusos sería una especie híbrida de policial, donde los tropos del género cobran autonomía e impulsan la trama sin necesidad del combustible que tradicionalmente supondría un crimen concreto a investigar. Y así como refleja y distorsiona las expectativas de los otros personajes, sin hacerse responsable por ellas, Haengun-dong (a quien, nos enteramos eventualmente, un antiguo jefe llamaba K.) mira irónico al lector, desafiándolo a inventar un pasado.

Sobre El Autor

Nacido en San José, Costa Rica, el 14 de marzo de 1989, desde el 2007 vive en Argentina. Publicó Libro apócrifo de Samuel y otros poemas en la editorial Caleta Olivia – Rangún, y tradujo El matrimonio del cielo y el infierno y varios poemas de William Blake para Colihue.

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