Viajero incansable, el Teuco nació en Salta en 1947, es poeta y ensayista. En el 76 se exilió en España, perseguido por la dictadura cívico militar. Periodista y también titiritero, es autor de canciones de folklore, de obras para teatro de títeres, y de más de una cuarentena de libros: El espejo de fuego, 1968; La lámpara en la lluvia, 1971; Generación terrestre, 1974; Versión de la materia, 1982; Campo de prueba, 1985; Baniano, 1995; Nunca, 2001 (Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes); Línea de Fuga, 2004; Bambú, 2004; El Amanecido, 2005; Manada (2009); Coirón (2011); Guarán (2012); Gong (2013).

Ateo politeísta, Castilla cree en el origen polifónico de la poesía, y la entiende como un ser animado: animal, dama o deidad regida por dados y tahúres.

Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, sueco, portugués, chino, turco, macedonio, ruso. Obtuvo numerosos premios nacionales e internacionales: el Víctor Valeria Mora (Venezuela), el Premio de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, el Premio de Poesía del FNA, el Premio Esteban Echeverría y el Premio Konex, entre otros.

En sus poemas viven viajes por un sinfín de países y regiones del mundo. Dioses y religiosidad son figuras centrales de su poética, que se abre a lo sagrado, celebra la vida en todas sus formas, y es también un canto a la naturaleza.

 

¿Dónde empieza el poema? ¿Qué dictamina su pulso, su arquitectura, su textura?

¿Cómo responder con certitud, o con una sola aseveración a esta pregunta? A veces, el poema funciona como un voltaje de lo invisible que activa lo visible y otras veces lo irreal, que es abstracto hasta que la poesía descubre su entidad secreta. Hay una primera etapa – según mi experiencia, aclaro – en la que con un golpe de emoción y envuelto todavía en su placenta, llega el poema. Es esa potencia todavía nebulosa la que marcará su pulso y su fuerza. Con respecto a la arquitectura suele ocurrir que, a veces, trae ya incorporadas las líneas maestras de su construcción.  Y en otras es el poeta quien, entrando en esa nebulosa, las determina. En la búsqueda de los caminos que lleven a su revelación definitiva va trazando el itinerario y la situación de los planos que le darán un diagrama determinado y definitivo.

Con respecto a la textura, si por ello entendemos las levedades y los espesores de forma y significado, no son otra cosa que las disímiles densidades que lo constituyen y que uno debe detectarlas, distribuirlas y compensarlas para que el dictado original del fondo del poema se complete con eficacia.

Hablemos de Gong, contános cómo se construye ese canto al Asia que recorre tierras lejanas e inmemoriales.

A Gong lo integran tres libros: Baniano, Bambú y Durián, este último aún permanece inédito fuera de esa trilogía. Esos trabajos nacieron de varios viajes que hice por el Asia y que fueron para mí absolutamente deslumbrantes. Como haber entrado en otro espejo del mundo donde podían ocurrir, con la mayor naturalidad, las cosas más sorprendentes. Entré a sus selvas, fui por sus pequeñas poblaciones, por templos como ciudades enteras, mirando y aprendiendo de su gente que había ritualizado hasta los más pequeños actos de su existencia, gente que vivía en un estado de continua ceremonia y de una armonía casi total con las otras criaturas de la naturaleza. Ya hace varios años de esas travesías. Las últimas veces que fui, aún ese venero permanecía, aunque ya mancillado por la codicia y la infame estética de los mercachifles multinacionales. Tal vez – si quiere la fortuna- en ese libro se vea con el tiempo, aunque sea un poquito, algo de lo que fue en mi época ese mundo. Ya son doce o trece los volúmenes que he escrito andando por los cinco continentes; quizás al reunirlos lleguen a ser, con todas sus falencias, aunque sea la sombrita de un canto al planeta.

Dioses y religión son figuras centrales de tu poética, que se abre a lo sagrado: “Sólo quien reconoce su otro animal / resiste lo sagrado.” ¿Participa la poesía del orden de lo sagrado? ¿En qué sentido?

Como sabemos lo sagrado no es patrimonio sólo de lo religioso. Alguna vez dije que la poesía es sagrada porque crea y no cede su secreto. Con respecto a las religiones, es innegable el atractivo de su imaginería y su incidencia –a veces terrible como ocurre con las bárbaras guerras religiosas– en la metafísica de las civilizaciones. Los creyentes sienten que ese contacto con la deidad es real, les sucede y yo los he visto, en muchas culturas, transformarse a su influjo. De allí mi interés, casi antropológico, que devino en que sea yo un “ateo politeísta”. Con respecto a los dioses, si me permites voy a citar unos versos míos que tal vez puedan responder con mayor precisión: “los dioses / andaban entre nosotros /con la intensa majestad / del que no puede existir”.

También la infancia se abre paso entre tus versos: “pues para cruzar el infinito / hace falta una infancia”. ¿Qué podés contarnos sobre la tuya? ¿Y sobre tu entrada al universo de la literatura? ¿Tus primeras lecturas?

Tuve una infancia maravillosa. Y maravillada. Algo tienen los niños que perdura de antes de su llegada a la tierra. Algo pánico que les permite transmutarse naturalmente con otras criaturas de la realidad o de su imaginación, hasta volverse invisibles sin importarles en absoluto que los estemos viendo. Se vuelven invisibles para ellos. Y son capaces de las más lejanas traslaciones, no nos olvidemos que, como todo y todos, están hechos de universo.

Nací en la casa de un poeta y rodeado por una excelente biblioteca. Mis primeras lecturas – comunes a casi todos los niños de mi generación fueron las obras de Salgari, Daniel Defoe, Dumas, Mark Twain. De ellas me vino en parte este afán por los viajes y la aventura. En mi casa la poesía, no era un tema, era inseparable de la vida misma. Y en ello participaba también mi madre que fue una infatigable lectora y una mujer de refinado espíritu. Recuerdo, para dar un ejemplo, que siendo niño me llevaba de noche a la terraza y me hacía escuchar música clásica mirando las estrellas.

 

“Esculpido en su propia mente / Avalokistevara / es el tiempo”, sentencia “Angkor” en Bambú: “todo el porvenir y el pasado en un solo instante: / el combate;”. Y esos versos traen obligadas aquellas primeras líneas de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot. El tiempo es materia prima en tu obra: “Nada permanece, / hasta el caos se destroza / antes de tocar la tierra”. ¿Qué es el tiempo, Teuco?

Como sabes el tiempo es un invento del hombre que lo ha concebido midiendo la permanencia de las cosas. Y tal vez olvidando que, como todo el universo, somos instantes que no se pueden reproducir iguales ni hacia el pasado más reciente ni hacia el futuro más inmediato. Esa idea del tiempo favoreció en el caso del arte (la poesía, la narrativa, la música, las artes pláticas) la percepción de una completitud, una unidad en el decurso en que suceden sus elementos. Así el poema es un solo tiempo lleno de tiempos.

Como todo lo que no existe al ser concebido, de alguna manera es también parte del Todo, puede que algún día el tiempo deje de ser sólo su propio eco y halle su forma.

Tu obra rebosante de criaturas celebra la vida en todas sus formas y es también un canto a la naturaleza: “… los instantes / que caen del jazmín, el sigilo del liquen, / el pavor de la hiedra, el silbo del bambú / y el musgo sordomudo. // Flotan altísimos los pastizales lloradores, /unánime el cardón, la santabárbara de oro del maíz; / exacta la música de la brizna / y en el algarrobo / la salamanca del rayo”. ¿Cuál es el tándem que une poesía y naturaleza?

Reitero lo que expresé en otras oportunidades. A la poesía la hace la naturaleza de la que nosotros somos parte. O sea es naturaleza porque lo que emana está vivo, como está vivo en el relincho el caballo o la rosa en el perfume de la rosa. Permanecer indiferente al impresionante despliegue de hermosura, a las infinitas formas que ella genera, a veces delicada y otras violentamente, y otros esplendores con que se manifiesta, sería lo mismo que obviar el planeta. Ciertos prejuicios literarios y plásticos la han querido reducir a un mero paisajismo sin ver lo que tiene de pánica belleza.

“Mirá la víbora, guante del rayo, / la astronomía de la araña, / los nervios del relámpago en la cebra, / los meteoritos de los escarabajos, / la noche insepulta del toro / y la lujuria planetaria del saurio. / Todo el cosmos preso en la manada”. ¿Cómo nace manada?

Uno siempre e inevitablemente, cuando escribe está hablando de los otros hombres y de uno mismo. De hecho eso es visible a lo largo de todo lo que he escrito. Desde mis tres primeros e inconfesables libros hasta hoy y de un modo más preponderante en Nunca y El amanecido y otros trabajos que aún no han sido publicados.

Fue en Nunca donde apareció un poema un tanto impreciso que se titulaba Humano que, en ese momento, me despertó una lejana idea de lo que sería después Manada. Un intento -demasiado ambicioso para mis posibilidades- de tratar de abarcar las dimensiones esenciales de la manada humana.

Era difícil porque no se trataba de forzar la poesía, sino de convocarla y que ella vaya dictando cómo completarla. Y lo que no fue menos duro, componerla, para que cada parte sostuviera la unidad de tanta multiplicidad. Así, allí están descriptas todas las edades del hombre desde el no ser hasta una posible resurrección, está el planeta con sus árboles y animales desapareciendo junto a él, y también aventura como serían, en qué esfera permanecerían sus obras abstractas; el lenguaje, la historia, las religiones y otros hechos que lo acompañaron en su paso por la tierra. Perdón si esta enumeración parece grandilocuente, pero es necesaria para responder a tu pregunta.

“Descendíamos entre los astros / algunos fuimos hombres / otros llegaron a ser luciérnagas. // Y perdimos la eternidad en el camino / que nos llevó al comienzo”. ¿Existe correspondencia entre el cielo y la tierra?

Forman parte de la misma combustión del universo. El cielo como lo conciben las religiones es una astucia para reducir al hombre sólo a su condición terrestre y prometerle lo inalcanzable, cuando, como es sabido, el hombre no sólo procede de esa infinitud, sino es materia celeste, de hecho somos hechura del sol, criaturas de esas combustiones.

“el diseño del mundo puede ser la circulación / de estos inactivos objetos / su inmortalidad –lo neutro- / eres tú y yo y el oxígeno solo / y el río que supones aparte / y cada muerto // la armonía no resiste / a una paloma sola”. ¿Qué es la armonía?

Es equilibro en la disposición de un conjunto. Cuando se quiebra ante una nota discordante, ésta, por lo general, se considera no sólo ajena sino inferior a todo ese conjunto. Esa paloma intenta demostrar lo contrario. No tengo claro si por su belleza o por su irrupción solitaria. O porque su plenitud es superior. Es invulnerable e inalcanzable, como si estuviera hechizada. Es difícil decirlo, como es difícil, casi imposible, explicar un verso.

“El universo / es un ciego / rodeado de miradas”. ¿Cómo se constituye esa física oculta de lo real que subyace en Teorema natural?

Cuando fui al exilio en 1976, estuve como ocho años sin poder escribir. El destierro no sólo me había amputado mi presente, sino también, el lenguaje con el que venía expresándome. No sé cómo, sin querer, casi como pequeñas revelaciones, fueron dando origen a mi libro Versión de la materia, en el que aparecen los primeros poemas relacionados con cierta física oculta en la realidad. Luego apareció Campo de prueba y Teorema natural, una suerte de antología que incluye junto a este libro una selección de poemas de los dos anteriores. Ese tipo de abordaje y de percepción no era común en la poesía de la época. Yo siempre había sido – y tal vez sigo siendo– un negado para abordar los lúcidos laberintos del conocimiento científico. De hecho cuando publiqué ese libro (y cuento –otra vez– esta anécdota porque explica mejor lo que quiero decir) un grupo de científicos me pidió que diera una conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, que dependía del Instituto Superior de Investigaciones Científicas de España. Al finalizar el recital vinieron las preguntas y entre ellas algunas inquiriendo de qué teoría nacían esas percepciones. Y les dije que de ninguna, que cuando yo era niño veía que al llegar una tormenta las mujeres tapaban los espejos y ocultaban las tijeras bajo las almohadas y que desde entonces sospeché que había acciones misteriosas que actuaban en el mundo visible.

Después de esos libros aparecieron Línea de fuga y Poesón (al universo), los que, junto a una novela que se llama El arcángel, definen otra línea de mi poesía donde esa física imperceptible del universo se expresa.

“El idioma divide el caos, / usurpa la forma, la emoción de los cuerpos: / la palabra tiburón / modela / al tiburón / la palabra arenal / modula / los desiertos”. ¿Cuál es el poder de la palabra?

Tengo escrito varios poemas tratando de averiguar qué hay detrás de las palabras, su entidad más secreta. Y sólo creo haber conseguido leves aproximaciones. No soy un lingüista. Sí, sospecho que detrás de su significado opera una fuerza física intangible. Si te digo la palabra torre al pronunciarla he instalado una torre en tu cerebro. Esa palabra, físicamente, te ha atravesado. Y otra extrañeza: si uno observa las etimologías ve cómo las palabras van cambiando su significado con los tiempos, de la misma manera que la naturaleza se modifica para sobrevivir. Y cómo guardan sus propias muertes, latiendo todavía. Actúan como si fueran criaturas vivas.

En el interín te poseen y desposeen. Yo mismo me pregunto, sin hallar una respuesta de fondo, aunque conozco las convencionales, por qué llevo tantos años persiguiendo palabras.

La selva es la gran protagonista de Guarán: “La inundación le comió a la selva / la sombra y el habla”, o “la selva cae / con nosotros / hacia un abismo / donde el reflejo / huye / de la forma que lo ha engendrado. // Todo lo que existe / avanza / paralelo a su paraíso”. La Amazonia es el punto de partida de Guarán, donde la selva se vuelve poema. Contanos de ese libro, de ese viaje.

Primero el título del libro: Guarán (o guará) es el nombre del ibis escarlata, un ave hermosa de un rojo intenso que habita en esa selva, en la que ya había incursionado –en la medida que te deja entrar– en otros viajes. En el último yo venía de los caños del Orinoco, por donde anduve navegando en una curiara, una suerte de canoa, llevando libros al pueblo warao. De allí fui a Letizia, en Colombia, donde me encontré con mi hijo Baltasar con quien vinimos recorriendo por dentro la Amazonía, hasta llegar a Bolivia, y dar con el río Madre de Dios. Una aventura inolvidable en esa selva dura, caliente y cerrada, entre peces y animales prodigiosos y gentes sufridas latiendo al ritmo de la violencia de esa naturaleza. Allí es donde más se ve la criatura magnífica del planeta que éstos imbéciles ciegos de poder y la codicia del imperio quieren destruir. Ese libro, junto a Coirón y Viento caribe, el primero nacido de andar por la Patagonia argentina y chilena y el segundo por las islas antillanas, arman un tríptico, que, unido a otros poemas escritos en distintos países de este continente, hablan de América Latina.

Sos un viajero incansable, ¿de qué modo se articulan en vos viaje y acto poético?

Es cuestión de largarse al camino y de ir dejando que todo lo que ves te hable, hasta que esa voz se transmute en uno y legitime tus palabras. Como dije ir aprendiendo y entrando en sus vidas hasta que la sientas como tuyas. Y sobre todo, respetando y agradeciendo a esos pueblos que se entregan al caminante con una generosidad y delicadeza no siempre reconocida.

En todos tus libros asoma la muerte: “La forma contiene la muerte natural. / Es letal el diagrama”, sentencia el poema XVIII de manada. ¿Será la muerte otro viaje?

Esa señora es una obsesión que me viene de la infancia. Y que me tiene a mal traer. Años llevo tratando de saber quién es. Me preguntas si es un viaje: ¡ojalá que sea de vuelta!

 

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

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