“En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y

                                                        siempre activo: la imaginación.”

                                                                                             Octavio Paz 

¡Que calor trajo octubre! Con humedad, además.

Me habían dado dos semanas de licencia en la agencia, luego de que el cambio de política hizo que vendieran menos autos y que a mí, Gerente de Asistencia Técnica, me debieran días de vacaciones pendientes de ser gozados.
¡Creyeron que mandándome a casa, iba a gozar!

¿Gozar de qué? ¡Es un bodrio!

Es un bodrio quedarse en casa mirando televisión con el ventilador en la cara, dormitando de a ratos, puteando por no tener ganas de nada, mientras tu mujer se va a su consultorio. ¡Y por esa época ni siquiera hubo fútbol de la Champions!
Al levantarme ese miércoles, decidí que no sería una tarde bochornosa más. Cuando estábamos desayunando, le comenté a Amalia que a la tarde iría a ver una película, para aprovechar el aire acondicionado del cine.
Como siempre, tomó el diario y se abocó a leer la cartelera con la intención de recomendarme que peli debía ver, pero esta vez no le permití meterse en mi programa.
-Amalia, mi cielo – le dije – hoy yo elegiré que hacer. ¡Hacete humo, plis!- y le señale la puerta.

Comprendió, tomó las llaves del auto, rozó mis labios con los suyos y salió, dando un portazo. ¡Chau!
Llegué al shopping, subí hasta la zona de cines y, acercándome a la boletería, solicite una entrada para la sala más vacía.
– Estrenaron una francesa. Dicen que es muy lanzada – me dijo – Tiene una sola entrada vendida, y acaba de comenzar.

-Esa es la que quiero – dije, abonando.

Pasé el control e ingresé a la sala.
Encontré que estaban proyectando los avances de los estrenos por venir. Comprobé que el boletero no me había mentido. Pude, en la semioscuridad, ver un perfil de mujer en la punta de banco de la anteúltima fila de butacas. Era la única presencia humana en toda la sala.

No le di mayor importancia, y me desplomé en el asiento más a mano, apoyando las rodillas en el respaldo del de adelante. Respiré profundo, mientras las luces decrecían en intensidad hasta apagarse del todo. El aire acondicionado me envolvió como una brisa proveniente de Alaska.
Debo de haberme dormido, porque me despabilé al percibir que una lengua, inquisitiva, me lamía el lóbulo de la oreja y entraba en su pabellón, cosquilleándome de tal forma que mi pubis se estremeció como si lo atravesara una corriente eléctrica.

Quise darme vuelta, pero dos manos impidieron mi intención de girar la cabeza apretando mis mejillas con firmeza,

Sentí, de pronto, que una de ellas me soltaba. Fue a abrir la cremallera de mi jean. Hurgó y pudo tomar mi sexo entre sus dedos que lograron, con suaves toqueteos, que alcanzara su total plenitud en instantes.
El reflejo plateado de la pantalla iluminaba la escena como una luna llena, y un perfume erotizante inundaba mis fosas nasales.

Ladeé mi cabeza y mi frente chocó con un seno rotundo. Un pezón, duro y agresivo, bajó hasta rozarme la mejilla. Instintivamente arqueé mi cuello hacia atrás y logré apresarlo con mi boca.
El quejido de placer que siguió me habló de un cuerpo ansioso de sexo.
Mis manos se alzaron, corriendo por la suave piel de dos piernas gruesas y firmes como columnas que sostenían, al unirse, un templete piloso. No había prenda íntima, y mis dedos llegaron a una hondonada.
Unos quedaron en sus orillas, rozándolas con ternura, mientras otros se adentraban en su oquedad. El pulgar llegó a una pequeña pirámide, a la cual circundó con una caricia cuidadosa.
Los ruidos provenientes de los altavoces de la sala ahogaron los aullidos incontenibles proferidos por ese alguien femenino, misterioso, que me retornaba a lo más profundo de mis sensaciones primitivas.

El vaivén de la mano que abrazaba mi sexo tomó un ritmo paroxístico, mientras dos de mis dedos entraron en una cavidad insondable y se curvaron dentro de ella. Escuché un ronroneo gatuno de placer seguido de una voz ronca que dijo en mi oído “¡me veengo!”, al tiempo que yo sentí una corriente de lava ardiente escurrirse de mi cuerpo y saltar al espacio, impulsada por cada uno de mis estertores.
La inefable sensación duró segundos, los suficientes para que se retirara de mi boca el pezón que lamía con gula a la vez que mis dedos, pringosos de jugos, quedaban abandonados y sin protección, expuestos al frío aire acondicionado de la sala.
Cuando pude dar vuelta la cabeza y mirar hacia atrás, la sala estaba vacía.
Traté de limpiar el enchastre con pañuelos de papel, y reacomodarme en mi asiento.

Cuando terminó la película y encendieron las luces, en la sala yo estaba más sólo que moro perdido en el desierto. Salí, y fui directamente a hablar con el boletero.
– Por favor, ¿viste a una mujer que salió antes de terminar la sesión? Decime, ¿cómo era?
– Ah, si. La “Reliquia”. Ella es una habitué de los miércoles, en esta sección de precio para jubilados. Para mí que el cine no le interesa. Siempre me pide una entrada para la sala más vacía, y se retira antes de que termine la peli. Debe disfrutar mucho del aire acondicionado, puesto que sale siempre con una cara de felicidad que llama la atención. A la abuela, por sus años, la bautizamos con ese mote. ¿viste?

Sobre El Autor

Roberto Tito Tchechenistky nació en la ciudad de Buenos Aires y cursó su formación universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la Univ. de Buenos Aires, graduándose como Licenciado en Administración. Se desempeñó en la misma Institución como Profesor Ayudante de la Cátedra de Lógica y Metodología de las Ciencias. Después de integrar distintos Estudios Profesionales de relevancia, se independizó para dedicarse a la consultoría y asesoramiento en organización y equipamiento industrial en la industria de la confección de indumentaria y textiles para el hogar. Comenzó a desarrollar su actividad literaria en el año 1999, dedicándose al relato corto y a la poesía, y también al estudio del lunfardo rioplatense, léxico que ha utilizado para redactar algunas de sus producciones.

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