En el medio de una partida de ajedrez en un bar El Tábano, el juez Belisario Guzmán rememora una investigación de la que le tocó ser parte.

Un crimen producido durante la representación de ciertos pasajes de la biblia durante Semana Santa en Mina Clavero. La víctima: Judas. Y no. No se ahorcó. Tiene un punzón clavado en el pecho.

Todos los actores son sospechosos. Una historia de un cuarto cerrado que deviene demasiado grande y sobrepoblado.

Yudicello apuesta por una historia de policial corte clásico a la que le aporta ironía y humor.


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Para empezar me gustaría que habláramos del origen de “Judas no siempre se ahorca” y de su proceso de escritura.

Hay un origen remoto y otro inmediato; en ambos, lo lúdico tiene un papel preponderante. Hace ya unos cuantos años, discutíamos con Alejandro González Foerster, un amigo escritor, acerca de los alcances y profundidad del género policial. Yo era más bien crítico, por lo que Alejandro, un devoto del género, me sacudió con la maligna chicana de que un tipo como yo, descendiente de italianos y por tanto emotivo y sentimental, no podía trabajar un género tan riguroso. Como respuesta a ello, escribí un cuento que se llamó “Así jugaba el comisario Cabrera”, donde ya están presentes no sólo el ex juez Belisario Guzmán sino casi todos los personajes que en “Judas…” ofician como una suerte de polémicos narradores auxiliares. Alejandro se entusiasmó con el relato y sus personajes y, a los pocos días, me sorprendió con varios argumentos de cuentos en que participaban estos personajes. De ahí en más, mientras íbamos a jugar al fútbol o cenábamos juntos, entre broma y broma fue surgiendo el libro a dos manos “Las partidas del juez Belisario Guzmán”, publicado en Barcelona por la editorial Libros en Red. El origen inmediato, en tanto, remite a mi participación en un espectáculo que se hacía en Mina Clavero para Semana Santa, donde los actores éramos los mismos habitantes de esa localidad y de la localidad contigua, Villa Cura Brochero, donde vivo desde hace casi 23 años. En ese espectáculo fui, alternativa o simultáneamente, rey mago, pastor hebreo, San José, apóstol, etc., por lo que pude apreciar la obra desde los más diversos ángulos. En alguna de estas ocasiones, se me ocurrió pensar qué pasaría si a Judas lo asesinaran en plena obra, en la que estábamos todos caracterizados y participábamos decenas de vecinos, por lo que habría una enorme cantidad de sospechosos.

La novela de enigma, en términos de producción, es un género poco frecuentado en estos días.  ¿Me gustaría saber qué te llevó a incursionar en dicho género? ¿El tono paródico te permitió una mayor libertad que trabajarlo con un tono más solemne?

En tu pregunta hay, en realidad, una afirmación que no comparto del todo y dos preguntas. Respecto a que la novela enigma es poco frecuentada en la actualidad, creo que no es del todo cierto, aunque sí lo fue en las décadas del 60 y del 70, cuando la brutalidad de las dictaduras que proliferaron en Latinoamérica encontraron en la novela “negra” un vehículo idóneo para denunciar al asesino serial más cínico y despiadado: el Estado salido de madre. Pero de los ochenta en adelante, la producción se diversificó y, para graficar esto, creo que basta con mencionar algunos títulos, como “Crímenes imperceptibles”, de Guillermo Martínez, donde,  más allá de la negrura de algunos pasajes, hay enigma, lógica y matemáticas; “Filosofía y Letras”, de Pablo de Santis, que es un policial con elementos tomados de la literatura fantástica;  “Un corazón en la planta del pie”, de Fernando López, que al igual que obras recientes de otros autores, introduce  la ciencia ficción en el policial argentino o “Kryptonita”, donde Leo Oyola tiene la ocurrencia de meter a Superman en una villa del conurbano bonaerense.

Respecto a las preguntas, pienso que de alguna manera están respondidas al comentarte cómo nació el personaje, pero por otra parte confieso haber sido muy entusiasta del famoso padre Brown, de Chesterton, y sus maravillosos relatos metafísico-paródicos, y también, aunque no tenga nada de policial, del Don Camilo de Giovanni Guareschi. Además, no olvidemos que en Argentina hemos tenido expresiones como “Rosaura a las diez “, de Marcos Denevi, o al Isidro Parodi, de Bustos Domecq (Borges-Bioy).

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Me gustaría hablar del humor y la ironía, aspectos fundamentales de la historia. ¿Creés que esa fue la manera de apropiarte -y de argentinizar, por qué no- un género tan extranjero?

Insisto en que no me parecen tan extranjeros ni el género ni el uso del humor y la ironía, por lo que, al menos en mi caso, no hubo ningún propósito de apropiarme ni argentinizar el género. Hubo, sí, una clara intención de juego, como te señalaba al principio, que para mí fue extraordinariamente importante. Me explico: hasta ese momento, mi producción literaria era bastante dramática, porque los horrores de nuestra historia reciente me hacían sentir que aquello que no hablara de la misma no poseía gran mérito. Es extraño, pero comprendí que aunque jamás me había autocensurado por temor a represalias, ahora lo estaba haciendo por razones opuestas: suponer frívolo a todo lo que no aludiera al dolor de los años de terrorismo de estado y sus secuelas. El humor, entonces, adquirió para mí un sentido liberatorio y de recuperación del placer de escribir en su aspecto más puro, más espontáneo, más lúdico.

A lo largo de la novela se citan múltiples películas, pasajes de la biblia y novelas. Me gustaría que habláramos del rol de la cultura pop en la literatura. ¿Quiénes son tus referentes?

 A decir verdad, no tengo referente alguno de la cultura pop en literatura, al menos conscientemente, y las citas bíblicas de la novela son funcionales al desarrollo de la misma. En cuanto a las películas u obras literarias que se mencionan, pienso que permiten crear un clima de complicidad generacional entre el juez Belisario y su amigo Lucas, el extravagante escritor policíaco.

De la novela se desprende un aire de folletín con capítulos cortos que cierran, en su mayoría, con un cliffhanger. ¿Cuándo decidiste esta estructura?

Efectivamente, y ese aire de folletín, aunque no haya sido deliberado, entiendo que está vinculado a los orígenes de los que hablábamos al principio. Como te comentaba, al libro de cuentos “Las partidas del juez Belisario Guzmán” le siguió esta novela de “Judas no siempre se ahorca” y ahora, para el mes de junio,  la novela “Belisario y el tribunal de mujeres”. Se trata, por lo tanto, de una suerte de saga, que explica y justifica tu impresión.

¿Cómo manejás el clima, la atmósfera, en tus narraciones?

Soy bastante pragmático en este aspecto. No pretendo generalizar, pero al menos en mi caso, la naturaleza de la historia que quiero contar impone el modo de hacerlo. Siento que cuando encuentro eso tan decisivo y tan difícil de explicar que es el tono narrativo adecuado, tengo ganada la mitad de la batalla; lo demás es trabajo y permitir que la historia se deslice sin inconsecuencias con el modo elegido.

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¿Cómo abordás en tu obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?

Está ligado a lo anterior y, desde luego, al género en el que esté trabajando, porque no es lo mismo un cuento que una novela. En el primer caso, esos tres aspectos deben estar clarísimos desde el inicio; en el segundo, me permito arrancar desde un argumento apenas esbozado y eso me produce la emoción de estar viviendo la aventura de no saber bien a dónde voy a ir a parar. Comparto, por lo demás, la idea de Sábato acerca de que la novela es un género espurio, en tanto admite la incorporación de elementos extraídos del ensayo, el cuento o la poesía. Por ello, puedo decir que me resultó muy natural meter en “Judas…” reflexiones sobre obras literarias o cinematográficas, pasajes bíblicos y aún pasajes propios del teatro.

Desde Rastros: Observatorio Hispanoamericano de Género Negro y Criminal, tendemos a pensar que la novela negra surge del crimen en una sociedad particular, donde, a fin de cuentas, se está hablando de una cuestión acerca de lo que está dentro y fuera de las leyes y el derecho. Me interesa conocer tu opinión.

Yo iría un poco más lejos, porque no todo lo legal es moral y a la inversa: a menudo se  perpetran las peores atrocidades en nombre de la ley o bien se castiga penalmente un comportamiento no necesariamente inmoral. Escarbar en estos aspectos creo que también forma parte del campo operativo de la novela policial y, en particular, de la novela negra.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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