Y con Funes me refiero al memorioso de Fray Bentos, para los que se acuerdan de él (Funes el Memorioso, Borges, 1944). En este personaje Borges nuclea un juego de contraposición de los planos temporales, contraponiendo por un lado la joven edad del mismo, y por otro lado lo “viejo” o antiguo de su intelecto (no como capacidad de aprehensión intelectual, sino como acumulación de experiencias vividas).

En primer lugar, la acción está enmarcada en un marco temporal muy específico. Así, el autor constantemente está haciendo referencia a los años en los que se sucedieron los hechos, por ejemplo: “(…) Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887(…)”[1], luego: “(…) Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año ochenta y cuatro. (…)”[2], y más adelante en el texto: “(…) Los ochenta y cinco y ochenta y seis veraneamos en la ciudad de Montevideo. El ochenta y siete volví a Fray Bentos.(…)”[3].

los timepos de funes ilustracion

Por otro lado, esta contraposición se hace también presente en el hecho de que, en el primer párrafo del texto, Funes es caracterizado como una persona que posee una cantidad enorme de vivencias, lo cual lleva evidentemente un tiempo considerable en la vida de cualquier persona normal. A su vez se le atribuyen características que no corresponden a la adolescencia, como la paciencia y el ser observador y meditabundo. Por todo esto es que Borges termina caracterizando a este personaje como un adulto. Así, “(…) Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo (…)”[4], siendo que antiguo da esta idea de adultez o incluso vejez, así como resentida, ya que es una característica que se da (generalmente, aunque por supuesto se presenten excepciones como en todas las cosas), tras haber tenido una cierta cantidad de experiencias, obviamente, nefastas y desesperanzadoras. Esta faceta de Funes se contrapone con el final del cuento, el último párrafo, en el que el autor confiesa que esta misma persona tiene 19 años de edad. Se crea así una especie de antípoda entre estos dos polos que permiten y organizan el desarrollo del relato, podría decirse, desde lo más antiguo a lo más nuevo (una especie de regresión temporal del ciclo de la vida al mejor estilo Scott Fitzgerald, pero con el agregado de que Funes no necesita que transcurra el tiempo realmente, como sí le sucedía a Benjamin Button, sino que todos estos planos se superponen en la construcción de su figura, en un mismo momento espacio-temporal). Borges capta al lector a partir de la utilización de esta técnica de lo que podríamos llamar revelación de lo inesperado en el final, a la vez que retoma el primer párrafo pero desde su opuesto. De todos modos, esta conformación del personaje con lo que podría llamarse “todas las edades” en uno, tiene a su vez un propósito distinto al de simplemente generar sorpresa (que revelaremos más adelante, para captar a nuestro lector).

Con todo esto ya podemos ver que el relato, que aparece contado en forma lineal y progresiva, enmarcado incluso en años precisos, presenta a la vez una evolución inversa, de lo más antiguo a lo más nuevo, que se da en el personaje de Funes en sí mismo, y más bien en el descubrimiento de esta circunstancia que realiza el protagonista. De este modo, Borges lleva esta contraposición de planos temporales a la estructura misma de su cuento, como una doble evolución (doble e inversa) de los hechos.

En cuanto a la estructura del cuento, vemos también este desplegarse en dos planos retomado en las dos partes en las cuales efectivamente se divide el cuento. Dicha división se da en el párrafo que comienza con la frase “(…) Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. (…)”[5]. Este es el punto de inflexión en el cual concluye la primera parte, que es una introducción y en la cual el tema principal es la concepción del tiempo tal como la analizamos, y comienza la segunda y última parte, que es la conversación con Funes, y que va a retomar esta concepción pero desde otro punto, vinculándola con la capacidad de aprendizaje. Este es el párrafo divisor porque es en él en el que el autor se dirige al lector, lo interpela, dejando de lado por un momento su relato: “(…) bueno es que ya lo sepa el lector (…)”[6]. Y en la frase completa: “(…) Éste – el relato – (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. (…)”[7]. Con esta frase le quita importancia a toda la primera parte del cuento, jerarquizándolo (y subordinando la introducción a la segunda parte del relato). A su vez esta jerarquización alcanza a la concepción del tiempo esbozada en la primera parte, que es necesaria para la construcción de este concepto que se da en la segunda, pero sólo enunciada (como bien indica la frase citada) conforme a que dicha conversación (y lo que de ella se desprende) pueda ser comprendido.

Por último, en cuanto a este tema, existe un quiebre en el hecho de que la primera parte se encuentra referida a la primera persona (yo), siendo que todos los verbos, por ejemplo, se encuentran así enunciados: recuerdo, yo volvía, comimos (nosotros = yo y él), me dijo, etc. De este modo, también los adjetivos y pronombres posesivos refieren en la introducción a la primera persona del singular. De este modo: mi deplorable condición, mi primer recuerdo, mi padre, etc. Por otro lado, en la segunda parte del cuento tanto los verbos como los pronombres refieren a una segunda persona, a Funes, enfocándose el relato a partir del mismo. Así los verbos, al igual que los pronombres, están enunciados en segunda persona del singular: le interesó, razonó, profesaba, sabía, etc.

 En esta segunda parte se da una anticipación del final al decir: “(…) Diez y nueve años había vivido como quien sueña (…)”[8], que de todos modos ayuda a crear la estructura que comentamos, ya que coordinado con el primer párrafo hace pensar que el accidente ocurrió mucho antes (quitándole con esta frase protagonismo a las fechas constantemente enunciadas). El papel que cumplen las fechas repetidas una y otra vez, considero que es el mismo que cumplen los recuerdos en Funes: son tantas y tan repetidas que el lector pierde noción de las mismas, se le mezclan y ya no puede lograr reproducir en esta parte del texto un contexto temporal correcto, por lo que sólo recurre a las edades, las cuales se nombran una sola vez.

A su vez, en la conversación con Funes se retoma la percepción y construcción del tiempo, pero teniendo a la memoria como principal herramienta, y a partir de esta desprendiendo la noción de aprendizaje. Borges expone una concepción del aprendizaje no ya como acumulación indiscriminada de conocimientos, sino como una capacidad de abstracción y generalización y, a partir de allí, de poder de interrelación entre dichas generalidades. Así, a Funes sólo se le presentan saberes individuales y detallados, por lo que no puede tener esta capacidad: “(…) Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas (…)”[9]. Del mismo modo en la siguiente frase también recalca la falta de capacidad de asociación y razonamiento de Funes, a pesar de tener todos los conocimientos detallados posibles: “(…). Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis que no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. (…)”[10]. Aquí se da la idea de que la verdadera capacidad de razonamiento reside en poder realizar un  proceso de abstracción y generalización de las ideas y, por lo tanto, olvidar los detalles individuales.

6

De todos modos, es en Funes en quien se deposita esta nueva forma de conocimiento, y es en él en quien el autor plasma una revalorización de lo intelectual frente a lo corporal, a lo físico: “(…) Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. (…)”[11]. Es decir que a partir del proceso de aprendizaje que se pone en cuestión en este personaje, queda en claro de cualquier modo que para Borges tiene mucha más importancia el cultivo del intelecto que el del cuerpo, del cual ni siquiera se plantea que sea bueno o malo tenerlo en todas sus facultades. Para corroborar esta idea, vemos que los demás piensan en el accidente de Funes como en una tragedia (por ejemplo: “(…) Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el “cronométrico Funes”. Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. (…)[12]), mientras que él, como vimos en la cita anterior, lo toma casi como un milagro. Sin embargo, en contraposición a esto, el protagonista, quien cuenta con todas las facultades de una persona “normal” y vive feliz, como él mismo dice: “(…) Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. (…)”[13], está constantemente esperando una tragedia, casi deseándola, y se vanagloria de las que le suceden, quizás en un dejo de envidia de las cualidades suprahumanas de Funes. Así, cuando está por llover exclama: “(…); yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental.(…)”[14], y ante la muerte de su padre: “(…) Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor.(…)”[15]. Esta supuesta contradicción entre la felicidad del protagonista y la amargura de Funes resulta así no ser tal, recurriendo nuevamente a esta estructura de planos dobles que a su vez son inversos.

Así, en primer término, se construye al personaje de Funes como portador de todos los recuerdos y conocimientos individuales. Durante la introducción, por ejemplo, todos los personajes son nombrados con nombre y apellido, convirtiéndose en parte de la construcción precisa de este personaje (como analogía). De este modo, son llamados así no sólo los personajes principales (Bernardo Juan Francisco Haedo, Ireneo Funes, María Clementina Funes, etc.), sino también aquellos con menos importancia (como el desconocido padre de Funes, al cual llama O’connor), y hasta el lugar donde la acción transcurre tiene apellido (Fray Bentos). Esta especificidad que presenta el relato (traducida, por ejemplo, en la forma de nombrar a los personajes o, como dijimos, la forma de enmarcar temporalmente la acción), cumplen un papel importante en la caracterización del personaje de Funes. Por otra parte (y retomando aquellos factores de la introducción que hacen a la conformación del personaje de Funes), la frase “(… ) mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj.(…)”[16], nos da la idea de que en él va a residir una percepción particular del concepto de tiempo, y su importancia en el proceso de conocimiento (por algo utiliza en particular el verbo saber). Del mismo modo, el término siempre va a estar indicando esta circunstancia posterior de recordar todo, y luego se podrá analizar a partir del mismo texto de qué manera esta imposibilidad de olvidar interfiere en el proceso de aprendizaje.

Esta última idea se retoma en la segunda parte del cuento. La memoria es la principal herramienta de la historia, y de la ideología a partir de la construcción de los puntos de vista. La ideología, que tiene como premisa la generalización que permite el razonamiento, se le niega a Funes, ya que sólo se le presentan los hechos individualizados. Se vincula aquí la concepción del tiempo con la construcción premeditada del mismo por parte del hombre, es decir la historia (la cual es objeto de aprendizaje). Se dice de Funes que “(…) no había dudado nunca (…)”[17]; de este modo, nunca había tenido que optar por un punto de vista propio (encontrándose así en la imposibilidad de conformarse una ideología para sí). De este modo, tampoco tenía capacidad de razonamiento, ya que la duda es el principal motor del aprendizaje. El rol que juega el tiempo en el proceso de aprendizaje no se ve en la acumulación de datos (como sucede con la aprehensión del latín), sino en la capacidad de razonamiento para poder elegir los puntos de vista más favorables a la propia ideología. Es así como el ser humano, a partir de las generalizaciones que constituyen dichos razonamientos, puede generar y crear la historia (en tanto disciplina). En un primer momento (de esta segunda parte), se plantea dicho problema: “(…) Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo (…)”[18], (el problema del conocimiento en función del tiempo, con un toque de ironía borgiano). De este modo, se plantean las dos posturas:

  1. En cuanto a Funes: “(…) Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. (…)”[19]. Al faltarle esa capacidad de generalización, y por todo lo que venimos diciendo en cuanto a su falta de capacidad de razonar y elegir, constituye ante la construcción del tiempo y su aprehensión (es decir, ante el desarrollo de la historia, en esta hipótesis), un espectador pasivo, que no influye en su dinámica. No determina nada en la construcción de la historia, simplemente la observa.
  2. En cuanto al protagonista: “(…) Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles. (…)”[20]. La concepción de aprendizaje y de razonamiento (basados en la abstracción) que este personaje encarna frente al de Funes, lo posiciona en un papel dinámico en la construcción del aquí y ahora, es decir, en última instancia, de la historia como la venimos entendiendo en este trabajo, a partir del método de aprendizaje que el mismo representa.

Por último, y para redondear, agrega el autor en un momento la siguiente frase: “(…) Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoleón, Agustín de Vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. (…)”[21]. Aunque la frase no se encuentra al final y, aparentemente, no reviste mayor importancia que enumerar las “proezas intelectuales” de Funes, considero que es el último factor que cierra el esquema explicado. La frase es fácilmente vinculable a la lotería, juego en el cual cada número corresponde a un nombre (en tanto sustantivo), y cuya base es el azar. Considero que luego de presentar los dos esquemas opuestos de conformación de la historia a partir del conocimiento y la construcción del concepto de tiempo, Borges introduce con esta frase como último elemento el factor determinado por el azar en dicha construcción, dando a entender que a pesar de que la formación de la historia y de las ideologías dependen del punto de vista y modo de aprendizaje humanos, no se debe olvidar el azar como factor determinante de dicho proceso. El mismo es común a ambos sistemas. De este modo, pone en juego y de algún modo cierra la contraposición haciendo funcionar todos los factores posibles de influencia en la conformación de la historia a partir del conocimiento (o aprendizaje).

foto los tiempos de funes

Mariana Cabrera

 

[1] Borges, Jorge Luis, Ficciones, Artificios, Buenos Aires, Ed. Debolsillo, 1944, pág. 125

[2] Ibid., pág. 126

[3] Ibid., pág. 127

[4] Ibid., pág  125

[5] Ibid., pág. 130

[6] Ibid., pág. 130

[7] Ibid., pág. 130

[8] Ibid., pág. 130

[9] Ibid., pág. 133

[10] Ibid., pág. 132

[11] Ibid., pág. 131

[12] Ibid., pág. 127

[13] Ibid., pág. 126

[14] Ibid., pág. 126

[15] Ibid., págs. 128-129

[16] Ibid., pág. 127

[17] Ibid., pág 131

[18] Ibid., pág. 132

[19] Ibid., pág. 134

[20] Ibid., pág. 135

[21] Ibid., pág. 132

Sobre El Autor

Nacida en Capital Federal. Con vocación por los libros definida desde chica. Crítica (o más bien analítica) de la literatura y las artes, con gusto preferencial por el teatro, se formó en el Colegio Nacional de Buenos Aires, siguiendo sus estudios en la Universidad de Buenos Aires, dentro de la carrera de Letras. Cursó también estudios artísticos en el IVA (Instituto Vocacional de Artes). Especializada en literatura latinoamericana y argentina, realizó trabajos de investigación sobre literatura contemporánea de Brasil, Paraguay, Argentina, Chile y México que pueden consultarse en los archivos de la bienal del Congreso Internacional de Letras de la UBA. Su trabajo también se orienta hacia la traducción y análisis de obras en inglés y francés. De modo extracurricular, fue coordinadora de la curaduría de las muestras plásticas del ciclo “Marta Latina” realizadas en el marco de extensión cultural de la universidad John F. Kennedy en 2013.

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