Ilustración de portada: Josefina Robirosa

Mercedes/ Acrílico sobre lienzo (detalle)

Este 8M llega una vez más con injusticia, dolor, desigualdad. Violencias explícitas, brutales, sutiles, silenciadas. Por nuestras ancestras, por nuestras abuelas, por nosotras, por las infancias y por el porvenir, que esta lucha colectiva nos devuelva representaciones, mitos, sabidurías y solidaridades; que nos devuelva el poder divino que se ha manifestado desde tiempos primitivos bajo nombres y formas múltiples y que nunca ha dejado de andar. Que la conquista sea de derechos.

Estos Covers de Gabi Luzzi dialogan con Ain’t Got No, I Got Life de Nina Simone, Antieros de Tununa Mercado, y CV Laboral de Ana Gallardo.

 

Estoy haciendo un paso de danza
y pienso en la distribución
y la apropiación del espacio
sin escuchar la música.
No tengo un cuarto de objetos que abandoné.
No tengo la carta hablándome de nada
como arte poética.
Ni la revista
con el primer cuento
que sucedió sobre un tablero de baldosas
(aunque sin saber el nombre).
No tengo la sopera
ni el jardín de mariposas.
No tengo las fotos que saqué de una casa
con balcones sostenidos
por las ramas
de un árbol de cemento.
Pero todo está en algún lugar
y la vida
siempre tan confusa
lo sopla.
No tengo una gacela.
No tengo principio porque no sé dónde se nace.
No tengo visiones.
No tengo experiencia
ni juventud.
No tengo la altura de las circunstancias.
No tengo registro, ni tampoco remedio.
Tengo un prontuario
de imposibles emociones.

*

Poner una pastilla de vitamina c en un vaso con agua.
Abrir las ventanas
dudando si es el horario preciso.
Mirar un gato que pasa.
¿Cuándo me voy a dignar a jugar con él
si después de todo no me dedico más
que a mover cacharros?
Tomar un sorbito.
Un helicóptero supervisa
el cielo.
Si practicara
-como lo estoy haciendo-
el mecanismo de pensar en el armado de
una fuente de verduras
su tamaño
el cuidado del agua y el uso de la sal
como si fuese un mantra
a través del que estuviese meditando
mientras se me cruzan
inseguridades
mensajes que leí
una visualización de las situaciones
en las que en este momento están mi hijo
y mi hija
diría
prender el horno
no “encender el horno”
o “encenderlo” como acto de desobediencia
o descuido.
Poner la fuente en la bandeja alta
para que se cocine más despacio.
Notar que
la elegancia de los movimientos
y su costumbre
da más fuerza que la inspiración.
Al fin y al cabo, nadie dice
guardar los platos que ya se secaron
dejando afuera los que se usarán en un rato
pero tampoco se está diciendo lo contrario.
Dar vuelta las verduras en la fuente,
tal vez no queden doradas
y se empiecen a hervir,
desconozco las nociones de química más elementales.
Sí puedo escuchar el sonido de las verduras, el aceite
y el gas de fondo.
Situar platos y cubiertos.
Poner una toalla limpia en el baño.
Acomodar los almohadones.
Dar por olvidado el arreglo de mi cuarto.
Acomodar el afiche y el marcador
sobre la mesa
en el que a medianoche vamos a trabajar en una lámina.
Nueva vuelta a las verduras
para que no se quemen como la vez anterior
tampoco vendría mal saber un poco de física
para comprender el fenómeno
que se da a cierta temperatura
y demás condiciones atmosféricas
imperantes en el horno.
Altura, profundidad
tiempo
podría usar la física
para explicar algo.
Poner los vasos
y destapar la pileta.
Agradecer mentalmente a Noe Vera
y a Melina Alexia
por la experiencia
que no se puede comparar
ni con el mejor perfume traído de Francia
por si pudiese con esto nombrar
el romanticismo que me atrae
como a una mosca.
Recordar que la llama del horno
no se puede bajar
a pesar de que gasté
para arreglarlo.
Guardar los cigarrillos
para que no aparezcan como una oferta más
entre los alimentos.
Calentar el agua para el mate
tender la ropa.
Ahora se entiende lo antieconómico de algo así
dispuesto en verso.
Apagar el horno y dejar que las verduras
se terminen de cocinar con el calor
que queda.
Guardar una nueva toalla que ya está seca.
Buscar la foto de un nene
con un perrito.
Mirar por la ventana
dos motos policiales
que detenidas
interceptan a una tercera
que deja caer un papel.
Reenviar mensajes.
Evaluar la posibilidad de hacer una taza de arroz
para acompañar las verduras.
Desde la ventana
curiosear el papel que sigue tirado en la calle
cuando las motos ya no están.
Regular la hornalla.
Armar una bio reducida.
Repetir el tema de Sumo
un momento antes de servir la cena.

*

Primero vendí postrecitos de
dos pesos con cincuenta.
Mi segundo trabajo
fue entregar claveles
en la inauguración
de una mueblería.
No me pagaron. Por el
primer trabajo sí cobré,
ese mismo 24 de diciembre a las
siete de la tarde.
Lo único que encontré
abierto fue una farmacia.
Gasté todo en un
delineador de ojos para
mi mamá y una loción
para mi padrastro.
Mi tercer trabajo fue
vender
cereales y
leche. Lo
hacía los sábados a la mañana
cuando volvía de bailar.
Después empecé a vender la leche
todos los días y
perdí la voz por estar
al lado de una heladera.
Otro trabajo fue
repartidora
de viandas en el
microcentro, pero renuncié
antes de
empezar.
Pedí plata para
personas con VIH y me
daban el 20% de la
recaudación.
Vendí medias finas,
un servicio
de emergencias,
muñecas de trapo y
cosméticos por catálogo.
Hice trámites para
un grupo de hombres
que habían puesto en órbita
el satélite Nahuelito.
Cuando trabajé en
supermercados muchas veces
me iba antes y dejaba
un cartel pegado que
decía en rojo “oferta”.
Cuando vendí las
muñecas las mostré
mal, colgándolas del
cuello o
tiradas en una mesa.
Nunca cumplí
los horarios y pedir plata
me daba vergüenza.
Tal vez el trabajo que más me
gustó fue vender el
servicio de emergencias:
•Tomé mate con una
señora
•Vi a un nene hacer
caca en el medio
del living mientras
su mamá buscaba los
documentos
•El perrito de un
profesor de matemática
que había tenido en la
secundaria se me
prendió a la pierna
•Presencié una discusión
sobre la fe en
Dios versus la contratación
del servicio entre dos
empleados de una santería.
•Una vendedora profesional
me acusó de que yo no
tenía códigos porque no respetaba
las zonas
•Con lo que gané me
compré 2 paquetes de
cigarrillos Saratoga,
unas calzas negras
con encaje en los
costados y un jardinero
de jean estilo payaso
(en cuotas)
El jardinero se lo
presté a todas mis
amigas y
un día una chica que
yo no conocía tocó la
puerta de mi casa y
me lo pidió prestado
porque lo necesitaba
para una cita.

Sobre El Autor

Gabriela Luzzi. Nació en Rawson, Chubut, en 1974. Publicó Televisores, Caleta Olivia (2020), El resto de los seres vivos, Editorial Conejos (2016) La enfermedad, incluida en la colección “Leer es Futuro” del Ministerio de Cultura de la Nación (2015) y Garfunkel, Eloísa Cartonera (2014). En colecciones de poesía O trabalho das maos, Ganesha cartonera (Morro de Babilonia, 2020) Medidas de urgencia, Club Hem Editores (2019), Warnes, Liliputienses (España, 2019), Un alhajero sin terminar, Santos Locos (2016), y Liebre, Ediciones Vox (2015). Desde 2014 dirige el sello Paisanita Editora. Actualmente vive en la Ciudad de Buenos Aires.

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